Ganador del Premio Alfaguara, considerado por la revista Granta como uno de los mejores veintidos novelistas de habla hispana, parte del prestigioso Bogotá 39, el argentino Andrés Neuman no podría ser más correctamente exitoso. Se acaba de publicar en Argentina su libro de cuentos, Hacerse el Muerto
Andrés Neuman reflexiona sobre el oficio de escritor/Fernando de la Orden./revista Ñ |
Andrés Neuman ha escrito mucho (novelas, ensayos, cuentos, poesía, periodismo, un blog, ¡y un libro de aforismos!) y se ha escrito mucho sobre él. En una búsqueda en YouTube,
por ejemplo, se pueden encontrar más de una decena de entrevistas,
ponencias, lecturas y charlas de este novelista argentino-español nacido
en 1977. De paso en Buenos Aires para presentar su último libro de cuentos, Hacerse el Muerto, Neuman nos convocó en un café del barrio de Palermo para charlar.
Comenzó así la cosa: tras hacer el pedido (para él, un licuado; para el reportero un cortado) Neuman dijo: “Yo voy a empezar por entrevistarte a ti”. Y comenzó a hacer unas preguntas sobre la crianza y educación de su interlocutor. No con espíritu de intruso, sino por resaltar algo en común entre los dos –que ambos nacimos y pasamos nuestras infancias en un país y ahora vivimos en otro. Tras establecer el punto, Neuman dijo que prefería una charla en vez de una entrevista pragmática.
Con lo cual, se extendió la cosa. En rasgos generales, hablamos de tres grandes temas: La relación de la figura del autor con la prensa; la construcción del objeto-libro de Hacerse el Muerto; y la situación de Neuman de ser un híbrido cultural. Fue una larga charla. Para hacerle justicia a Neuman, quien se explayó largamente y en detalle sobre las preguntas de este reportero, dividiremos el relato en tres entregas que obedecen las tres temáticas señaladas. Comenzamos por el novelista y su relación con la prensa.
-¿Hay alguna desventaja (puede dañar tu vida como escritor) participar tanto en la divulgación de tu obra con la prensa?, ¿ser tan franco y abierto con tus procesos creativos?
-Yo creo que si la conversación se convierte en un acto de ocultación es preferible guardar silencio. Si uno está hablando es mejor ser franco y hasta contradecirse con todo gusto –no tener un discurso armado que es una especie de acto publicitario o de legitimación de la propia figura pública. Eso me parece atroz. Lo que pasa es que hay una especie de postura snob abominable y una falta de respeto también a los lectores que es el típico artista que se pasa la vida dando entrevistas explicando lo mucho que odia las entrevistas.
-Pero hay tipos como Cormac McCarthy o Salinger que decidieron que su arte era incompatible con una vida pública... O Pynchon...
-Ahora hablamos de eso. Te redondeo y ahora hablamos de eso. Entonces, eso de presentar libros para decir que no te gusta hablar en público o dar entrevistas para decir que estás harto de las entrevistas, me parece una impostura en la que prefiero no participar. Porque como vos bien decís, si de verdad te molestan tanto, no las hagas. ¿No?
Ahora bien. Vos me preguntas por Pynchon, por Salinger, por las figuras –digamos– enigmáticas de la literatura. Por un lado, se me ocurre decir que eso también genera una construcción de una identidad pública.
-Sí, de acuerdo.
-Es decir que no había de haber en ese silencio programático, en esa ausencia tan coherente consigo misma un acto de...
-Autopromoción
-Sí, pero déjame hablar. Vamos al sentido. No deja de ser estridente. No deja de ser estridente, ¿No? Porque sino, por allí, lo verdaderamente, lo emocionalmente sincero sería decir a veces que si, a veces que no, no tenés ganas. Das unas pocas. De pronto no haces. Pero cuando vos te pasás cuarenta años sin hablar nunca con la prensa, evidentemente estás lanzando un mensaje mediante la prensa. Con lo cual, digamos, no caigamos en la impunidad de creer que quien se niega sistemáticamente a conversar con los medios, ignora los medios.
-Sí, si...
-Ahora. Es poco como la idea de la virginidad. ¿Es la virginidad la negación del sexo? No, al contrario. Es la mayor obsesión posible con el sexo. Solamente alguien permanentemente obsesionado con el sexo –quiero decir, solamente un puritano que pone al sexo en primer lugar de sus valores puede sistemáticamente resistirse a él. Hay que darle un enorme importancia al sexo como para mantener la virginidad. Hay que darle una enorme importancia a los medios para lanzarles un silencio.
