Me moriré en París con aguacero,/ un día del cual tengo ya el recuerdo. Así comienza el famoso soneto en el que César Vallejo predijo su muerte, acaecida el 15 de abril de 1938 en la capital francesa, donde se había establecido en 1923, lejos del Perú convulso de principios de siglo XX
César Vallejo, autor de Los heraldos negros./revistadeletras.net |
Ciertamente, en este 2013 se cumplen los 75
años de su fallecimiento, y para conmemorarlo la editorial Luces de Gálibo ha publicado recientemente una reedición de sus Poemas humanos, -con introducción del también peruano Eduardo Chirinos-, que fueron publicados por primera vez tras su fallecimiento, en 1939 por Éditions des Presses Modernes, en París, donde se recogió, junto a España, aparta de mí este cáliz,
los poemas que había escrito desde mediados los años 20 y que, a pesar
de sus esfuerzos, ni sus dificultades económicas ni de salud le habían
permitido publicar.
César Abraham Vallejo Mendoza
había nacido en Santiago de Chuco (Perú) en 1892, y por sus venas
corría la elegancia racial del mestizo americano: mezcla, a partes
iguales, de sangre indígena y sangre española. Tras una juventud llena
de tribulaciones, con amores pasionales, intentos de suicido,
encarcelamiento y bohemia literaria limeña, y sin olvidar la aparición
de sus dos primeros libros: Los heraldos negros y Trilce,
a los 31 años de edad deja atrás América y desembarca en París, donde
vivirá años de grandes dificultades (al parecer, tuvo que dormir a la
intemperie durante alguna temporada), aunque también entablará amistad
con las personalidades hispanas más relevantes en el París de la época,
como Vicente Huidobro, Juan Gris o Juan Larrea.
Al fin conseguirá ganarse la vida, aunque siempre precariamente,
gracias a la crónica periodística y las traducciones, así como enseñando
español. Durante esos años realiza dos viajes a la Unión Soviética y
también viaja en varias ocasiones a España, iniciando su amistad con
gran parte de los poetas españoles del momento: José Bergamín y Gerardo Diego (quienes ayudan a reeditar Trilce en España), Pedro Salinas, Rafael Alberti, García Lorca, Luis Cernuda y un largo etcétera. Será en España donde comience también su activismo político, ingresando en el Partido Comunista
con el advenimiento de la II República. Dicho compromiso político le
causará más de un inconveniente, tanto por parte de las autoridades
francesas como de las consulares peruanas en París.
Con todos estos antecedentes, no es de extrañar que el inicio de la Guerra Civil Española le produzca la hondísima impresión que le llevó a escribir los 15 poemas de España, aparta de mí este cáliz,
donde España se convierte, como nunca antes había ocurrido, en un
símbolo del sufrimiento moral y de la lucha colectiva del ser humano por
la superación de los yugos de la Historia. Pero será en Poemas humanos
donde la obra de Vallejo llegue a su culminación, donde la complejidad
de su expresión poética quede mejor cincelada: consiguiendo adentrarse
en cuestiones de fondo como su propia resistencia ante el dolor, -solo
superado desde la ironía y desde la perspectiva del ideal humanista-,
con la muerte como presente y como redención.
Su contacto con las vanguardias
artísticas, tras relacionarse tanto en su juventud peruana como después
en Francia o en España, con la intelectualidad que habían estado
proponiendo la renovación de los usos y formas de la literatura, lleva
al poeta a superar unas vanguardias históricas, ya estandarizadas, no
desde una vuelta al orden decimonónico, sino desde su posición
individual: presintiendo, de manera visionaria, un futuro desconcertante
y desde la asunción de la experimentación como única senda por la que
seguir avanzando; por tanto, no por la continuidad de fórmulas vacuas o
esteticistas, sino desde la auténtica reinvención del lenguaje escrito,
haciendo de la extrañeza sintáctica, de la utilización de arcaísmos o de
la creación de nuevos términos, -siempre en la tensión fronteriza de lo
comprensible-, la más bella de las revelaciones poéticas. Todo ello le
conectó directamente con la generación del 27 y, de su mano, con la poesía del Siglo de Oro español, tanto a nivel temático como estético.
Leer a César Vallejo
hoy es sorprenderse por su modernidad y, por tanto, por su
intemporalidad y por el universalismo de su mensaje; pero,
especialmente, por la humanidad desbordada del andino con profundas
raíces culturales, pero desenraizado de cualquier patriotismo, que hizo
del idioma su arma contra el destino, su esfuerzo contra las
enfermedades y la dificultades que le atenazaron y consiguieron doblegar
su existencia, pero que, a la postre, no pudieron acallarle. Así, su
obra sigue retándonos a no dejarnos atemorizar por la dificultad de su
lectura –que exige en cada verso una relectura– para adentrarnos, sin
prejuicios, en una lengua castellana convertida en materia noble,
moldeada con destreza y pasión. Y, al fin, podremos decir, tal y como él
mismo dijo en el último verso de uno de los poemas más extraordinarios
de estos Poemas humanos: “¡César Vallejo, te odio con ternura!”
De la vigencia de su obra, del eco que
Vallejo sigue produciendo en la poesía actual en español, cabe señalar,
por ejemplo, el sentido homenaje que el poeta Eduardo Moga ha incluido en su último libro, Insumisión (Vaso Roto, 2013) donde relata una lectura junto a la tumba del poeta, en el cementerio parisino de Montparnasse, del poema Piedra negra sobre piedra blanca,
junto a su mujer y sus dos hijos, todos apretados bajo el paraguas que
les guarece del mismo aguacero que cayó el día que falleció César
Vallejo. Setenta y cinco años después sigue más vigente que nunca, tanto
por su comunicación íntima con el ser humano como por la naturaleza
universal y simbólica de su poesía.
Agustín Calvo Galán ha publicado: Letras transformistas, una selección de sus poemas conceptuales y visuales (2005), Otra ciudad (libro objeto, 2006), Poemas para el entreacto (2007) y A la vendimia en Portugal (2009). Su obra como poeta visual ha sido recogida en varias antologías especializadas. Autor del blog Proyecto Desvelos.
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