18.2.10

Mandela: el invicto

ENTREVISTA
El periodista inglés John Carlin habla sobre sus vivencias durante la liberación del líder
sudafricano. La convulsión de estos tiempos quedó retratada en su obra El factor humano.

El actor estadounidense Morgan Freeman interpreta a Mandela en la película Invictus. Está nominado a Mejor Actor en los Oscar.fOTO:WAGNER.fUENTE: El Espectador.com
Los críticos dicen que el libro El factor humano, del escritor John Carlin, se hubiera convertido en la mejor novela de los últimos tiempos de no ser porque narra un hecho real, de no ser porque los hechos apasionantes que cuenta no son fruto de la ficción. Carlin llegó a Sudáfrica en 1989 como enviado especial del diario The Independent de Londres. Aterrizaba en un lugar que lo iba a nutrir de apasionantes historias periodísticas.

No tardó en darse cuenta del nivel de segregación en el que en pleno siglo XX estaba sumido el 85% de la población. Desde su casa en Barcelona, donde ahora vive, recuerda un día cuando fue a la playa en pleno verano sudafricano y vio a un señor blanco paseando a su perro por la arena, "justo al lado había un letrero que decía: Prohibido negros. Este era un lugar en donde los perros tenían mejores derechos que los de piel negra", sentencia.

Carlin, un hombre pesado y muy enfático en sus palabras, presenció cómo su intuición lo dejó olfatear dos de los grandes momentos de la historia: cuando el líder político Nelson Mandela salió de la cárcel después de estar recluido por 27 años y cuando ganó los comicios de 1995 en los que por primera vez el pueblo negro sudafricano puso las papeletas en las urnas. "Ese fue el día definitivo de liberación para el país y las colas fueron enormes. Salí a entrevistar esa noche a la gente que esperaba para votar y un hombre mayor me dijo que no había dormido nada y había preferido salir porque temía morirse antes del día más importante de su vida".

El ávido periodista se reunió repetidas veces con Mandela y lo conoció a fondo, no tanto así a Frederick de Klerk, el hombre blanco a la sombra del líder negro que tuvo la valentía de decidir liberar a Mandela y el que al final voluntariamente cedió el poder a la mayoría negra. Carlin también se deleitó con cada uno de los movimientos que deliberadamente hizo el primer presidente negro sudafricano para que su pueblo se uniera en torno al rugby, un propósito imposible, teniendo en cuenta que ese deporte había sido el mayor goce del opresor.

Fue esa genialidad particular de Mandela la que alentó a Carlin a escribir y publicar en 2008 su novela El factor humano, que el célebre director Clint Eastwood decidió adaptar y estrenar mundialmente una semana antes de que se celebraran los 20 años de la liberación del líder político. Protagonizada por Morgan Freeman (Mandela), Invictus fue estrenada en Colombia el 5 de febrero.

Después de sus años en Sudáfrica, Carlin ha escrito crónicas sobre la mayoría de los lugares convulsos de la Tierra, lo cual incluye, por supuesto, a Colombia y Venezuela. Colabora actualmente con diarios como El País, el Sunday Times y el New York Times y por estos días se ha prometido no dar más entrevistas, aunque a veces sucumbe:

¿Qué recuerda de su llegada a Sudáfrica?

La gente estaba completamente segregada. Por ejemplo, en cuanto a zonas residenciales, los blancos vivían en una zona, los mulatos en otra y los negros africanos en otra. Había también autobuses para negros y otros para blancos. Era una discriminación sistemática y que se ejercía por ley. Porque cosas que ocurren en otros países, en Sudáfrica, quizá por un exceso de honestidad (risas), lo pusieron todo sobre el papel. Era un país donde había espacio para que abogados pudieran ayudar a salir de la cárcel a los militantes, pero en donde estaba aprobada la pena de muerte, con la situación grotesca de que los jueces eran todos blancos, con lo cual el que decidía sobre la muerte de una persona negra, no entendía ni su idioma ni su cultura.

¿Cómo fue el acercamiento con Mandela?

Soy periodista y siempre puedes meter un pie entre la puerta y empujarla, pero además, a él le gustaron unas investigaciones que hice muy a fondo sobre cómo las fuerzas de seguridad estaban incitando la violencia entre grupos étnicos africanos. Pero todo sucedió después de su salida de la cárcel; cuando él estaba en prisión ningún periodista lo vio, nadie tenía la más mínima idea de cómo era físicamente, pudo haber salido a pasear por la calle y nadie hubiera sabido que Mandela era Mandela.

