11.11.14

Abad Faciolince: "Yo escribo sobre lo que me sale de las entrañas"


Superar un fenómeno editorial como El olvido que seremos no es fácil. Después de siete años de espera, Héctor Abad Faciolince regresa con  La Oculta
 

Héctor Abad Faciolince publica La Oculta, su nueva novela después de siete años de silencio literario./semana.com

Cuando murió Gabo se reveló que él terminó por odiar el éxito de Cien años de soledad. Su vida le cambió. ¿Qué pasó con usted a raíz del suceso de  El olvido que seremos?

Héctor Abad Faciolince: Guardadas todas las proporciones, pues lo de Gabo fue un boom y lo mío apenas un clic, El olvido sí me cambió la vida como escritor. Hubo un clic, no solo con los lectores colombianos, sino con la gente más inesperada de las culturas más lejanas. El renombre te hace perder intimidad, sosiego, incluso serenidad para escribir, pero no creo que eso se deba odiar.

Según lo ha confesado, antes de ‘La Oculta’, desechó un par de novelas que tenía casi listas.

 
Sí, terminé una novela que no me gustó, Antepasados futuros, y no pude terminar otro libro, Tres novelitas mafiosas. Pero esto no es nuevo en mí. No creo que todo lo que escribo sea bueno y merezca ser publicado. Escribir es también desechar, descartar, tirar a la basura. El arte es lento y difícil y yo no quisiera sufrir nunca de incontinencia verbal. Una cosa es ser escritor y otra cagatintas.

Se sabe que usted sufre cuando vuelve a leer las cosas que escribió. ¿Por qué esa sensación?

Porque soy buen lector y me comparo con los escritores verdaderamente grandes de la lengua y de la literatura. Claro, si me comparara con ciertos escritores muy mediocres me sentiría un genio; pero me comparo con genios y me siento un enano.

¿‘La Oculta’ es también biográfica, ¿Cómo nace una historia así?

Todos mis libros parten de mi propia vida o de personas cercanas a mí. El libro nace de una experiencia muy extraña que tuve en un lago que hay en la vereda La Oculta, en el suroeste antioqueño. Allí se había ahogado alguien y querían que yo ayudara a buscarlo, porque voy a nadar a ese lago. Me sumergí hasta que sentí la cabeza del ahogado. Tocar un cuerpo inerte por debajo de unas aguas muy oscuras es una experiencia muy rara. De repente el lago se mezcló con la finca de mis bisa-buelos y todo se llenó de fantasmas del pasado. Pero como a mí no me interesa el realismo mágico, sino la verdad, bueno… no le voy a contar la novela.

Así parece complejo el proceso de escritura de esta novela…

Fue tan complejo que cambié muchas veces el punto de vista: yo como narrador, luego narrador omnisciente, luego voces que hablan. Al fin me decidí por la voz de los tres hermanos dueños de la finca y del lago. Tres hermanos inventados, aunque basados en personas que conozco, al menos en parte. En un momento me desanimé e iba a empezar otra novela: Memorias de un amante impotente, que iba a ser como una metáfora de la impotencia de la escritura.

  ¿Entonces qué salvó a ‘La Oculta’?

  En Lima me crucé con varios escritores: Mario Vargas Llosa, Javier Cercas, Leila Guerriero y Rosa Montero. Cercas me regañó en público, por el bloqueo y la impotencia literaria. Vargas Llosa, en particular, me dijo que uno se sienta y trabaja y corrige todo lo que no le gusta hasta que le gusta. Leila sintió mi mismo miedo. Rosa Montero me ofreció incluso que escribiéramos juntos una novela, para salir del atasco. Estuve cuatro meses en Berlín y allí corregí el viejo borrador de La Oculta. La terminé cuando Ana Roda, mi editora, me la arrancó de los dientes y me dijo: “Ya, no más correcciones, se fue a la imprenta.”

Si a uno le dicen que es la historia de una finca, uno se remonta a ‘La casa de las dos palmas’ o hasta el mismo ‘Tipacoque’, también a algo de Carrasquilla. ¿No teme que la gente la perciba como anticuada, como costumbrista?

Por mí que piensen lo que quieran. En el libro hay incluso un trapiche de una familia Tejada, que es para mí un pequeño homenaje a Tipacoque. Y en la cabaña donde yo escribo, en La Ceja, sembré dos palmas en honor a Mejía Vallejo. En cuanto a Carrasquilla, tiene páginas maravillosas. Compararme con ellos sería elogiarme. Si lo que critican es que Colombia ya no es un país rural sino urbano, les diré que yo escribo sobre lo que me sale de las entrañas. Y esta vez quise escribir sobre una región que es tierra de mi tierra, agua de mi agua y aire de mi aire. Y no digo sangre para no ponerme patético.

¿Se puede decir que ‘La Oculta’ es un libro de denuncia social? De no ser así, ¿cómo la clasificaría?

  Es una novela que trata de explicar el apego a un sitio. Los seres humanos somos territoriales, como los leones. Pero esta no es una novela sobre el problema de la tierra en Colombia. No es un libro que denuncie la situación injusta de los campesinos sin tierra. Lo que narra es lo que sienten por la tierra unas personas que son bisnietas o tataranietas de campesinos que, una vez en la historia, pudieron llegar a ser dueños de una tierra. En esta parte de Antioquia no hubo encomenderos ni monasterios dueños de toda la tierra: hubo colonos, y de esos colonos, pequeños propietarios, venimos muchos antioqueños. Yo creo que eso explica en parte nuestra forma de ser.

Es una novela con más presencia femenina que masculina. ¿Existe algún propósito?

 Un escritor está harto de ser siempre él mismo y quiere ser otros. Yo pude ser dos mujeres en este libro, Eva y Pilar, y un hombre que no es como yo y que vive en Nueva York, aunque añorando La Oculta. Un tipo que en medio de la metrópolis por antonomasia lo que tiene en la pantalla del computador cuando lo prende todos los días es una foto del lago y de las montañas de su finca en el trópico.

¿Qué espera de su libro en medio de un mercado que los analistas dividen entre la literatura pura y la literatura basura?

Bien decía Santa Teresa: “Lee y conducirás; no leas y serás conducido”. A los que leen de verdad no los pueden jalar por la nariz, como bueyes, ni los políticos ni los mafiosos ni los hampones. Ni los malos escritores.

¿Usted sobre qué no podría escribir?

Hay ríos en los que uno no puede nadar porque se ahoga. Yo no me tiro a nadar en ríos que no conozco. Tampoco escribo sobre lo que no conozco. Por eso escribo sobre una finca cafetera en Antioquia y no sobre un viñedo en la Rioja o una granja de corderos en Australia.

Hay quienes afirman que a este país siempre lo han manejado como si fuera una finca, ¿está usted de acuerdo?
Lo importante es no manejarlo como si los ciudadanos fueran peones y los presidentes capataces. Este país debe abandonar el modelo del terrateniente que da órdenes a los gritos y regaña y maltrata a peones sin tierra. Tampoco sirve el modelo de la cooperativa en donde el que grita como un capataz es el funcionario del partido. El buen modelo debería ser el de millones de medianos propietarios que no se tratan con órdenes gritadas y obediencia servil, sino que se tratan de tú a tú, entre iguales.

No hay comentarios: