La flamante novela del escritor será distribuida a comienzos de diciembre por Mondadori; aquí, como anticipo, un fragmento del capítulo inicial
Poratada La infancia de Jesús de J.M. Coetzee/adncultura.com |
El hombre de la puerta les indica un edificio bajo y achaparrado que hay no muy lejos.
-Si se dan prisa -dice-, podrán registrarse antes de que cierren.
Se apresuran. «Centro de Reubicación Novilla»,* dice el letrero.
«Reubicación», ¿qué significará eso? No es una de las
palabras que ha aprendido. La oficina es amplia y sobria. También
calurosa, incluso más que afuera. Al fondo, un mostrador de madera cruza
la sala, dividido por paneles separadores de cristal esmerilado.
Apoyada en la pared hay una hilera de ficheros de
madera barnizada. Suspendido de uno de los paneles hay un letrero,
«Recién llegados», con las palabras impresas en negro en un rectángulo
de cartón. La empleada de detrás del mostrador, una mujer joven, le
saluda con una sonrisa.
-Buenos días -dice él-. Acabamos de llegar. -Pronuncia
las palabras despacio, en el español que tanto le ha costado dominar-.
Estoy buscando trabajo y un sitio donde vivir. -Sujeta al niño por las
axilas y lo levanta para que pueda verlo-. Tengo un niño conmigo.
La joven se inclina para darle la mano al niño.
-¡Hola, muchachito! -dice-. ¿Es su nieto?
-Ni mi nieto, ni mi hijo, pero soy responsable de él.
-Un sitio donde vivir. -Hojea los documentos-. Tenemos
una habitación libre, aquí en el Centro, que puede usted usar mientras
busca algo mejor. No será lujosa, pero tal vez no le importe. En cuanto
al trabajo, ya buscaremos algo por la mañana. parece usted cansado.
Seguro que quiere descansar. ¿Vienen de lejos?
-Llevamos toda la semana en la carretera. Hemos venido de Belstar, del campamento. ¿Conoce Belstar?
-Sí, lo conozco bien. Yo misma vine por Belstar. ¿Aprendió español allí?
-Hemos asistido seis semanas a clases diarias.
-¿Seis semanas? Tiene suerte. Yo pasé tres meses en
Belstar. Casi me muero de aburrimiento. Lo único que me animó a seguir
fueron las clases de español. ¿No tendría por casualidad de profesora a
la señora Piñera?
-No, nuestro profesor era un hombre. -Duda-. ¿Puedo
cambiar de tema? Mi niño -mira al crío- no está bien. En parte es porque
está disgustado, confuso y disgustado, y no ha comido como es debido.
La comida del campamento le parecía rara, no le gustaba. ¿Hay algún
sitio donde podamos comer como es debido?
-¿Cuántos años tiene?
-Cinco. Es la edad que le han asignado.
-Y dice usted que no es su nieto.
-Ni mi nieto, ni mi hijo. No somos familia. Tome.
Saca las cartillas del bolsillo y se las entrega.
Ella comprueba las cartillas.
-¿Se emitieron en Belstar?
-Sí. Ahí fue donde nos pusieron nuestros nombres españoles.
La joven se inclina sobre el mostrador.
-David. es un nombre muy bonito -dice-. ¿Te gusta tu nombre, muchachito?
El niño la mira a su misma altura, pero no responde.
¿Qué es lo que ella ve? Un niño pálido y delgado con un abrigo de lana
abotonado hasta el cuello, pantalones cortos grises hasta las rodillas,
botas negras de cordones sobre unos calcetines de lana y una gorra de
tela ladeada.
-¿No tienes calor con tanta ropa? ¿Quieres quitarte el abrigo?
El niño mueve la cabeza.
Él interviene.
-La ropa es de Belstar. La escogió él mismo, entre lo que tenían. Le tiene mucho apego.
-Entiendo. Lo preguntaba porque me parecía demasiado
abrigado para un día como hoy. A propósito: tenemos un almacén en el
Centro donde la gente dona la ropa que les ha quedado pequeña a sus
hijos. Está abierto todas las mañanas los días laborables. Puede
servirse usted mismo. Encontrará más variedad que en Belstar.
-Gracias.
-Además, una vez que haya cumplimentado los formularios
necesarios, podrá sacar dinero con la cartilla. Dispone de una
prestación por traslado de cuatrocientos reales. El niño también.
Cuatrocientos cada uno.
-Gracias.
-Y ahora, permita que le lleve a su habitación.
Se inclina y le susurra a la mujer del mostrador de al
lado, que lleva el letrero «Trabajos». La mujer abre un cajón, rebusca
en él y mueve la cabeza.
-Un pequeño contratiempo -dice la joven-. Parece que no
tenemos la llave de su habitación. La tendrá la conserje del edificio.
Es la señora Weiss. Vaya al Edificio C. Le dibujaré un plano. Cuando la
encuentre, pídale que le dé la llave de la C-55. Dígale que le envía
Ana, de la oficina principal.
-¿No sería más fácil darnos otra habitación?
-Por desgracia, la C-55 es la única que está libre.
-¿Y la comida?
-¿La comida?
-Sí. ¿Hay algún sitio donde podamos comer?
-Pregunte también a la señora Weiss. Ella podrá ayudarles.
