14.3.15

Felipe Aljure se asoma a la realidad nacional por una ventanita

Con Tres escapularios, el cineasta se despidió de los grandes presupuestos
Felipe Aljure (der.) dirigió  La gente de la Universal  y  El colombian dream. Ahora presenta una cinta sobre los personajes anónimos de la guerra: Tres escapularios./eltiempo.com

Como si hubiera hecho una especie de fundido a negro, Felipe Aljure cambia de escena, a una más profunda, luego de su anterior película, la excéntrica 'El colombian dream', que estrenó hace ya diez años.
Ha sido una década de crecimiento profesional, pero sobre todo de evolución interior, a sus 57 años, lo que se refleja en 'Tres escapularios', el filme que trae al Festival de Cine de Cartagena.
Con ella, les dice adiós a los grandes presupuestos, a las producciones plagadas de camiones, al trancón de luces y de cables. Su nueva cinta fue hecha en apenas 54 días, incluyendo viajes, de los cuales 42 fueron de rodaje.
“La hicimos desde la óptica de una película muy pequeña, no pretende ser una de gran formato –dice Aljure, acariciándose la barba, cada vez más blanca–. Es una película de doce amigos que tuvieron la idea de hacer un largometraje, cogimos cuatro carros, y nos fuimos a hacer una película con una cámara de fotos. Literalmente”.
A diferencia de su ópera prima, La gente de la Universal (1991), con la que quedó debiendo un millón de dólares; o de El colombian dream, por la que duró años pagando deudas por más de 1.500 millones de pesos, esta vez dio a luz un largometraje con los 700 millones de pesos que se ganó en una convocatoria del Fondo de Desarrollo Cinematográfico. Algo que dice mucho de su trabajo. Y del momento actual del cine colombiano.
Aljure reivindica las nuevas posibilidades del séptimo arte, quizás más lejos de las estrellas, pero más cerca al barro del que estamos hechos, más profundo, más íntimo, más personal: “Sentimos que el cine tiene una deuda histórica importante, por la mordaza financiera y la mordaza tecnológica que ha tenido. El cine estaba distanciado por ese peso tecnológico y económico. Ahora, al remover esas mordazas, con la plata de un premio y una tecnología liviana, el cine puede comentar lo que debe comentar”.
Y lo que comenta Tres escapularios es una reflexión sobre el acto de matar, sobre ese cierto ‘sicariato ideológico’, por el cual un ser humano cree tener permiso para dispararle a alguien porque lo considera políticamente justificado. Algo que la película ironiza con una frase que está en el corto promocional: ‘Matar es malo, pero si lo haces por una noble causa, engrandece’.
Un sicario y una guerrillera se encuentran y unen sus destinos en Tres escapularios. Archivo particular