En su libro pone mucha atención en la transformación de Mandela en la cárcel...

El pasado armamentista de Mandela es bastante corto. Él se incorpora a la lucha política a principios de los años 40 y con su partido, Congreso Nacional Africano, se dedican a buscar vías pacíficas, hasta que finalmente se desesperan, ya no hay ningún espacio político y Mandela funda el movimiento armado en 1961, pero incluso en aquellos tiempos el brazo armado era bastante mansito, nunca mataron a nadie. Muy poco después a Mandela lo meten a la cárcel y ahí entiende que tomarse el poder como lo había hecho Fidel Castro en Cuba era un espejismo. Así que se da cuenta de que la única forma de libertad es a través de una negociación política, y por eso decide aprender el idioma del opresor, leer libros de historia sobre ellos y conocer a través de los carceleros cómo son, cómo es su cultura, sus vanidades.

¿Cómo vivió esos primeros comicios?

La gente vivió en un estado de esclavitud desde la llegada de los primeros colonos. Fue el fin de una larga indignidad, porque puede ser que la gente siga pobre hoy, pero hay dignidad humana.

¿Cuál es el recuerdo que tiene de Mandela?

Mandela es una persona que tiene algo en su ADN que es muy difícil de explicar, pero que le da un punto de diferencia con todos los demás. Tiene un aire, un carisma, un encanto, un porte de rey, casi de dandy que le sale por naturaleza. Cuando Mandela conoce a una persona por primera vez no tiene la menor duda de que esa persona va a quedar encantada, es una confianza infinita en sí mismo, que va más allá de una arrogancia. Tiene el encanto de un Valentino seductor, pero además una colosal integridad, una tremenda coherencia entre los valores que predica.

En el libro ¿busca rescatar la función política del deporte?

Hay que dejar claro una cosa y es que la experiencia sudafricana no se puede extrapolar a otros países. Últimamente me invitan a un sinfín de conferencias para que hable sobre la política del deporte y francamente digo que el tema no me interesa un carajo y tengo muy pocas ideas al respecto. Yo sólo sé sobre este caso particular. Hubo una cosa muy especial en Sudáfrica: que el rugby fue un símbolo muy potente de opresión, fue algo que como decía Mandela era casi religión para blancos y por eso mismo los negros lo odiaban y lo veían como un símbolo violento de opresión. Así que el fascinante desafío que se planteó Mandela fue convertir ese símbolo en un instrumento de unidad nacional, que fue un reto imposible, que es tremendo como lo hizo.

¿Cree que la película retrata cuán complejo fue ese proceso?

Ver este partido de la final del Mundial de Rugby en un vacío, como que sucedió y arregló todo, que es una posible conclusión que se puede sacar de la película, es una tontería, porque en realidad fue la consumación de todo un proceso que Mandela venía llevando. La genialidad fue esa, ver una oportunidad en donde un político normal hubiera visto un problema. Sin embargo ese sí fue el día más feliz de la historia de Sudáfrica.

Usted viaja continuamente a Sudáfrica, ¿la gente joven recuerda a Mandela?

Es interesante la gente joven porque tienen unos parámetros totalmente diferentes. Tengo un amigo, que es un personaje del libro, que fue un activista lleno de odio hacia los blancos y ahora tiene tres hijas que van a un colegio de niños de todas las razas y me dice que a veces les cuenta sus viejas historias a sus hijas y le dicen: papá no te lo inventes, no te lo creemos. Lo increíble es pensar que esto es algo que apenas sucedió hace 20 años. Las cosas han cambiado mucho y también muchas cosas han quedado igual. En la economía se ha creado una clase media muy importante que no existía antes, pero sigue habiendo un mar de pobreza.

Aún muchos problemas azotan este país...

Sudáfrica es ahora un país normal en el que hay políticos normales, menos buenos, menos malos, que juegan sus jueguitos políticos, pero la diferencia es que Sudáfrica ha perdido esa atroz singularidad que tuvo hace 20 años, y el gran logro es que hoy es una democracia estable. No hay ningún grupo terrorista, no hay un movimiento armado, ni ningún movimiento separatista, es una democracia estable, hay una libertad de expresión plena, con lo cual si uno tiene en cuenta que sólo tiene 15 años de democracia, en cuanto a las instituciones ha sido un éxito total."

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