Ana María Shua, escritora cuasi especializada en la denominda Minificción, publica Fenómenos de circo. foto:Eduardo Carrera.fuente:adncultura.comAna María Shua vuelve al microrrelato, ese género que hizo de la brevedad máxima su premisa, y presenta en Fenómenos de circo una galería de extravagantes personajes que desafían los límites de lo humano
-¿Recurriste a recuerdos personales?
-Es lo primero que aparece. Aunque, en realidad, desde chica el circo me produjo una sensación contradictoria; entre la música alegre, los brillos, las lentejuelas y el deterioro, la precariedad, el terciopelo un poco raído. Mi recuerdo de infancia más intenso es el olor: los animales encerrados, la humedad de la carpa. Son imágenes de circos pobres en los lugares de veraneo. Si uno prestaba atención, notaba que el trapecista también era el domador y el mago era el que cobraba las entradas.
-En el prólogo se expone el ansia secreta de violencia de todo espectador, que contradice la idea de que el circo es sólo un entretenimiento.
-La posibilidad del fracaso es constitutiva de la fascinación por un espectáculo riesgoso. Ahí hay un tipo de placer morboso muy fértil literariamente. En el texto imagino un circo donde todo falle: que el trapecista se caiga, que las fieras se coman al domador. El fallo es central en la literatura. La felicidad puede propiciar la lírica, pero no la narrativa. Cuando todo sale bien no hay nada que contar. Se necesita el error, la falla y, sobre todo, la conciencia de la finitud de la vida para que haya literatura.
-¿Cómo explotaste las posibilidades narrativas de los oficios circenses?
-Me detuve en la quintaesencia de cada uno. Descubrí, por ejemplo, que el núcleo de la risa del payaso es el fracaso: entonces apareció uno tan habilidoso que fracasa incluso en hacer reír. Otro hallazgo fue el drama de los tragasables, cuyo acto es verdadero, no hay truco, pero sólo pueden exhibir lo exterior de la proeza, cuando lo interesante ocurre por dentro. Tienen que inventar métodos para probar su veracidad. Muchos han muerto. Así encontré la historia del que se tragó un tubo de neón y lo encendió, con tanta mala suerte que ante la ovación del público hizo una reverencia y el tubo estalló dentro de él.
-Una de las secciones más impresionantes es la de la exhibición de freaks , siempre al límite de la corrección política. ¿Cómo los buscaste?
-Aparecieron en Internet y en un par de libros. Como la biografía de Joseph Merrick, el Hombre Elefante. Por supuesto me producen horror y fascinación. Me apena que la corrección política haya quitado a estas personas esta posibilidad de trabajo. Estudiando sus vidas me di cuenta de que gente común y corriente a la que le tocaba un envase defectuoso encontraba en exhibirse la posibilidad de ser importante, de ganar dinero y mantener a su familia. Muchas veces pudieron casarse y tener hijos, llevar vidas en cierto modo normales. La "bondad" de la corrección política les cerró esa posibilidad.
-Muchos cuentos recurren a la hipérbole de un acto circense que, en textos tan breves, permite saltar en una sola frase del realismo a la literatura fantástica.
-Más que un recurso del microrrelato es una predilección personal. También hay en el género autores realistas, como Eduardo Galeano. Los españoles suelen ser más realistas que los latinoamericanos, que tenemos una fuertísima tradición fantástica. Entre mis lecturas iniciales están la famosa antología de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, y otra maravillosa colección, la Antología del cuento extraño , de Rodolfo Walsh.
-¿Cómo te interesaste en el género?
-En 1985 trabajaba en una empresa de publicidad junto con el poeta Ramón Plaza, que me regaló una colección de la revista mexicana El Cuento , editada por Edmundo Valadés. Tenía muchos relatos brevísimos de escritores latinoamericanos de entonces. Valadés era un cultor del microrrelato y organizaba un concurso permanente. En esa época no era un género distinto del cuento, sino una posibilidad más que habían empleado muchos de nuestros maestros: Borges, Cortázar, Denevi, Bioy Casares, Anderson Imbert. Me pareció natural escribir algunos y los envié con una carta al concurso. No me publicaron ninguno, pero sí publicaron la carta.
-Ahora no sólo se lo considera un género sino que hay congresos y encuentros de sus promotores. ¿A qué se debe esta popularidad?
-Hace unos veinte años la crítica lo definió como género aparte del cuento. Ese casillero propio lo transformó en un terreno inexplorado para los trabajos académicos. En varias universidades iberoamericanas se empezó a escribir sobre él. Internet también fue un espacio de difusión adecuado, porque es ideal para leer en pantalla. Este auge es más importante en España, donde las editoriales lo acompañan. En América latina yo soy una de los poquísimos escritores que tienen libros de microrrelatos. Hoy reina la novela y tanto el cuento tradicional como el cuento corto tienen dificultades. Se dice que el cuento breve es ideal para esta época en la que nadie tiene tiempo de leer textos extensos, pero las listas de best sellers lo desmienten. La literatura más popular es la novela de más de quinientas páginas. Paradójicamente, es más fácil leer novelas, en las que uno se familiariza con los códigos y los personajes, y luego puede entrar y salir con cierta facilidad. Cada microrrelato, en cambio, es un pequeño mundo con sus reglas. Tan pronto como se descifran el cuento terminó. Estos libros no son para leer de una sentada. Como la poesía, requieren de mucha atención.
Fenómenos de circo
Ana María Shua
Emecé
204 páginas
$ 79
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