La deteriorada construcción de la aduanilla de Paiba cambió su cara y se volvió un centro cultural
El Matadero Municipal antiguo ahora es una soñada biblioteca pública./eltiempo.com |
El hilo de sangre salió de la
cabeza de un toro vigoroso que colgaba de un gancho metálico. Atravesó
el matadero mientras se iba juntando con delgados riachuelos escarlatas
que caían de las testas de reses menos corpulentas.
El gran río siguió un camino recto, descendió por el canal de los
desechos. Luego dobló a izquierda y derecha para desembocar finalmente
en una urna gigantesca. De allí, de esa vasija, salían los espesos vasos
rojos que los bogotanos de 1926 bebían como si se tratara de un escaso
vino del mediterráneo.
“Pura vitamina. La sangre de toro es para los machos. Potencia y
salud. Véame”, relata un anciano más bien enfermizo que ha vivido toda
su vida cerca del antiguo matadero municipal aduanilla de Paiba, en la
localidad de Puente Aranda.
Hace dos años, las ruinas de este matadero que cerró sus puertas
definitivamente en el año 1978 por problemas de salubridad pública
comenzaron a transformarse en el centro cultural de la Universidad
Distrital.
Noé González, supervisor de la obra, recorre los pasillos contando la
historia de la restauración del viejo matadero que ahora es también la
biblioteca pública Francisco José de Caldas. El contraste es
brusco, como del infierno al paraíso. Los escenarios se superponen en su
relato, pasado y presente articulan un juego improbable.
En una sala oscura donde antes los hombres de sombrero, los
matarifes, desollaban animales sistemáticamente, ahora hay un espacio
luminoso repleto de libros y auditorios.
“La sala donde se lavaban las tripas es una sala dedicada a la
música. Y la plataforma desde donde se observaba el ganado criollo que
sería sacrificado será en unos meses un observatorio astronómico”,
cuenta Noé.
La alcaldía de Lucho Garzón, hace unos años, se tomó el sitio para
reubicar a los desterrados de El Cartucho. Entre el humo de las pipas
que se rellenaban con el polvo del ladrillo raspado de las paredes y la
mierda de las palomas que invadieron la oscuridad de las aulas, el
matadero se fue deteriorando, consumiendo en la podredumbre.
La nueva estructura, que tuvo un costo de 28.000 millones de pesos,
conserva los rasgos esenciales de su pasado industrial. Los techos de
hierro, traídos de Estados Unidos en 1926 para sostener las tejas, son
los mismos. La fachada es idéntica. La chimenea que soltaba el humo
denso de las pezuñas que se cocinaban en su interior se mantiene erguida
como el símbolo del lugar.
El trabajo de reconstrucción fue cuidadoso. La intervención fue, en
lo posible, mínima. La parte administrativa del matadero es hoy también
la del centro cultural. Los muros y el esqueleto de la edificación
fueron reforzados para que cumplieran con las normas del código de
sismorresistencia.
Los sistemas de ventilación se aprovecharon para mantener el flujo de
aire. La abertura del techo fue transformada en una suerte de solar por
donde entra una luz natural suficiente para mantener el espacio
iluminado por completo.
El rojo de la decoración es atrevido pero es una apuesta válida teniendo en cuenta la historia del lugar. La
construcción, que está ubicada en una zona estratégica (calle 13 con
carrera 32) para el futuro de la ciudad, ha ido cambiando el barrio.
La recuperación de la manzana es notable. Las hogueras de los
indigentes desaparecieron. La restauración dejó en los vecinos una
sensación de seguridad.
El centro cultural será inaugurado el próximo martes. El diseño fue
reconocido hace apenas unos días con el premio Fiabci en la categoría
renovación, galardón que le otorgó la Federación Internacional de
Profesiones Inmobiliarias.
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