4.3.15

Margarita García, la nueva voz de la literatura del Caribe

 La cartagenera Margarita García Robayo se ha convertido en una de las voces renovadoras de la nueva literatura del Caribe. Se conversó sobre Lo que no aprendí, su reciente novela, y sobre la memoria como insumo narrativo. Ella no siente que García Márquez sea un fantasma literario de su generación
"Para escribir necesito absoluto silencio. Esa idea de escritores que se sientan en los bares y escriben sin parar me parece solo algo romántico, yo no podría con eso" Margarita García. / Daniel Mordzinski./elpais.com.co

Margarita García Robayo contó la anécdota en su natal Cartagena el pasado mes de enero, en una charla del Hay Festival. Un día cualquiera se encontró en la web con la reseña que un crítico español hacía de su más reciente novela Lo que no aprendí, publicada en octubre pasado. En esas líneas se leía la decepción de alguien que había llegado al libro con la secreta esperanza de encontrar la misma dosis de realismo mágico de las obras de Gabriel García Márquez. “La novela de la autora colombiana”, escribió el crítico casi a manera de reproche, “está bastante alejada de la verdadera atmósfera del Caribe. Es raro el espacio geográfico que nos cuenta esta señora porque no se parece al real”.
En una ocasión distinta, la joven autora tropezó con otra reseña que le produjo el mismo desconcierto. Corría 2009 y esa vez había sido publicada en Argentina, tiempo después de que llegara a las librerías Hay cosas que una no puede hacer descalza, libro de cuentos conectados entre sí por las historias de nueve mujeres del común que compartían la misma soledad. “Margarita García —se leía también con desdén— tiene una literatura heredera de ‘Sex and the city’.
Radicada en Buenos Aires desde hace cerca de una década, donde dirigió la Fundación Tomás Eloy Martínez y ha escrito para Clarín y El País de España, Margarita ya ha aprendido a lidiar con las etiquetas que le suponen ser mujer y haber nacido en la región del Nobel de Aracataca.
Que hablen sus libros. Para eso están. Porque es de las que cree que, una vez se publican, dejan de pertenecerle. Ella sabe bien que su literatura no solo no es de género, sino que está bastante alejada de sujetos perseguidos por mariposas amarillas y de bellezas que, envueltas en sábanas, ascienden a los cielos. “Detesto las etiquetas. Por eso suelo decir que las etiquetas en la literatura cumplen la misma función que los prejuicios en la vida real: te prejuzgan sin darte la oportunidad de mostrarte. Al comienzo sufría bastante con eso, pero aprendí que hace parte del oficio, que la prensa encasilla con mucha facilidad a los autores y a sus obras”.
En ese oficio de la ficción lleva poco, acaso unos seis años. Y varios premios, entre ellos el de Casa de las Américas en 2014 por su libro de cuentos Cosas peores. También fue finalista del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, junto a Ricardo Silva Romero y Juan Esteban Constaín y se quedó con la Beca de Creación Literaria de la Fundación Han Nefkens y la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, una de las más prestigiosas que se otorgan en Europa.
Ese breve tiempo en los caminos de la literatura ha sido particularmente fructífero: tres libros de relatos Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza, Las personas normales son muy raras y Orquídeas; una novela corta Hasta que pase un huracán y otra de más largo aliento, Lo que no aprendí, publicada por Malpaso Ediciones.
La historia que Margarita nos narra en estas páginas es una especie de reconstrucción familiar a través de la voz de una niña de 11 años que va contado su vida y la de los suyos durante un mes de vacaciones.
Esa chica es Caty, una preadolescente flaca y aturdida por el ambiente en el que crece. Se siente como un bicho raro en su familia, con un padre, abogado de oficio, —pero que ejerce un trabajo alternativo: hacer sesiones de espiritismo en su casa— y un ambiente matriarcal dominado por el carácter recio de su madre y la altivez de sus hermanas, presumidas, populares y con curvas, que distraen sus días en la agitada vida social de su ciudad.
Caty a veces consigue huir del tedio y el desconcierto dando largos paseos en bicicleta y asistiendo a los encuentros furtivos en una casa abandonaba con Aníbal, el hijo hippie del vecino.
Y esa vida de la familia transcurre justo en junio de 1991, mientras el país entero asiste en directo a la discusión de si el temido narcotraficante Pablo Escobar debe ser entregarse a la justicia.
El origen de esta historia, cuenta Margarita, es un episodio personal que la marcó: la muerte de su padre. Esta novela supuso, pues, un viaje a la memoria, a la infancia. Un viaje lento, casi en tren, que terminó en una ‘estación’ de la que a ella le costó bajarse: entender que la visión que sus hermanos tenían de su padre y sus antepasados no se parecían entre sí.
Lo que no aprendí —que ya ha sido traducida a varios idiomas— es entonces una excusa para hablar de la memoria como insumo narrativo y ese matrimonio entre la creación literaria y la autobiografía.

