En la frontera entre literatura y medicina, el célebre neurólogo inglés construyó una obra en que los casos clínicos reales resultan tan apasionantes como una novela; su nuevo libro, Alucinaciones, que publicará Anagrama en estos días, se centra en las visiones derivadas de un raro síndrome; un fragmento de anticipo y un análisis de su figura
Sacks confiesa haberse inspirado en la obra del médico ruso Alexander Luria./ Adam Scourfield./adncultura.com |
Un día de finales de noviembre de 2006, recibí una
llamada de emergencia de una residencia de ancianos en la que trabajo.
Uno de los residentes, Rosalie, una mujer de más de noventa años, de
repente había empezado a ver cosas, a tener extrañas alucinaciones que
parecían extraordinariamente reales. Las enfermeras habían llamado al
psiquiatra para que la visitara, pero también se preguntaban si el
problema no podría ser de origen neurológico: Alzheimer, quizá, o una
apoplejía.
Cuando llegué y la saludé, me sorprendió comprobar que
Rosalie estaba totalmente ciega, algo que las enfermeras no me habían
mencionado. Aunque llevaba años sin ver nada, ahora "veía" cosas justo
delante de ella.
"¿Qué tipo de cosas?", pregunté.
"¡Gente que lleva vestidos orientales!", exclamó ella.
"Con telas drapeadas; suben y bajan escaleras..., un hombre que se
vuelve hacia mí y sonríe, pero en un lado de la boca tiene los dientes
enormes. También veo animales. Veo una escena con un edificio blanco, y
está nevando: una nieve blanca, que se arremolina. Veo un caballo (no es
un caballo bonito, es un caballo de labor) con un arnés, quitando la
nieve..., pero cambia sin cesar... Ahora veo muchos niños; suben y bajan
las escaleras. Llevan colores vivos: rosa, azul..., como un vestido
oriental."
Llevaba varios días viendo estas escenas.
En el caso de Rosalie, observé que (al igual que ocurre
con muchos otros pacientes) mientras alucinaba tenía los ojos abiertos,
y aunque no podía ver nada, sus ojos se movían de aquí para allá, como
si de hecho estuviera mirando algo. Fue lo primero que llamó la atención
de las enfermeras. Ese gesto de mirar o escudriñar no ocurre con las
escenas imaginadas; casi todo el mundo, cuando visualiza o se concentra
en sus imágenes internas, tiende a cerrar los ojos o a poner una mirada
abstraída, como si no observara nada en particular. Como pone de
manifiesto Colin McGinn en su libro Mindsight, nadie espera descubrir
nada sorprendente o novedoso en sus propias imágenes, mientras que las
alucinaciones pueden estar llenas de sorpresas. A menudo son mucho más
detalladas que las imágenes, y reclaman que se las inspeccione y
estudie.
Rosalie dijo que sus alucinaciones se parecían más "a
una película" que a un sueño; y al igual que una película, a veces le
fascinaban y otras le aburrían ("todo ese subir y bajar, tanta
vestimenta oriental"). Iban y venían, y parecían no tener nada que ver
con ella. Eran imágenes mudas, y la gente no parecía fijarse en ella.
Aparte de ese misterioso silencio, las figuras parecían bastante sólidas
y reales, aunque a veces tenían sólo dos dimensiones. Pero ella nunca
había experimentado nada parecido, así que no podía dejar de preguntarse
si se estaba volviendo loca.
Interrogué concienzudamente a Rosalie, pero no descubrí
nada que sugiriera confusión o delusión. Al examinar sus ojos con un
oftalmoscopio, pude ver el desastroso estado de sus retinas, pero
ninguna otra dolencia. Desde el punto de vista neurológico, su estado
era completamente normal: se trataba de una anciana de carácter decidido
y muy vigorosa para sus años. La tranquilicé acerca del estado de su
cerebro y su mente; la verdad es que parecía bastante cuerda. Le
expliqué que sus alucinaciones, aunque parezca mentira, no son
infrecuentes en personas ciegas o con la vista dañada, y que no se trata
de visiones "psiquiátricas", sino de una reacción del cerebro a la
pérdida de la visión. Padecía algo que se conoce como el síndrome de
Charles Bonnet.