Pero eso sería la primera respuesta. La segunda, también habría que añadir que me estás hablando de figuras que pertenecen a una etapa muy temprana de la realidad mediática. Es decir que... Primero, Salinger es inmensamente célebre cuando se retira.
-Sí...
-Salinger no construye su obra desde el silencio. Sino que en un momento dado, cuando se siente en el centro del huracán, y se hace una figura inmensamente conocida, de pronto se cansa y se retira. Pero digamos que Salinger llegó a ser muy conocido en su medio. Y después, claro, estamos hablando todo –me tirás todos nombres de la generación parecida– es decir, una generación muy pre Facebook, pre Twitter, y sobre todo una generación en donde la información estaba tan centralizada que de todas maneras las editoriales de estos autores se encargaban de manejar la información de una manera más eficaz, porque los canales eran limitados y muy centralizados. Entonces, de algún modo, si vos querías difundir un libro eran muy pocas puertas que una editorial tocaba. De manera que, en el fondo, la interlocución con ese ente llamado opinión pública era bastante mecánico. En cambio, ahora la cosa está mucho más dispersa, mucho más atomizada y lo que es más interesante todavía es no solamente que el arte se relacione con los medios de comunicación. Es que cada uno de los protagonistas del fenómeno artístico, y hablo también del público, pueden ser su propio medio de comunicación. Es un esquema totalmente diferente.
Me acuerdo cuando un amigo mío, Manuel Vilas –creo que acá tiene un par de libros publicados–, me decía, en la época del auge de los blogs: “El día que abrí mi blog sentí que me había comprado un diario”. Un diario, es decir un periódico, en el que no tenés una exigencia de caracteres, un diario en el que no pagás ciertos peajes que tienen que ver con los intereses económicos de ese medio – y/o con las opiniones políticas de ese medio–; un diario en el que, en definitiva, la única censura posible es la autocensura. Entonces, habría que preguntarse si escritores de la generación de Salinger –por sus pocas ganas de estar en manos de los intermediarios de la comunicación– no hubieran abierto un blog o tenido un Twitter, precisamente para que su palabra no estuviera filtrada por ningún intermediario. Por allí era un silencio de otro género, de otra época, y donde el medio de comunicación significaba otra cosa.
-Claro. Por supuesto.
-En fin. Todo eso se me ocurrió contestarte. Pero eso de victimar al autor me parecería una hipocresía de mi parte. ¿Viste que hay mucho de eso, no? Tratar de vender la idea de lo mucho que sufrís cuando estas difundiendo un libro.
-Pero, por ejemplo. Yo pensaba más en –tomemos una persona más bien sincera, que no haga demagogia... Pero ciertos escritores, por lo que yo percibo, sienten que contar demasiado sobre lo que hacen puede ser perjudicial...
-Pero Andrés, yo nunca en mis entrevistas hablo sobre los libros que voy a hacer o estoy haciendo. Siempre hablo del que hice. Por supuesto que hay una especie de pequeña fuerza sagrada que tiene que ver con la ansiedad de decir, con la necesidad de contar algo; que muchas veces te cuesta contar o que incluso no sabés muy bien qué es. Estás en el tramite de averiguarlo. Y obviamente eso ya no es un tema de prensa, es un tema en general. De interlocutores. Si uno lo cuenta demasiado durante el proceso, esa llama pierde parte de su convicción. Pero esto ya es también un problema de escuelas. Está el escritor modelo Borgeano, que según se cuenta, le gustaba perfeccionar la historia que iba contando. El cuento que pensaba hacer se lo iba narrando un montón de interlocutores y esa narración nunca era idéntica. Iba perfeccionándose, iba nutriéndose de la reacción de sus interlocutores y del asombro que produce hablar en voz alta y darse cuenta de lo que uno está pensando. Porque hay veces que uno no sabe qué opina, o qué tiene para decir, hasta que lo dice –y eso se llama discutir; entonces creo que Borges en parte aprovechaba esa especie de sinergia que se produce cuando uno habla con alguien, para ir modificando la futura escritura del texto. Eso es una escuela. Y después está la escuela digamos más secreta de los, ponele, escritores furtivos. Que son los que tienen una especie de impunidad narrativa, ¿no? De moción media clandestina. De estar contando algo sin que nadie lo sepa que perdería parte de su sensación de traversura y de también de peligro si empezaras a divulgarlo. Yo me siento más parte de esa segunda escuela.
-Ahí está. Vos solo hablás de lo que ya escribiste...