*En el pasado Hay Festival contaba que esta segunda novela tiene su origen en un episodio familiar: la muerte de su padre. ¿Cómo fue ese ejercicio de comenzar a desandar la memoria y los recuerdos de la infancia y entender que ahí estaba la semilla de esta novela?

El origen de una historia, en mi caso, suele estar en un episodio puntual o en una imagen que después va tomando forma de novela o cuento o incluso ensayo. Es como un chispazo en el que interpreto que tengo algo para decir, y ese momento / chispazo yo lo puedo ubicar en casi todos mis libros. Lo que no aprendí tuvo su génesis un día que, habiendo muerto mi papá, mi familia hablaba sobre él, recordaba cosas, rememoraba situaciones, rasgos de carácter, en fin, lo que se hace cuando alguien se ha ido. Y yo percibí que buena parte de lo que contaban, lo que recordaban de él y por ende de nuestra historia familiar, tenía poco que ver con mis propios recuerdos. Pensé, ¿cómo puede haber versiones tan distintas de una historia compartida? Y ahí me dije que quería escribir una novela al respecto.

Al estar contada en primera persona y por una voz femenina, uno asume que tiene elementos autobiográficos. ¿Qué tanto de su historia personal hay en Lo que no aprendí, qué tanto hay en el personaje de Caty?

No creo mucho en los rótulos en la literatura. No creo que una novela sea más o menos autobiográfica por el registro que emplee: asumir que porque está en primera persona y en un género que coincide con el del autor esa historia es más autobiográfica que otras es, en mi opinión, un error de juicio. En Lo que no aprendí hay elementos autobiográficos, efectivamente, pero también los hay en otros libros, quizá de manera menos evidente, y los seguirá habiendo aunque escriba en tercera persona sobre un anciano que vive en Alaska. Volviendo a Lo que no aprendí, Caty es muy parecida al recuerdo que tengo de mí misma a los once años: curiosa, despistada, esquelética.

Anteriormente, usted había escrito un libro de cuentos Hay ciertas cosas que uno no puede hacer descalza, que se construye con diferentes historias sobre mujeres. Y en esta segunda novela suya es muy fuerte la presencia de lo femenino. ¿Ha temido en algún momento que la encasillen —que pasa muy a menudo— como una escritora de género?

No he tenido ese temor, no. Como te decía antes, no creo en los rótulos: son simplistas, circunstanciales y por lo tanto poco duraderos. Lo que queda de los libros es otra cosa.

En ese mismo sentido, ¿pesa en su narrativa esa sociedad matriarcal tan fuerte en la que crecemos los colombianos?

Pesa como pesa todo lo relacionado con mis orígenes, pero no es el eje de ninguna de mis historias hasta ahora. Siento que los temas que me preocupan y de los que suelo hablar son otros: la familia desmoronada, el quiebre de los vínculos afectivos, la incomprensión y la soledad en las sociedades contemporáneas, por mencionar algunos. 

