Hay huecos, físicos o no tanto, que aún perduran y remiten a lo que el siglo XX hizo con la capital alemana
Si la arquitectura de un lugar retrata su historia, el
costurón urbano que dejó el muro de Berlín al levantarse (en 1961) y
caer (en 1989) es una de las grandes fotografías de nuestro tiempo.
Mucho de aquella cicatriz se ha reparado ya en estos 25 años
transcurridos, con una planificación y una pasión constructora admirable
que han hecho de Berlín uno, al fin, único y cuasi compacto. Pero hay
huecos, físicos o no, que aún supuran y remiten a todo lo que el siglo
XX hizo con la, entonces y ahora, capital alemana.
Espacios que hablan. Siempre fue un clamor esta ciudad.
Plantabas un pie en ella, en Berlín Occidental (antes de 1989), y
bastaba para saber que allí había mucha tela sociopolítica que cortar.
No importaba no saberse al dedillo los acontecimientos. Sobre ellos
narraba ya de sobra su fisionomía, desestructurada, bien rara. Se
trataba de sus largas distancias y de sus avenidas, que remitían a
sucesos concretos: la del 17 de junio, por ejemplo, en honor a esa
huelga de obreros comunistas ante patronos comunistas, en 1953,
reprimida brutalmente. De los centenares de edificios marcados por la
metralla. De las explanadas tristes: el descampado de la Potsdamer
Platz, centro populoso, creativo y cultural durante los locos años
veinte, que dejaba mudo. De los carteles que encontrabas a tu paso y
mareaban: “Está usted abandonando zona francesa, zona americana, zona
británica…”.
Quizá se trataba de las estaciones de metro fantasma,
prueba del corte de las comunicaciones por tierra, mar y aire, que
susurraban: "Estos vecinos no se hablan". De las calles convertidas en
callejones sin salida: había quien abría la puerta de su casa, como en
Sebastianstrasse, en Kreuzberg, o en Entenschnabel, en Frohnau, y tenía
la pared o una torre de vigilancia a un metro; el jardín cortado, la
ventana tapiada.... O de esos miradores altos de madera y metal para
visitantes y turistas desde donde avistar el doble muro, la tierra de
nadie o de la muerte. Desde ellos observabas a los policías comunistas
("co-mu-nis-tas", se enfatizaba, impresionaban) cual extraterrestres.
“Los del otro lado”, les llamaban, esos ossis. Y allí estaban,
armados, uniformados, emparedados en su torres de vigilancia (casi dos
centenares hubo), fumando impasibles, paseando en silencio o muy
quietos, a la espera de algo, alguna novedad, algún disidente o pensando
quizá cómo escapar (2.500 de ellos lo hicieron)... Congelados en el
tiempo.
Bastaba seguir el trazado del Muro (hoy está habilitado gran parte como carril para peatones y bicis),
un paso tras otro, un monumento tras otro, aquí este barrio, aquí ese
otro…, y leer las pintadas infinitas, más o menos artísticas, y palpar
la historia. Famosos del grafiti dejaron su huella en él, en su lado
occidental, tal como recoge el libro Verboten, Berliner Mauerkunst,
de Ralf Gründer: Rainer Fetting, Indiano, Thierry Noir, Kiddy Citny,
Keith Haring o Yadegar Asisi, entre otros. Algunos eran tendencia, como
esas ventanas que parecían abiertas hacia el otro lado, espiándo. Los
mas lanzaban consignas, serias o irónicas, ingeniosas o tremendamente
dogmáticas, sobre vidas rotas, un mundo dividido, de opresión y
libertad, de capitalismo y comunismo, de tensión y tiempo perdido:
“Erich, devuelve las llaves”
“A quien cruce, le doy un marco”
“Mamá, sácame de aquí”
“Detesto el comunismo, es la negación de la libertad”
“Lucha contra el Estado espía”
“Tío, qué pared tan estupenda”
“La fantasía no tiene frontera”
“Querido Gerd, feliz cumpleaños”
“Cemento, no gracias”
“¿Cuánto todavía, cuánto tiempo?”
