Tal vez sacrificó los años más fructíferos de su carrera literaria,
según comenta él mismo, cuando participó en la revolución sandinista y
llegó a ser vicepresidente de Nicaragua. Tal vez, pero las novelas y
cuentos de Sergio Ramírez (Masatepe, 1942)
no parecen resentirse de aquel lapso de 10 años del que acabó
decepcionado, abandonando la vida política en 1996. No sólo por los
numerosos premios literarios y distinciones que ha ido cosechando desde
entonces, sino también porque su nuevo libro, Sara (Alfaguara), que acaba de publicarse, demuestra que sigue en plena forma.
Su anterior novela fue La fugitiva y ahora publica Sara. ¿Se ha vuelto más feminista conforme pasan los años?
Es una reivindicación histórica. Y una de
mis grandes persecuciones es penetrar en los misterios del alma
femenina. Por eso, me pareció tan atractivo recrear este personaje
bíblico. El Antiguo Testamento apenas dedica espacio a la historia de
Abraham y Sara y eso es muy atractivo para un escritor. Uno se ve
obligado a leer entre líneas en el lenguaje patriarcal, cuando la mujer
estaba sometida incluso a las palabras. Sara tiene prohibido hablar,
sólo le toca obedecer. Pero no deja de pensar y también de actuar.
En su novela, la bíblica Sara tiene un carácter fuerte y mucho sentido del humor.
Dios le prohíbe reír. El gran conflicto de la
sociedad patriarcal es que la mujer ni siquiera puede reír. Pero ella lo
hace, y el Mago (Dios) reacciona furioso.
La risa como transgresión...
Es la respuesta a los cánones inflexibles de la
ortodoxia religiosa. Y no deja de estar vigente, no hay más que fijarse
en el Califato Islámico.
¿Es el feminismo la única revolución permanente?
La mayor revolución es tratar de ver el mundo
como lo ve el otro. En la política, pocos como Mandela o Luther King
consiguieron encarnarse en el otro. Estas exigencias se hacen
permanentemente en mundos tan conflictivos como el judío, a través de
autores como Grossman o Gross. Uno puede entender el mundo desde la otra
perspetiva. La gran tolerancia se da de esa manera.
Letras y vidas
Novelista, cuentista, ensayista y abogado, Sergio Ramírez, de 72
años, fue vicepresidente de Nicaragua entre 1986 y 1990, tras el triunfo
de la revolución sandinista. Se distanció de su antiguo compañero y
actual presidente, Daniel Ortega, dejó la política en 1996.
Es autor de numerosos libros, por los que ha recibido galardones como el Dashiell Hammett (1990) porCastigo divino o el Internacional de Alfaguara por Margarita, está linda la mar. (1998). El último fue el Carlos Fuentes del Gobierno de Mexico.
Obtuvo una beca alemana y vivió en Berlín entre 1973 y 1975
coincidiendo con el artista y padre del pop europeo Richard Hamilton.
Relata en su blog la confusión y emoción que le produjo escuchar a unos jóvenes chavistas exaltados por la revolución en Venezuela. ¿Por qué?
Fue un déjà vu sentimental porque yo
había vivido la revolución y la decepción. Al principio de la revolución
es siempre así: una ilusión plena, un ansia de cambiarlo todo, un nuevo
código de valores... Es un momento muy grande. Luego la realidad
comienza a modificar las ilusiones, a reglamentar las ilusiones, a
ordenar las cosas, leyes, decretos. Por eso en mis memorias Adiós muchachos, pongo la frase de Pasternak, de Doctor Zhivago, cuando un ideal se convierte en ley pierde algo de sí mismo y cuando esa ley se ha escrito pierde mucho más.
Pero no renuncia.
Viéndolo en retrospectiva puede llevar a un
sentimiento de amargura, del cual me cuido mucho. Lo que hago es ponerme
otra vez en el primer día, en la edad que tenía, uno no puede ver la
revolución desde la edad madura y juzgarla así porque entonces se llena
el pozo de amargura. Si tuviera la edad, haría lo mismo. Estoy orgulloso
de haber participado en la revolución.
¿Se ha vuelto pragmático?
Hay cosas que entiendo hoy que antes no hubiera
entendido por mi intransigencia juvenil. No es que sea más pragmático,
quizá entiendo mejor el mundo. No tengo ese ardor revolucionario.
¿Ha evolucionado ideológicamente? ¿Ya no es marxista?
He ganado coherencias, pero no he cambiado mis
principios. Creo en lo mismo que creía cuando tenía 17 años o cuando
entré en la revolución a los 30. Mis ideales siguen siendo los mismos;
que la sociedad debe cambiar, la justicia debe existir, que la ética no
se debe apartar de la política, todo eso yo lo proclamo con la voz que
tengo como escritor. Pero trato de separarlo bien de la literatura de
creación. Y nunca fui marxista. Fui un librepensador. Jamás leí El Capital, sí El 18 de Brumario,
porque literariamente es bueno. Pero entiendo y entendí el marxismo,
Leí con mucha devoción a Gramsci. Su interpretación dialéctica de las
culturas me encantaba.
