La presidencia de la Princesa de Asturias obliga a trasladar la investidura del domingo al jueves
En una sesión presidida por la princesa de Asturias, lo que hizo que
la tradicional jornada dominical de los ingresos se trasladara a un
jueves, la escritora Carme Riera ha tomado posesión del sillón n minúscula en la Real Academia, sillón que antes ocupara el filólogo y
traductor Valentín García Yebra. Lo hizo con un discurso titulado Sobre un lugar parecido a la felicidad, que fue respondido por Pere Gimferrer.
Es inevitable recordar que Carme Riera es la sexta mujer que actualmente se sienta en la Academia
(ni siquiera podemos hablar de CR7), uniéndose a Ana María Matute,
Carmen Iglesias, Margarita Salas, Soledad Puértolas e Inés Fernández
Ordóñez. La nueva académica, por cierto, se ha manifestado en contra
tanto de las cuotas que buscan favorecer a la mujer como en los usos
perifrásticos del lenguaje políticamente correcto.
Flanqueada por el director de la casa, José Manuel Blecua, y el
secretario de Estado de Cultura, José María Lasalle, la Princesa de
Asturias dio comienzo a la sesión y paso a la neófita, que entró,
acompañada de los dos académicos más recientes, Santiago Muñoz Machado y
Miguel Sáenz, a un salón lleno de gente, entre la que se distinguía a
alguna del mundo del libro, como los escritores Jesús Pardo y Jesús
Ferrero, el editor Jorge Herralde o el ex-rector Carlos Berzosa.
Tras el preceptivo elogio a la compleja figura de su antecesor -filólogo, traductor, fundador de la editorial Gredos-, Riera recordó que fue una niña torpe a la que las monjas no conseguían enseñar a leer. Acabó aprendiendo, incitada por su padre que le abrió un mundo nuevo a través de la Sonatina de
Rubén Darío. Aquellas palabras (aquella música) la hicieron querer
desentrañar los signos que las contenían mejor que toda la insistencia
de las sores. Tantos años después, Carme Riera sigue convencida de que
aprender a leer fue una de las mejores cosas que le han pasado en la
vida.
A continuación habló de los viajeros que visitaron Mallorca, ese lugar parecido a la felicidad, que
dijera Borges, y dejaron constancia escrita de su experiencia, en el
siglo que va de 1837, fecha de la inauguración de la línea regular que
iba a unir la isla con la península, a 1936, fecha, digamos, del
centenario de Bécquer.
Viajeros que buscaban lo Otro, o una vita nuova, la
transgresión o el conocimiento, objetos de deseo que sólo estaban en su
cabeza (los románticos) -a veces, para comprobar, como le ocurrió a la
emperatriz Elizabeth, Sissi, que los sueños más hermosos son los no
realizados-, incluso la salud.
La respuesta de Pere Gimferrer trazó la trayectoria de Carme Riera como filóloga y narradora, citando
sus trabajos sobre los poetas de la Escuela de Barcelona (Gil de
Biedma, Ferrater, Barral, Goytisolo...), Cervantes, María de Zayas,
Azorín o Miró, y haciendo un erudito (como suyo) hincapié en su carácter
de escritora bilingüe, en tanto que traductora al castellano de sus
propias novelas escritas originalmente en catalán.
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