“Haz el amor no vallas”
“Atención, atención, quiero abandonar Berlín Oeste pero una pared me lo impide”
El berlinés occidental medio, el ciudadano más
subvencionado y alternativo del mundo capitalista, llamado libre
entonces, era una pura enciclopedia política. Pronunciabas “muro, RDA,
Honecker o soviéticos”, y brotaba la sangre en soflama como quien abre
las venas de un país, de dos, de Europa, del mundo y de la próxima
guerra segura (por supuesto, nuclear). Varias generaciones se sabían de
tirón el qué, cómo, cuando, dónde y de quiénes se estaba hablando a uno y
otro lado del telón de acero, y presumían de conocer bien las
intenciones secretas de los otros. Ahora, un cuarto de siglo
después, ya no. El quién es quién de la tipología política se ha
difuminado o ha desaparecido. Ahora es el momento del mito.
El muro de Berlín como metáfora de un tiempo y del fin del
comunismo. La pared que separó mundos, políticas, filosofías y marcó la
vida de millones de ciudadanos desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989
(y hasta hoy, ya que andamos de aniversario) como producto y capital.
Aunque de la construcción misma no queda apenas rastro local, salvo una
línea en el suelo con doble adoquín desde el 9 de noviembre de 1999 en
el centro de la ciudad y algunos pedazos mantenidos con fin turístico
(Eastside Gallery, Checkpoint Charlie...). En los primeros años noventa
hubo cierta prisa por quitar de en medio toda huella: el grueso se
reutilizó en otras construcciones o se vendió en subasta. Y millones de
trozos se arrancarían, martillo en mano de visitantes y comerciantes
avispados, llegando, muchos, falseados hasta nuestros días.
Las primeras puntadas
Pero antes de poder derribar, desmontar o descoser la pared
más famosa del siglo XX hubo que construirla o hilvanarla. Y las
primeras puntadas bien pudieron darse el mismo día en que terminó la II
Guerra Mundial, allá por 1945, con el dictador alemán suicidándose en su
búnker de la Cancillería, los de las SS matando a destajo en su agonía,
y los soldados rusos desembarcando en una ciudad ruinosa, repleta de
famélicos y enloquecidos tras los intensos bombardeos aliados; hámsteres, los llamaban, seres rastreando las ruinas en busca de comida, como describe Anthony Beevor en Berlín, la caída, 1945.
Ese momento crítico en que el Ejército Rojo campa a sus
anchas y bajas (sus partes), generando enorme desconfianza en las tropas
aliadas (por lo primero) y una estela de mujeres violadas y preñadas
(por lo segundo). Ese "Frau, kommt, kommt", "Mujer, ven, ven")
en boca rusa que era escribir terror sobre terror a lo ya vivido en la
Europa enbrutecida por el nazismo. Un famoso libro anónimo describe bien
este momento, Una mujer en Berlín (Anagrama). Narra lo que a
miles de ellas les tocó vivir, “primero la supervivencia entre los
escombros, sin agua, sin gas, sin electricidad, acuciadas por el hambre,
el miedo y el asco, y, posteriormente, tras la batalla de Berlín, por
la venganza de los vencedores”.
Pespuntes de la gran valla podrían considerarse muchos
otros, dado que el siglo XX se prodigó en acontecimientos memorables que
eligieron, como en una fijación enfermiza, a esta ciudad como
escenario: el boom creativo de los años veinte, la crisis económica y la
devaluación brutal del marco alemán durante la República de Weimar, el
tirón del socialismo, la aparición y triunfo de Hitler mismo con su pose
y su arquitectura megalítica, Stalin ganando terreno y territorio...
Frederick Taylor en su Historia del Muro se retrotrae hasta la
ciudad pantanosa que fue Berlín en sus orígenes, a sus distintas épocas
de cancilleres, emperadores y conquistas para explicarse la metrópolis
actual, la postmuro. Pero su génesis bien pudo ser también el momento en
que se constituyó el llamado Consejo de Control Aliado (Allierte
Kontrolrat), en 1945, para regular el territorio alemán vencido,
organizarlo, y repartirlo (con estatus especial para Berlín), en las
reuniones de Yalta o de Potsdam, con los consiguientes procesos de
desarme, desnazificación y otras medidas colaterales.