Rosalie asimiló la información y dijo que no comprendía
por qué había comenzado a tener alucinaciones ahora, después de varios
años de ceguera. Pero quedó muy contenta y tranquila después de que le
dijera que sus alucinaciones representaban una enfermedad identificada
que incluso tenía nombre. Se incorporó y dijo: "Dígaselo a las
enfermeras..., que padezco el síndrome de Charles Bonnet". A
continuación me preguntó: "Por cierto, ¿quién era ese tal Charles
Bonnet?"
Charles Bonnet fue un naturalista suizo del siglo XVIII
cuyas investigaciones cubrieron campos muy variados, desde la
entomología hasta la reproducción y regeneración de los pólipos y otros
animálculos. Cuando de resultas de una enfermedad ocular ya no pudo
seguir utilizando su amado microscopio, se pasó a la botánica -llevó a
cabo experimentos pioneros de fotosíntesis-, luego a la psicología, y
finalmente a la filosofía. Cuando se enteró de que su abuelo Charles
Lullin había comenzado a tener "visiones" a medida que le fallaba la
vista, Bonnet le pidió que le dictara lo que veía con todo detalle.
En su libro de 1690 Ensayo sobre el entendimiento
humano, John Locke expuso la idea de que la mente es una tabla rasa
hasta que recibe información de los sentidos. Este "sensacionalismo",
como lo llamó, se hizo muy popular entre los filósofos y racionalistas
del siglo XVIII, Bonnet entre ellos. Bonnet también concebía el cerebro
como "un órgano de composición intrincada, o más bien, un conjunto de
diferentes órganos". Todos estos diferentes "órganos" poseían su función
diferenciada. (Esta concepción modular del cerebro resultó radical en
la época, pues el cerebro sigue siendo ampliamente considerado como
indiferenciado y uniforme en su estructura y función.) Así fue como
Bonnet atribuyó las alucinaciones de su abuelo a una continuada
actividad en lo que, postuló, eran partes visuales del cerebro: una
actividad que ahora se basaba en la memoria, ya que no podía basarse en
la sensación.
Bonnet -que posteriormente experimentó alucinaciones
semejantes cuando su vista decayó- publicó un breve relato de las
experiencias de Lullin en su libro de 1760 Essai analytique sur les
facultés de l'âme, dedicado a considerar la base fisiológica de diversos
sentidos y estados mentales, pero el relato original de Lullin, que
ocupaba dieciocho páginas de un cuaderno, estuvo perdido durante casi
ciento cincuenta años, y sólo salió a la luz a principios del siglo XX.
Douwe Draaisma ha traducido recientemente el relato de Lullin,
incluyéndolo en una detallada historia del síndrome de Charles Bonnet en
su libro Dr. Alzheimer, supongo.
Contrariamente a Rosalie, Lullin no había perdido la
vista del todo, y sus alucinaciones se superponían a lo que veía en el
mundo real. Draaisma resumió el relato de Lullin:
A partir de febrero de 1758, empezó a ver objetos
extraños que flotaban en su campo visual. Todo comenzó con algo que
asemejaba un pañuelo azul, con un circulito amarillo en cada esquina.
[...] El pañuelo seguía los movimientos de su mirada: allí donde mirara,
ya fuera una pared, su cama o un tapiz, el pañuelo se colocaba delante y
tapaba los objetos corrientes de la habitación. Lullin estaba
perfectamente lúcido y en ningún momento pensó que de verdad hubiera un
pañuelo azul. [...] Un buen día de agosto, Lullin recibió la visita de
dos de sus nietas. Sentado en su sillón frente a la chimenea, ellas
tomaron asiento a su lado derecho. Del lado izquierdo llegaron caminando
dos hombres jóvenes; ambos lucían unos preciosos abrigos en rojo y
gris, sus sombreros ribeteados con galón de plata. "¡Qué caballeros tan
apuestos os acompañan!", les dijo a sus nietas, "¿por qué no me
avisasteis de que vendrían?" Ellas le juraron que no veían nada. Al
igual que el pañuelo, poco después los dos hombres se desvanecieron sin
dejar rastro. En las semanas siguientes muchas personas imaginarias
vinieron a visitarle, todas ellas damas con peinados muy elegantes,
algunas incluso traían una cajita en la cabeza. [...]
