Fabian Casas. Escritor y periodista, autor , entre otros, de Breves apuntes de autoayuda. fotoilustración. fuente: Revista ÑEl psiquiatra suizo Carl Gustav Jung enunció el concepto de sincronicidad para coincidencias significativas que suceden sin tener, a prori, ninguna causa. Del fútbol al crimen, Casas las analiza como "residuos de ficción"
Mi mujer, Guadalupe, suele tener –como Nabokov– opiniones contundentes. Para ella no existe eso de la real politik . No entiende por qué para gobernar es necesario negociar con los malos y ahí donde muchos hoy ven una revolución ella sólo nota conservadurismo. La mayoría de las veces tiene razón. Hace diez años que la conozco y nunca le pude rebatir sus embates contra el fútbol. Disciplina que le parece –por su alcance social– el opio de los pueblos.
La verdad es que yo –cuando veo el exacerbado chauvinismo que despierta nuestra selección nacional– siento lo mismo. Sin embargo, amo a mi club. Creo que soy un hincha puro. ¿Qué significa esto? Que quiero que mi equipo gane defendiendo el valor del adversario. Que no tengo comisión sobre la venta de los jugadores, no apoyo ni soy fuerza de choque de ningún empresario o político del club, y pago mi entrada o la cuota social para ver al equipo de mis amores. En definitiva, doy todo lo que puedo y sólo pido que mi equipo juegue al ataque, de manera digna y sin ningún tipo de trampa para ganar, perder o empatar.
Guadalupe dice que el fútbol puede ser hermoso como juego pero que se convirtió en un negocio, una pasión inútil. Aun aceptando que tiene absoluta razón, ¿se puede decir algo más? Voy a intentarlo.
El fútbol en principio es un juego, con determinadas reglas. Una vez puesto a funcionar, lo que sucede es un encadenamiento de ficciones demenciales difíciles de parar. Y la ficción, sabemos, es el motor de nuestra vida. No hablo de ficción en términos morales, como si se tratara de una mentira. Hablo de la ficción como un combustible vital. La misma ficción que puebla al fútbol es la que habita en, por ejemplo, Anna Karenina (1877), de Tolstoi.
Tomemos sus primeras páginas. Siempre me sorprendió la simetría de esos primeros capítulos cuando Anna llega por primera vez en tren para visitar a los Oblonsky y en la estación se produce un accidente. Alguien se tiró a las vías en un intento de suicidio. Lo mismo hará Anna hacia el final del libro. ¿Tolstoi escribió todo el libro o agregó este capítulo sobre el final? Se supone que había ya leído Madame Bovary (1856), de Flaubert, y que sabía que Anna "era boleta" hacia el final de la historia. Entonces ¿de qué manera funciona esta simetría? En el lector da la impresión de producir un suceso telepático cuando finalmente terminamos la novela. Tolstoi logra, de alguna manera genial, hacernos vivir un hecho que todavía no está sucediendo. Carlos Castaneda recibe de Don Juan un consejo clave para convertirse en brujo y ver la realidad de una manera más significativa. Se trata de la técnica de "desatino controlado", es decir, captar que todas las cosas no tienen ningún sentido y a pesar de esto, actuar como si lo tuvieran.
La vida humana –podría decir Schopenhauer, por ejemplo– no tiene ningún sentido. Y ni qué hablar de un práctica estúpida como el fútbol. En la primera película de la saga Matrix, Morfeo le muestra a Neo dos televisores, en uno, se ve la vida ordinaria, en otro, un mundo devastado. La ficción, me gustaría afirmar, es la tercera posición. Ni el mundo ordinario ni el mundo de lo real lacaniano: el mundo intenso.
No me puedo olvidar el día en que mi maestra de segundo grado, jactándose de ciertos contactos, nos dijo que el Caballero Rojo era el gitano Ivanoff. Nos liquidó. Aún hoy me cuesta ver el catch sin la ficción que le ponía el gran Karadajián, en Titanes en el ring. El catch, sabiendo que está todo arreglado, es como un día perdido, donde nuestras esperanzas y anhelos se vuelven una estupidez. Los jugadores de fútbol son personajes. Odiados o amados por igual. Los árbitros también son personajes. En dónde, si no en una ficción, un jugador como Martín Palermo, que no está dotado para nada mete goles de cabeza desde mitad de cancha o hace otro a la velocidad de las películas de Tarkovsky después de volver de una lesión dramática para finalmente retirarse del fútbol haciendo llorar a todo el estadio.
El guionista, más allá de los Grondona y los Passarella de turno, está siempre un paso adelante de nosotros. ¿No intuían los hinchas de River que Pavone iba a errar ese penal, que selló su descenso a la B? ¿No sintieron que eso ya había pasado? ¿O será que lo imaginaron tanto, de manera colectiva, que finalmente ocurrió? ¿Cómo puede ser que un andinista que se salva de morir congelado se llame Matteo Refrigeratto? ¿O que un especialista en violencia familiar se llame Garrote? ¿O que una chica a quien se acusó de matar a su amiga se apellide Frend? El psiquiatra suizo Carl Gustav Jung enunció el concepto de sincronicidad para dar cuenta de las coincidencias significativas que suceden sin tener, a prori , ninguna causa, pero que podrían significar algo, es decir (decimos nosotros), un residuo de ficción. Da el ejemplo de la esposa de un paciente suyo que le refiere que cuando murieron su madre y su abuela, se habían reunido en la ventana de la cámara mortuoria una gran cantidad de pájaros. Teniendo esto en la psique, entró en pánico cuando su marido salió a la calle para visitar al doctor Jung y una gran bandada de pájaros se posaron en la puerta de su casa. Por supuesto, el hombre cayó fulminado en la calle. Aceptar que en este relato –escribe el crítico Abrahan Haber– hay una relación de significado, "implica aceptar que la realidad también es simbólica, que un objeto real es metáfora de otro, que el significado también tiene existencia independiente de la conciencia humana que lo otorgue".
Para los científicos, todo esto es pura ficción. Pero los lectores sabemos que desde hace siglos el mundo de Tlön, creado por Borges en Ficciones (1944), intenta penetrar en este mundo banal y sin sentido.
De esta manera podemos decir, por ejemplo, que cuando vimos en la televisión a Benjamin Linus mover la isla de Lost de manera artesanal, con una rueda inmensa, de alguna forma se estaba sellando la suerte de River.
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