A partir de ahí, se vivió cierto espejismo provocado por el
deseo de paz. Pero se trataba de pura estrategia política entre los
cuatro poderes aliados, uña y carne hasta entonces por obra y gracia del
miedo, lógico, al alemán en una guerra que había provocado casi 40
millones de muertos (la mitad de ellos, soviéticos). El desencuentro
EEUU / URSS se materializó casi al instante (¿qué son tres años en la
historia?): en marzo de 1948 los soviéticos abandonaron el Consejo. La
guerra fría había comenzado. Y al poco, también, el primer cierre
programado de la ciudad, el bloqueo entre 1948 al 1951, que hizo sufrir
lo suyo a los dos millones de berlineses occidentales encerrados en su
isla capitalista sin nada que llevarse a la boca, salvo que se pasaran
al otro lado, pues ese era uno de los objetivos, ganar población,
vaciarla, desmoralizar a los aliados para que la abandonaran. El puente
aéreo aliado suministró comida a través del aeropuerto de Tempelhof (en
imágenes muy cinematográficas) y quebró los planes soviéticos. Y en
octubre de 1949 se creó la República Democrática Alemana (RDA). Sobre
las muchas consecuencias de tales batallas, siempre servidas bien frías,
se ha escrito en todo formato, largo y tendido.
Los intentos de huida
L. H. M.
Quedaron registradas muchas imágenes de aquellos primeros
días de fortificación de la ciudad, algunas que son iconos: los rostros
de pasmo, las policías de ambos lados vigilando, los llantos, la
desesperación, las familias con las maletas escapando hacía el Oeste o
al famoso cabo de la RDA, Conrad Schumann, saltando el alambre de
espino, fusil al hombro, en la Bernauer. “La gente nos estaba
abucheando”, explicaría Schumann más adelante a la CNN. “Teníamos la
sensación de que nos limitábamos a cumplir con nuestra obligación, con
nuestros deber, pero nos sentíamos recriminados por todos lados. Los
berlineses occidentales nos gritaban, y lo mismo hacían los orientales.
Nosotros estábamos en medio… Para una persona joven, esto era terrible”.
“Vente para acá, vente”, le gritaba la multitud. En un momento dado, él
tiró el cigarrillo y saltó. Un fotógrafo, Peter Leibing, recogió ese
instante, que dio la vuelta al mundo. Hubo muchas mas.
El número de intentos de huida y de los que consiguieron
escapar durante casi tres décadas es variable: 40.000 aseguran algunas
fuentes. Y lo intentaron o lograron a través de métodos diversos e
imaginativos; subidos en globos, nadando por los canales, en una suerte
de submarinos, ocultos en los maleteros de coches o camiones,
disfrazados, a través de túneles (unos 40 se construyeron en la ciudad, tres
en la misma Bernauerstrasse...). Tan variable como el número de muertos
directa o indirectamente relacionados con el acto de atravesar el muro.
Casi 200. El primero, Günter Litfin, murió de un disparo en
Humboldthafen; el siguiente, Peter Fechter, cerca del Checkpoint
Charlie. La última víctima, así considerada, se llamaba Chris Gueffroy,
de 20 años.
Los mapas mutantes
"La ciudad había cambiado las fronteras administrativas
entre sus distritos en 1937 y fue ese nuevo mapa el que sirvió de base
para el reparto por sectores de Berlín a partir de 1945", señalan
Hoffmann y Meuser en un interesante y reciente libro, Architekturfuhrer Berliner Mauer (Guía arquitectónica del muro de Berlín),
DOM, 2013. En él recopilan mapas y fotografías aéreas de los espacios
mutantes de la ciudad. El distrito como tal —había 20 entonces— dejó de
existir para convertirse en sector. Uno de los planos editados en ese
tiempo, el de Richard Schwarz, de 1946, se ocupó incluso de realizar una
revisión de los nombres de las calles heredados de tiempos del partido
nazi.