El cineasta sintió que debía huir de la “narración tóxica” de El colombian dream, de su estilo barroco, recargado, y concibió un guion sencillo, inspirado en La Divina Comedia, de Dante, en el que la gente se mueve en círculos, llegando hasta lo más lejano, en este caso Tierrabomba, desde donde se ven los edificios de Cartagena en lontananza, con los pies metidos en una playa sucia y con vecinos desplazados por la opulencia.
Así, planteó una estructura que él mismo define como “dos militantes, uno urbano y una guerrillera, que se encuentran y cada uno trae su pena, y se van adentrando en un viaje en el que el destino los señaló para que fueran en pareja, y eso los lleva a enfrentar un momento de desobediencia, surgido de la ética”.
Aljure escribió el guion en el 2010 y coincidió con un momento de desencanto. Comenzó en La Cocha (Nariño), a donde lo invitaron a un festival de cine, y esa sensación de lejanía se le juntó con cierta desazón. Allí nacieron la distancia y la belleza fotográfica del filme. Según él, no es un guion pesimista, pero sí proviene de un momento de comprensión.
La cámara se solaza en mostrar la belleza del trayecto de los protagonistas, bordeando el mar Caribe, como siguiendo una línea del diálogo, que dice “qué pereza venir a matar gente en un lugar tan bonito. Yo quisiera ser normal...”.
Reflexiona Aljure: “Es que este país es bonito donde usted lo vea. Váyase usted de La Guajira al Chocó, todo el Pacífico, el Amazonas, el Eje Cafetero... Todo es bonito. Lo que pasa es que hay inequidad, y hay pobreza, y eso lleva a ciertos formatos de asentamiento urbano. Aquí llegaron unos españoles, en concordancia con su época, y desplazaron a los indígenas de los valles, y los mandaron al piedemonte. Y luego llegó el café y los desplazaron de ahí y los mandaron a la selva. Y luego llegó el perico y los desplazaron de la selva, y están en los semáforos.
Tributo a los anónimos
Los personajes de Tres escapularios están siempre en la periferia, no controlan sus vidas, reciben órdenes. El actor principal, Mauricio Flórez, no solo lo hace metido en su papel, sino que además parece poseído por el alma del propio Aljure. En cámara, su voz es la del director, cuando habla de la relación cósmica entre las personas y ciertos sucesos.
Y es que para el cineasta era importante mostrar a esos personajes secundarios que, de golpe, cobran protagonismo: “En este país, nos acostumbramos a que en los grandes titulares oímos los nombres de los generales, de los comandantes paramilitares, de los jefes guerrilleros, pero en realidad la guerra y la sangre la ponen los anónimos, y son solo estadísticas. Eso se ha dicho mucho, pero no se ha filmado. Había que meter la cámara en ese mundo anónimo y era muy importante que los actores fueran completamente desconocidos”.
Esto sucede también con la actriz principal, Isabel Jiménez, cuyo personaje se muestra rudo, casi sicópata, hasta que en un monólogo, el mismo que le deparó el papel en la audición, explota en confesiones personales que cambian por completo su imagen. “Ella tiene la capacidad de romper el personaje y modificarnos la mirada inicial de su crueldad impensable. Ahí empezamos a entender que ella es un piñón más en una maquinaria de violencia que se ha construido por siglos. Por eso, la película tiene esos coqueteos históricos y comienza con la canción El indio sinuano, que habla del despojo de los españoles”, dice Aljure.
El director confesó alguna vez que hubiera querido ser músico y, no en vano, la banda sonora es cuidadosa. Durante largas noches en internet, buscó una canción que sirviera de cierre, sin conseguirlo. Hasta que la web le devolvió un vallenato de Romualdo Brito, que es el quejido por un soldado caído en combate. “Y esa viejita que tanto a su Dios rogaba, pa’ que a su hijo nunca le pasara nada, pero su Dios falló y no la quiso escuchar...”, dice en sus notas amargas Alma en pena, un tema que parece compuesto para la película y cuyo encuentro Aljure califica de “aterrador”.
“Sangre inocente riega la tierra y ahora mi pueblo quiere olvidar”, reza el coro lastimero. Lo insólito es que cuando la producción quiso comprar los derechos, se encontró con otro escollo macondiano: “Discos Fuentes, dueño de la canción, no tenía el acetato: no existe. El álbum no se vendió, fue una pieza ignorada, pero a nosotros nos parece maravillosa”, dice el cineasta.
Igualmente armonioso es un instrumento musical insospechado: el protagonista, un sicario inexperto, en sus ratos de soledad saca una caja con láminas metálicas llamada calimba o piano de pulgares. Fue el resultado de un viaje que Aljure y su compañera, María Clara Aristizábal (su productora en el cine y en la vida real), emprendieron a África, donde encontraron el aparatico. Su sonido melancólico impregna la atmósfera y libera al guion de otro instrumento más aparatoso: nadie creería en un sicario en moto con una pistola y un acordeón al hombro, como alcanzó a pensarse.
La textura musical hace juego con la imagen, pues al carácter anónimo de los personajes contribuyen los enfoques, con planos muy cortos, cerrados, y con frecuencia borrosos, con rostros fuera de foco. Un trabajo que el fotógrafo Carlos Sánchez conoce de memoria, luego de trabajar por años con Aljure.
En últimas, Tres escapularios es fruto de un largo diálogo entre un grupo de amigos, que incluyó a Guillermo Calle, quien murió antes de ver concluida la película. Si bien la inspira un rechazo a la guerra, no está hecha ‘para el proceso de paz’, se gestó mucho antes. Pero sí pretende una reflexión, que el director no oculta: “El objetivo es que la gente llegue con una imagen del combatiente anónimo a la sala de cine, con esa imagen negativa, dura, y al salir diga: ‘En últimas, son colombianos, seres humanos, a los que nosotros, desde la omisión, los hemos condenado a esa vida’ ”.
Secuencias del Festival de Cine
Cineastas de exportación
Una de las sorpresas del Festival de Cine de Cartagena ha sido la presencia del colombiano Iván Benjumea, egresado de la Universidad Nacional, quien lleva 13 años trabajando en España y ha participado en más de una decena de cintas ibéricas, incluida la posproducción de ‘La isla mínima’, que acaba de ganar diez premios Goya, los Óscar del cine español.
Muestra y documental
Una exposición de fotos del célebre Sady González, instalada en la Agencia de Cooperación Española, acompaña la presentación del documental ‘Una luz en la memoria’, sobre su trabajo, considerado pionero en la reportería gráfica de mediados del siglo pasado. Imágenes del ‘Bogotazo’ y de la vida en los 50 impactan al público asistente.

Apoyo al cine
Ayer fueron presentados en Cartagena los nuevos estímulos para el cine colombiano, del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, que ascienden este año a 14.640 millones de pesos, en categorías como ficción, documental, animación, formación, y un estímulo integral a la producción y promoción.
Julio César Guzman

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