Si Augusto César Sandino pudiera ver lo que pasa en la Nicaragua sandinista de hoy, ¿qué cree que haría?
Buscar la tumba de nuevo. Porque lo que ocurre en
Nicaragua es una caricatura triste y atroz del pensamiento sandinista
por el que luchamos.
Mis ideales siguen siendo los mismos; que la sociedad debe cambiar,
la justicia debe existir, que la ética no se debe apartar de la
política, todo eso yo lo proclamo con la voz que tengo como escritor
Dice que la política es enemiga artera de los escritores, ¿por qué?
Son antagónicas. El papel del escritor debe ser
crítico; un escritor alienado sólo resulta una voz burocrática. Yo viví
la experiencia en el poder. Defendía la causa como relacionista
público de la revolución. Y realmente no podía ser crítico con lo que
estaba viviendo. Hubiera sido un contrasentido. El espacio crítico es
indisoluble de la escritura y el poder no te lo permite. Lo primero que
le advierto a un joven escritor es que no se acerque a la política más
que por una vía extraordinaria de la revolución. Yo no la viví como vida
política. Si no hubiera sido una revolución, no me habría acercado al
poder. No habría sacrificado 10 años de escritura como hice, que quizá
hubieran sido los mejores de mi carrera, de los 35 a los 45 años, por
ser diputado, presidente...
Sin embargo, usted defiende que el escritor
latinoamericano tiene que ser cronista de los hechos, y su literatura,
“expresión de inconformidad”.
La literatura no debe ser una defensa de
ideologías, de posiciones políticas. O de transmitir el optimismo del
realismo socialista. Los personajes pueden pensar y discurrir de
cualquier manera. Yo tengo convicciones que expreso fuera de las páginas
del libro. Comparto la idea de Saramago sobre el oficio, levantar
piedras. Lo que hay debajo es materia literaria
¿Hay vasos comunicantes en la literatura latinoamericana, como entre los países?
La literatura tiene ese don de comunicación entre
realidades. Y eso pasa en la novela peninsular y en la latinoamericana.
Hasta finales de los ochenta, la literatura española rechazaba ver su
pasado. Y de repente sentí que la literatura española comenzaba a latinoamericanizarse,
a ocuparse del franquismo, de la República. Y eso ya lo hacíamos en
America Latina mucho antes. Hay una especie de homologación. Ahora los
libros más interesantes tienen que ver con una exploración múltiple de
la historia. Y los escritores más jóvenes que proclaman que hay que
alejarse de estos temas vuelven a ellos, sin embargo.
La literatura no debe ser una defensa de ideologías, de posiciones
políticas. O de transmitir el optimismo del realismo socialista
¿Ve vasos comunicantes entre el fenómeno de Podemos y Latinoamérica? ¿Nota el influjo del chavismo?
Lo vería un gran contrasentido. Que en España la
gente se adhiriera a un movimiento que se presenta como renovador cuando
es un proyecto fracasado. El fenómeno de Podemos está ligado a la
inconformidad ciudadana y al agotamiento del sistema que no da respuesta
a la crisis económica ni a las carencias que provoca. No quiero decir
que el sistema democrático de España esté agotado.
Los viejos dictadores engolados ya no son temas de la literatura latinoamericana...
Ahora los personajes son más los narcotraficantes
vestidos de oro y plata, amigos de los diamantes. Ellos constituyen
ahora la representación del poder corrupto con el agregado de su gran
capacidad para influir al poder politico. Son sus herederos como
personajes folclóricos. El viejo dictador ya no es motivo literario sino
el caudillo narcotraficante, que es un personaje fascinante.
¿Valora siempre la obra de un escritor
independientemente de su vida y de sus posiciones políticas? De Jorge
Luis Borges, por ejemplo.
Desde que he entendido a Quevedo, Lope y
Cervantes sé que la biografía queda detrás de la obra. A veces, cuando
releo a Céline recuerdo que era un hombre repulsivo. A Borges siempre lo
veo como un gran provocador porque se está riendo de sus propias
opiniones. Defendió a Nixon, se dejó condecorar por Pinochet...
Cualquier sentimiento de ira que en mí despiertan sus posiciones tan
reaccionarias se cura en las aguas de su maravillosa literatura. Igual
pasa con García Márquez y su amistad con Fidel Castro. En qué disminuirá
en el próximo siglo la obra de García Márquez cuando, probablemente,
Fidel Castro ya estará olvidado.
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