Durante los años cincuenta la vida cotidiana en la
República Federal (RFA) o en la Democrática siguió su curso, en cuanto a
normalización posbélica se refiere, cuentan, al tiempo que crecía la
tensión política interna y el desasosiego en ese polvorín que era
Berlín, isla siempre en marejada, muy deseada por todos. Prueba de que
el Muro no nació de la nada fueron las barreras anteriores a él: más de
250 pasos fronterizos hubo y hasta una verdadera frontera para delimitar
con la RFA, incluído el Checkpoint Bravo, en Dreilingen (autovía A115),
verdadero símbolo de arquitectura limítrofe. Los alemanes de los
distintos sectores convivían con esto con mayor o menor naturalidad. Su
espíritu de resistencia y creatividad estaba plenamente demostrado. El
berlinés de a pie hizo del concepto cortina de hierro hashtag
de época, pose y literatura. "Don't Miss Berlin, The international city
behind de Iron Curtain", decían los carteles. "No olvides a la ciudad
que defiende la democracia del mundo libre tras la telón de acero".
El junio de 1961, el líder comunista Walter Ulbricht
aseguró que nadie, nadie tenía en mente construir un muro. Pero un mes
después, en julio de 1961, se produjo un hecho destacado en la historia
de la frontera soviética-aliada: el ministerio del mando soviético en el
sector oriental publicó los datos de los ciudadanos del Este que
cruzaban al otro lado, los que, según ellos, escapaban: 18.000, en mayo;
20.000, en junio... La mayoría, jóvenes; mano de obra que se esfumaba.
Cerca de 50.000 tenían trabajo en el otro lado. Los rumores del muro
fijo, intimidario, se hicieron carne de la mano de la creciente
inseguridad de la URSS ante esa china incontrolable del mundo libre que
tenían en el zapato de su nuevo imperio. La evidencia de que el muro ya
estaba bien planeado y Ulbricht mintió aparece también en forma de mapa
en el libro citado.
Imágenes que son iconos
Así, en la mañana del 13 de agosto, aparecieran
trabajadores colocando alambre de espino entre los sectores soviético y
aliados. Miles de policías fueron movilizados. Se corrió la voz y los
periodistas y ciudadanos comenzaron a acercarse allá donde se construía.
Cerca de 156 kilómetros se levantaron de muro, 43 de ellos entre los
dos berlines; y 112 entre Berlín Oeste y la República Federal Alemana.
Se cortaron las comunicaciones telefónicas. En pocas semanas se vaciaron
casas situadas en la línea del muro, se realojó a muchos habitantes
para levantar el ya definitivo y de obra, se tapiaron puertas y
ventanas... En septiembre fueron obligados a trasladarse unos dos mil
ciudadanos de la Bernauerstrasse misma, allí donde se produjeron las
escenas más dramáticas y las primeras muertes. Sobre lo que representó
aquello para la vida de una ciudad, conviene acercarse al Centro de
Documentación del Muro situado frente al Memorial de dicha calle
(abierto el 13 de agosto de 1998) y ver los restos de la frontera y su
colección de documentos audiovisuales de aquel tiempo. "En Berlín, a
diferencia de otros lugares de la frontera entre la RFA y la RDA, no se
instalaron mecanismos de disparo automático ni minas", cuentan en el archivo.
De los casi ochenta cruces que existían en Berlín pronto quedaron solo siete para peatones y uno para trenes.
Todos fueron mutando en pared intimidatoria, paso fronterizo, torre de
vigilancia, corte de autopista… Siete lugares que se harían con el
tiempo famosos: los de las calles Bornholm, Chaussee, Invaliden,
Heinrich Heine, Friedrichs, Oberbaumbrücke y el de la Sonnenallee
(avenida) y quedarían marcadas en lo urbano durante largo tiempo. Por
tierra, mar y aire el control se hizo exhaustivo. Y a partir de ese
momento hubo espacios que se convirtieron en escenario y escaparate
desde donde arrojarse mensajes de uno al otro lado y/o mostrar las
grandezas de uno y otro régimen: batallas de músicas y megáfonos en la
Postdamer Platz/Leipzigerstrasse, banderas y mítines a uno y otro lado
de la Puerta de Brandeburgo (convertida en el mayor símbolo de la
separación) de locales y visitantes: un día Gorbachov miraba desde allí
al Oeste; otro (1987), Ronald Reagan le gritaba: "Señor Gorbachov, abra
usted esta puerta". Al ritmo que crecía la pared en altura y solidez lo
hacía la provocación entre las dos ciudades, incluso arquitectónicamente
hablando: edificios que se levantaban a un lado y tenían su réplica en
el otro, como sucedió con el edificio de Axel Springer y los plattenbauten de la Leipzigerstrasse. Una práctica frecuente, cual juego de niños.