-Gracias. Una última pregunta: ¿hay alguna organización especializada en reunir a la gente?
-¿Reunir a la gente?
-Sí. Debe de haber mucha gente buscando a miembros de
su familia. ¿Hay alguna organización que ayude a reunir a las familias.
familias, amigos, amantes?
-No, no he oído hablar de ninguna organización así.
En parte porque está cansado y desorientado, en parte
porque el plano que le ha dibujado la joven no es muy claro y en parte
porque no hay letreros, tarda un buen rato en encontrar el Edificio C y
la oficina de la señora Weiss. La puerta está cerrada. Llama. No hay
respuesta. Para a una mujer diminuta con la cara puntiaguda y ratonil
que pasa por allí y que lleva el uniforme de color chocolate del Centro.
-Busco a la señora Weiss.
-Ha salido -dice la joven, y cuando ve que no le entiende añade-: Se ha tomado el día libre. Vuelva por la mañana.
-En ese caso, tal vez pueda usted ayudarnos. Estamos buscando la llave de la habitación C-55.
La joven mueve la cabeza.
-Lo siento, no me ocupo de las llaves.
Vuelven al «Centro de Reubicación». La puerta está
cerrada. Golpea el cristal. No hay indicios de que haya nadie dentro.
Vuelve a golpear el cristal.
-Tengo sed -se queja el niño.
-Espera un poco -dice él-. Buscaré un grifo.
La chica, Ana, aparece en la esquina del edificio.
-¿Llamaba? -dice.
Una vez más, le sorprenden la juventud, la salud y la lozanía que irradia la joven.
-Por lo visto, la señora Weiss se ha ido a su casa. ¿No
podría hacer usted algo? ¿No tiene una. cómo se dice, llave universal
para abrir la habitación?
-Llave maestra. No hay una llave universal. Si
tuviéramos una, se habrían acabado nuestros problemas. No, la señora
Weiss es la única que tiene una llave maestra del Edificio C. ¿No tiene
ningún amigo que pueda alojarles esta noche? Luego puede volver por la
mañana para hablar con la señora Weiss.
-¿Un amigo que pueda alojarnos? Hace seis semanas que
llegamos a la costa, desde entonces hemos estado viviendo en una tienda
de campaña en un campamento en el desierto. ¿Cómo cree que vamos a tener
amigos que puedan alojarnos?
Ana frunce el ceño.
-Vaya a la puerta principal -le ordena-. Espéreme fuera. Veré lo que puedo hacer.
Pasan la puerta, cruzan la calle y se sientan a la sombra de un árbol. El niño apoya la cabeza en su hombro.
-Tengo sed -se queja-. ¿Cuándo vas a encontrar un grifo?
-¡Chsss.! -dice él-. Escucha a los pájaros.
Escuchan el extraño canto de los pájaros, notan el viento extraño sobre la piel.
Ana sale. Él se levanta y saluda con la mano. El niño
también se pone en pie, con los brazos rígidos en los costados y los
pulgares metidos en el puño cerrado.
-He traído un poco de agua para su hijo -dice-. Toma,
David, bebe. -El niño bebe y le devuelve el vaso, ella lo guarda en el
bolso-. ¿Estaba buena? -pregunta.
-Sí.
-Bien. Y ahora, sígame. Hay una buena caminata, pero puede tomárselo como un modo de hacer ejercicio.
Echa a andar ágilmente por el sendero que cruza el parque.
No se puede negar que es una joven atractiva, aunque la
ropa que lleva no le favorece: una falda oscura y sin forma, una blusa
blanca cerrada en el cuello y zapatos sin tacón.
Podría seguirle el paso si fuera solo, pero, con el niño en brazos, no. Grita:
-¡No tan deprisa. por favor!
Ella no le hace caso. La sigue cada vez más de lejos a tra vés del parque, de una calle y de una segunda calle.
La joven se detiene ante una casa estrecha de aspecto corriente y les espera.
-Es mi casa -dice. Abre la puerta principal-. Adelante.
Les conduce por un pasillo oscuro, pasan una puerta
trasera y bajan por una escalera destartalada de madera hasta un jardín
pequeño cubierto de hierbajos y cercado por dos lados por una valla de
madera, y por el tercero por una tela metálica.
-Siéntese -dice señalando una silla de hierro oxidado medio cubierta de hierba-. Les traeré algo de comer.
No le apetece sentarse. El niño y él esperan junto a la
puerta. La chica vuelve a salir con un plato y una jarra. La jarra está
llena de agua. En el plato hay cuatro rebanadas de pan untadas de
margarina. Exactamente lo mismo que les dieron para desayunar en el
centro benéfico.
-Al ser un recién llegado, tiene la obligación legal de
residir en un alojamiento autorizado o en el Centro -explica-. Pero no
hay problema en que pase aquí la primera noche. Como trabajo en el
Centro, podemos decir que mi casa es un alojamiento autorizado.
-Es muy amable y generoso por su parte -responde él.
-En ese rincón hay material de construcción sobrante
-señala la joven-. Puede construirse un cobertizo, si quiere. ¿Puedo
dejarles solos?
Él la mira perplejo.
-No estoy seguro de entenderla -dice-. ¿Dónde exactamente vamos a pasar la noche?
-Aquí. -Señala hacia el jardín-. Volveré dentro de un rato a ver qué tal les va. [...]
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