En Hay Festival contaba también cómo se suele encasillar a los escritores del Caribe con el universo literario de García Márquez. ¿Qué tanto siente que ha pesado esa tradición en su caso, siendo una escritora tan joven?

Para mí, personalmente, nunca ha sido un peso. Quizá porque tampoco ha sido un referente, en el sentido de que creo que todo lo que tenía que hacerse y decirse en el terreno del realismo mágico ya está dicho por él. García Márquez es un orgullo, un abuelo prócer, un genio. Alguien así no podría ser un peso para nadie –al menos para nadie de mi edad– más bien al contrario. Ahora, es verdad que de cierto modo el mundo descubrió y entendió el Caribe colombiano, su geografía, su idiosincrasia, de la mano de los libros de García Márquez, por lo tanto abordar ese espacio literariamente supone siempre una expectativa fallida frente a quienes esperan que se les cuente ese universo con la lupa garciamarquiana. Pero mi mirada frente a ese espacio es, lógicamente, otra muy distinta.

Volvamos a su trabajo literario. ¿Es fácil pasar del cuento a la novela? ¿Qué género se le hace más fácil encarar por su estructura, por la construcción de atmósferas y personajes?

En los cuentos suelo tener una búsqueda más técnica. Disfruto mucho escribir cuentos porque cada historia me pone frente a un nuevo desafío en términos formales. Volviendo al registro —que no creo que sirva para etiquetar, pero sí para analizar quizá cierta intencionalidad del autor— no sé por qué casi todos mis cuentos están escritos en tercera persona y suceden en no lugares. No suelo ubicarlos geográficamente, a lo mejor para conseguir el desapego que creo necesario para encararlos. Los cuentistas que más me gustan trabajan los cuentos como maquinitas perfectamente aceitadas y cerradas a las que no les sobra nada, o les sobra todo, pero de manera intencional. En las novelas, en cambio, me permito más divergencias, más preguntas sin respuestas, más cabos sueltos. Diría que soy más laxa en términos formales, pero más dura en los temas planteados o sugeridos en los argumentos.

En ambos géneros es notorio su interés como autora en fijarse en los pequeños detalles, en construir relatos casi como una artesana que va juntando pequeñas cosas...

Para mí los detalles son el esqueleto de una narración, entonces invierto en ellos con el propósito de que la narración se sostenga firme y no flaquee.

¿Cuáles son los referentes literarios de Margarita García?

Tengo muchos y van cambiando. En general se mantienen aquellos en los que encuentro una pretensión minimalista, pero no trivial, más bien al contrario: aquellos que con pocas palabras alcanzan una profundidad pasmosa. Por ejemplo Juan Rulfo, José Emilio Pacheco, Josefina Vicent, Natalia Ginzburg, John Cheever, Raymond Carver, Carson McCullers, Anne Tyler y una argentina maravillosa que se llama Hebe Uhart.

¿Qué está leyendo ahora?

La Oculta, de Héctor Abad Faciolince.

Usted ha publicado siempre con editoriales independientes. ¿Es mera casualidad o cuesta llegar a los grandes sellos?

En realidad empecé publicando con Planeta en Argentina y con ellos sigo hasta ahora. Mi próximo libro (Cosas peores) saldrá este año con Seix Barral, sello de Planeta. Por fuera de Argentina me ha venido mejor publicar con editoriales medianas e independientes, son cuidadosas y valoran mucho a los autores como autores. En España me publica un sello que se llama Malpaso, es sencillamente una gema. En Colombia salió recientemente Hasta que pase un huracán, una novela corta que editó Laguna, otra editorial preciosa. Y este año, en Chile, saldrá una compilación de textos míos (una especie de edición curada) con una editorial muy bonita que se llama Montacerdos.

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