Berlín ilustrado
L. H. M.
Ninguna ciudad está tan orgullosa de sí misma y publica tanta
literatura y material audiovisual sobre su pasado, presente y futuro
como la capital alemana. Basta pasarse por la sección de cualquier
librería, de la de Dussmann, por
ejemplo, situada en la Friedrichstrasse, y contemplar el departamento
dedicado a la ciudad. Hay libros de todo tipo y cuestión que uno
necesite sobre la vida y obra de lo que se ha cocido y se cuece bajo su
techo metropolitano y más allá. El Muro, naturalmente, es uno de los
grandes protagonistas. Y entre lo mucho publicado, uno de los mejores
retratos realizados sobre él en sus primeros años de existencia fue el
que realizó el dibujante Werner Kruse, alias Robinson, (el
primer artista occidental, por otro lado, al que se le permitió entrar y
quedarse para dibujar trazo a trazo Moscú). Se puso manos a la obra en
1964 y lo dejó ilustrado paso a paso en blanco y negro, calle tras
calle, edificio tras edificio, desde la Bernauerstrasse hasta el
Oberbaumbrücke, detallado, hermoso, cinco metros de dibujos que se
editaron luego en color y son hoy difíciles de encontrar (panorama-berlin.de).Numerosos actos se organizan estos días en Berlín al hilo del 25 aniversario de la caída el Muro. Se pueden consultar en la página oficial: berlin.de
Incalculable durante esas casi tres décadas fue el
sufrimiento que el muro generó en muchos ciudadanos que vieron como
cambiaba su vida de un día para otro, quedaban separados de los suyos o
sin trabajo. Tal era el drama que, entre el 19 de diciembre de 1963 y
hasta el 5 de enero de 1964, en que se permitieron las visitas de los
occidentales a sus parientes en el Berlín comunista (en la primera
regulación) se emitieron más de un millón de pases. El puente Oberbaum
fue testigo privilegiado de encuentros familiares durante esas
Navidades. Hoy, reconstruido, es uno de los miradores más hermosos de la
ciudad, hacia el canal y las orillas rehechas y carísimas ya del Spree.
El movimiento de desplazamiento humano y económico que
generó el Muro fue enorme: se fueron despoblando poco a poco las calles
fronterizas, se abandonaron muchas viviendas a su suerte (además de las
que ya lo hicieron semidestruidas al final de la guerra), se trasladaron
las empresas hacía ciudades menos expuestas y de mejor acceso... Y la
necesidad de mantener la ciudad poblada era tal para la RFA que
trasladarse a estudiar o vivir a Berlín Oeste tenía innumerables
ventajas y subvenciones, como liberarse del servicio militar o contar
con las mejores becas de estudio, sin límite de edad. Fue reino de la
contracultura. Al igual que los okupas de tanto edificio huérfano, los
eternos estudiantes berlineses llegaron a ser tribu urbana.
Conocido es ya: el 9 de noviembre de 1989, el portavoz del
Gobierno de la RDA, Günter Schabowski, responde a la pregunta de un
periodista sobre la nueva ley de viajes entre ambos países diciendo que
entraría en vigor de inmediato. La noticia corre como la pólvora. Y una
hora después abre el puente de la Bornholmerstrasse llenando la calles
de Wedding de alemanes orientales felices y desorientados, mirando
extasiados los escaparates de un barrio obrero y emigrante del otro
lado. Poco a poco se fueron haciendo líquidos todos los pasos
fronterizos, las barreras… El muro había caído. Y en el minuto uno, más
allá de las medidas políticas, se dio el pistoletazo de salida para la
transformación urbana de la ciudad (y por extensión luego de los estados
orientales). Miles de planes, contraplanes, concursos... para descoser
la frontera, borrar su rastro, dotarla de otra función y vida. Un puzzle
de piezas en reconstrucción ha sido Berlín durante este cuarto de
siglo. Las grúas brotaron como setas, elemento cotidiano y masivo hasta
el 2000 cuando Berlín se hizo capital, especialmente en la Potsdamer
Platz (aquel descampado), símbolo de la nueva metrópoli y de una nueva
era, donde formaban, literalmente, un bosque.
