Hoy sábado arranca en México la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, definida por sus organizadores como la mayor cita literaria de Iberoamérica
Con motivo de su vigesimoquinto aniversario, la feria seleccionó a 25 jóvenes promesas de las letras latinoamericanas. BBC Mundo les propuso reflexionar sobre la literatura y la violencia en el continente.
A lo largo de la semana les ofreceremos textos inéditos de seis autores sobre las pandillas en las calles de Caracas, la relación entre las balas y las letras o el dolor del narco en Colombia y México...
Es el turno del guatemalteco Javier Mosquera.
Vuelven
Justo antes del primer rayo de sol, entró corriendo el niño por la puerta secreta. Traía en los ojos desorbitados la imagen fresca de la adolescente descuartizada. La que encontró en el fondo del barranco, junto al río de aguas negras, en una bolsa de basura. Entonces lo supimos. Vuelven por nosotros.
Sabemos muy bien quiénes son, pero durante años fingimos ignorancia. Era evidente su presencia en los fantasmas del pasado, bailaban debajo de nuestras narices. Sin embargo, insistimos en desechar los recuerdos hasta convertirnos en una ausencia constante, en una cotidiana sinrazón. Ellos lo aprovecharon. Poco a poco encendieron la fatalidad perenne y esperaron a que la angustia arropara la cobardía y nos precipitara en la inmovilidad.
Ahora que nos saben a su merced, arrancan sus máscaras de jícara y se abalanzan inmisericordes a reventarnos el destino.
Algunos de nosotros tratan de persuadirnos de no hacer nada y siguen en espera del elegido, aquel que creen, por arte de magia, vendrá a arreglarnos el porvenir. Pero se acabaron los encantadores. Ya no hay ningún dueño de la esfera y se perdieron los que descifran secretos. A la que tenía el cielo en los ojos, hace mucho que ya no la vemos por aquí. Ni siquiera dejó su manto púrpura para cubrirnos el espanto. Y todos los augurios capaces de repartir caricias y flores se fueron con ella. Estamos solos y desarmados. No nos queda más que correr.
Entonces huimos por calles desiertas, en cuyas orillas la sangre fluye como si fueran mares. Atravesamos cientos de aldeas donde aún persisten los cuerpos calcinados y decapitados. Y nosotros, rebosantes de iniquidad, seguimos empeñados en olvidar a los responsables de semejante ignominia. Esos que ahora regresan, ufanos, a castigar nuestra estupidez. Y las cabezas sin dueño vomitan en las aceras. Los ojos sin cuencas están destripados en las paredes, los cerebros sin sueños duermen esparcidos en las ventanas, cumpliendo a cabalidad su papel de conciencia maldita, de testigos de una historia vergonzosa que nos obliga a apresurar esta fuga desesperada.
Ya los desolados pierden el paso y caen. Instantes después los pusilánimes empiezan a ser masacrados. A ellos les seguirán, sin duda, los descreídos y los hacedores de cuentas, calculadores del mínimo esfuerzo. Y después, los mercaderes, los cómplices y los vendedores de fumarolas.
¿Quedaremos algunos con la suficiente convicción? ¿Podremos unos cuántos taparnos los oídos para que sus tambores no nos destrocen los tímpanos y nos lleven con su redoble funesto al despeñadero de todas las ilusiones?
"¿Porque existe, no es cierto? El lugar en el que puede empezar a construirse lo que hasta hoy nos juran y perjuran imposible"
Por eso las miradas se llenan de luciérnagas. Escudriñan la oscuridad e intentan arrebatarle la ventaja al eclipse que desde hace rato oculta toda brillantez. Y cuando falten los ojos, serán necesarias las uñas. Aunque sea a rasguños habremos de encontrar la puerta correcta.
¿Porque existe, no es cierto? El lugar en el que puede empezar a construirse lo que hasta hoy nos juran y perjuran imposible. Esa es nuestra única esperanza. La última.
Si no, ya todo será en vano y en algún momento nos detendremos a esperarlos, a que nos alcancen de una vez por todas para ofrecerles nuestros cuerpos en un sacrificio inútil, pues ya no existen deidades, y si las hubiera, ¿por qué iban a aceptar los despojos de este pueblo sin memoria?
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