Poco tiempo después, Lullin, de pie frente a la
ventana, vio llegar un carruaje que se detuvo frente a la casa de los
vecinos. Para su sorpresa, vio cómo el carruaje crecía hasta alcanzar el
canalón del tejado, a nueve metros de altura, todo en su debida
proporción. [...]
La variedad de las imágenes sorprendía a Lullin: a
veces veía una nube de puntitos que de repente se transformaba en una
bandada de palomas o en un grupo de mariposas revoloteantes. O veía
flotar en el aire una rueda giratoria, de las que se usaban en las
grúas. En otra ocasión, mientras paseaba por la ciudad se había
asombrado al ver unos andamios gigantescos; al llegar a casa vio los
mismos andamios montados en su habitación, pero en miniatura, a lo sumo
de un metro de altura.
Tal como descubrió Lullin, las alucinaciones del
síndrome de Charles Bonnet iban y venían; las suyas duraron unos meses y
después desaparecieron para siempre.
En el caso de Rosalie, sus alucinaciones remitieron a
los pocos días, tan misteriosamente como habían aparecido. Casi un año
después, sin embargo, recibí otra llamada telefónica de las enfermeras
diciéndome que Rosalie se encontraba "en un estado terrible". Las
primeras palabras que pronunció Rosalie al verme fueron: "De manera
repentina, surgiendo de un cielo azul y despejado, el Charles Bonnet ha
regresado con una fuerza insólita". Me relato cómo unos días antes "unas
figuras habían comenzado a caminar a su alrededor; la habitación
parecía abarrotada. Las paredes se convirtieron en enormes puertas;
cientos de personas comenzaron a entrar. Las mujeres iban muy bien
emperifolladas, con hermosos sombreros verdes y pieles adornadas con
oro; pero los hombres eran aterradores: grandes, amenazantes, con
aspecto poco respetable, desaliñados, y movían los labios como si
hablaran".
En aquel momento, a Rosalie las visiones le parecieron
totalmente reales. Casi había olvidado haber padecido el síndrome de
Charles Bonnet. Me dijo: "Estaba tan asustada que chillaba y chillaba:
'¡Sacadlos de mi habitación, abrid las puertas! ¡Sacadlos y luego cerrad
las puertas!'" Oyó que una enfermera decía de ella: "No está en su sano
juicio".
Tres días más tarde, Rosalie me dijo: "Creo que sé qué
ha vuelto a provocarlas". Añadió que los primeros días de aquella semana
habían sido muy tensos y agotadores. Había llevado a cabo un largo y
caluroso trayecto hasta Long Island para ver a un especialista
gastrointestinal, y por el camino había sufrido una fea caída hacia
atrás. Había llegado con muchas horas de retraso, conmocionada,
deshidratada y casi al borde del colapso. La habían acostado y se había
sumido en un sueño profundo. A la mañana siguiente, nada más despertar
experimentó aterradoras visiones de gente irrumpiendo en su habitación a
través de las paredes que duraron treinta y seis horas. A continuación
se sintió un poco mejor y comprendió qué le estaba ocurriendo. En aquel
momento le ordenó a un joven voluntario que buscara información del
síndrome de Charles Bonnet en internet y entregara copias a las
enfermeras, para que éstas supieran qué le ocurría.
Durante los días siguientes, sus visiones eran mucho
más débiles y cesaban del todo mientras hablaba con alguien o escuchaba
música. Sus alucinaciones se habían vuelto "más tímidas", dijo, y ahora
sólo tenían lugar por la noche, si se sentaba en silencio. Me acordé del
pasaje de En busca del tiempo perdido en el que Proust menciona las
campanas de la iglesia de Combray, cuyo sonido parecía apagado durante
el día, y que sólo se oían cuando el alboroto y el estruendo del día se
apagaban.
Traducción Damián Alcu
No hay comentarios:
Publicar un comentario