La tierra de nadie
El espacio de la tierra de nadie que quedó entre ambos
lados ha tardado en cicatrizar, se han necesitado años de inversiones
millonarias, concursos internacionales, el trabajo de miles de
arquitectos, decenas de miles de obreros llegados de todo lugar, mucho
planeamiento acelerado y mucho proyectos, algunos muy discutidos. Unos
por innecesarios, como el derribo del antiguo parlamento de la RDA, el
Palacio de la República. Otros por costosos: la reconstrucción en el
mismo lugar del imperial. O por fiasco y corruptelas: el aeropuerto
internacional aún sigue sin fecha y le ha costado el puesto al alcalde
más popular, Klaus Wowereit. Y debates infinitos, al estilo alemán,
sobre el qué y el cómo de variados desarrollos, uno fundamental: cual es
el verdadero centro urbano de la capital. El destino de la
Alexanderplatz (centro antaño del Este) sigue poco claro. La plaza
permanece en una suerte de limbo y vacío de función que solo salva el
fervor turístico por los centros comerciales y la torre de la televisión
con sus vistas de altura.
La fascinación (u obsesión) que siempre ha provocado esta
ciudad ha hecho que muchos fotógrafos se hayan ocupado de ir retratando
rincones antes y después de su metamorfosis. Uno de ellos, Karl Ludwig Lange,
por ejemplo, retrata las esquinas de Pankow (antes aprisionadas) o el
puente de Bornholmer hecho puro tránsito libre, la Güterbahnhof
convertida en parque recreativo y mercadillo de fin de semana
(Mauerpark, pronto se convertirá en viviendas); la Bernauerstrasse,
irreconocible, con sus edificios de viviendas ultramodernas donde antaño
lucían tristes bloques de viviendas tapiadas, y calles de Prenzlauer
Berg, como Oderberger, antaño puntos muertos del mapa que son hoy de lo
más de moda y cool de su geografía…“El Muro está un muy
presente en la ciudad”, asegura. Pero no sólo por lo que representó o
las muertes que originó, no. Según él, se trata incluso de aquello que
no se ve, de los problemas jurídicos, la devolución de la propiedad de
terrenos que antaño ocupaba el muro que están aún en muchos casos por
solucionar… "Por eso, existe aún esa cierta ruptura en el paisaje, esos
vacíos que la marcan y definen", cuenta en su libro.
Pero no solo es la tierra la que se ha transformado en
Berlín. También es el agua. Ella ha ganado protagonismo. Uno de los
espacios más cambiados en este cuarto de siglo han sido las orillas del
río. Los canales del Spree vivieron con respiro la caída del Muro. No
solo porque eran muy golosos para la huida al otro lado (“Atención”,
decían los carteles en alemán y en turco en el Gröbenufer, en Kreuzberg,
“peligro de muerte: el agua pertenece al sector oriental de Berlín”),
sino porque sus márgenes se han ganado para la ciudad.
Cientos de barcos, públicos o privados, grandes o pequeños,
surcan hoy los canales serpenteantes cargados de oriundos en posición
relax y, sobre todo, de turistas (son masa ya) que observan extasiados
la vieja y la nueva arquitectura, las playas urbanas, la isla de los
museos, las exclusas, los parques, la vida cotidiana de esta metrópoli
multicapa repleta de jóvenes, solteros, artistas, pijos o alternativos,
inmigrantes o nacionales; a rebosar aún de creatividad, músicas,
proyectos… Desde el agua se aprecia otro Berlín ya, mas armado, más
seguro de sí, mas rico y también más desigual: edificios terminados,
esquinas rematadas, ninguna zona tan rehecha como la gubernamental, el
Reichstag, la Cancillería, los edificios parlamentarios, los alrededores
de la Potsdamer Platz... Su fisionomia habla ya de normalidad. Y de
nuevos retos en este siglo XXI. Para vosotros la orilla, para nosotros el Spree", titulaba este verano el Zitty,
la más veterana revista alternativa de la capital alemana. Los terrenos
se gentrifican, son capitalistas, venía a decir, pero el agua es
pública, es de todos, es libre. Quizá hasta sea comunista.
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