-Claro. Lo que voy a escribir lo tengo como una especie de secreto medio intuitivo. Como mucho se lo puedo compartir tal vez a mi pareja, con algún compañero con especial confianza. Pero jamás es un proceso público, jamás. Sí que confío mucho –y de hecho, necesito– la mirada ajena, la opinión de lectores. Digo, antes de publicar. Pero es después de haber hecho el manuscrito.
-Ahhh... ¿Cómo haces eso?
-Son como fases complementarias. Te digo como lo hago yo. Cada uno tiene su método. Yo, la parte de la redacción del primer manuscrito la vivo como algo muy intuitiva, muy solitaria, y donde prefiero extraviarme solo antes que consultarlo. Prefiero llegar al final de un error –porque a veces uno tiene una intuición, ¿no? Que es entre fallida e interesante. Se está definiendo. Y si uno lo consulta y de pronto el otro no le gusta la idea, vos –porque todos somos muy débiles, es muy difícil tener una convicción...
-Claro, si alguien te critica te puede inhibir...
-Entonces vos, por allí, podes decir, “la verdad que tiene la razón: es una pelotudez”. Porque uno está siempre al punto de pensar que lo que está haciendo está mal. Eso es lo primero que uno piensa. Y por allí, entonces, aborta el proceso de tirarte hasta el final con esa idea y en el último minuto, desviarte del error y encontrar una idea. Pero esa idea esta al final de la búsqueda...
-Si, está clarísimo...
-Entonces ese proceso lo hago solo. Ahora bien. Cuando termino el manuscrito, para mí se abre una fase totalmente opuesta. Entonces, allí cuantas más opiniones de gente de confianza recibís, cuanto más mierda me hagan el manuscrito, mejor.
-¿Lo entregas a tus editores?
-No, no, no. Porque la mirada del editor ya es semipública. Estoy hablando de un proceso anterior. No, para mi el editor llega al final. Todo lo que tenga que ver con la parte editorial, para mi está al final.
Mi mujer es española, es poeta, y nos hacemos mierda mutuamente los textos. Incluso compramos una pizarra se dice en España –pizarrón se dice acá– donde colgamos poemas en un color, y el otro llega a la habitación, lo tacha, lo corrige en otro color y se va –y el día siguiente, entonces, vamos haciendo una especie de correcciones en la pared, de nuestros respectivos poemas, entramos a la habitación corregimos el poema y nos vamos...
-Son casi como coautores...
-No, no, no. Bueno si, efectivamente. Y tengo un grupito de amigos y de escritores que, ponele que nos intercambiamos los manuscritos, con la premisa que seamos francos. Vos sabes que tu amigo es alguien que te quiere cuando antes de publicar un libro te dice, “Esta página es una mierda, te suplico que la quites”. Solamente un amigo es capaz de decirte eso. ¿No?
-Es duro escuchar eso...
-Yo lo escucho con toda gratitud. Porque te está evitando un ridículo posterior. Lo fácil es decir que esta todo bien. Yo lo interpreto como un acto de amor. Y un acto de valentía por parte de la otra persona, también. Entonces, todo ese proceso para mí tiene que ver con eso que le contó, me parece que fue –o yo escuche esta historia, no sé si será apócrifa– entre Flaubert y Maupassant. Que Maupassant le pregunta a Flaubert que tal día de trabajo tuvo; y Flaubert le dice fue, bueno, extenuante, porque se levantó, tuvo toda la mañana poniendo una coma...
-Después la sacó...
-Comió, durmió una siesta, se levantó, estuvo toda la tarde trabajando y la sacó. No sé si la historia es verdad, pero nos sirve alegóricamente igual. Cuando uno llega a lo que yo llamo Estadio Flaubert, que es cuando te sorprendés a vos mismo sacando las comas que pusiste hace un rato, es el momento en que ya no podés corregir más el texto y necesitas una mirada exterior. Esa mirada exterior te devuelve al interior del texto. Entonces una vez que recibís opiniones exteriores, asumís la mirada del otro y podés seguir corrigiendo. Es lo mismo que un personaje. Tu lector se convierte en un personaje. Vos podés imaginarte como vería la realidad el tipo de Breaking Bad, como se sentiría Julien Sorel o cómo se sentiría Sancho Panza a diferencia de Don Quijote. Es decir, igual que uno puede hacer el ejercicio de ponerse en el lugar de un personaje que sabe que la realidad se transforma inmediatamente desde ese punto de vista, creo que la lectura ajena lo que te permite es re-enfocar lo que hiciste. Y bueno, al final de este ida y vuelta en que vos sos uno y el otro, varias veces, al final de ese proceso, estamos tras el editor. Pero jamás le mandaría a mi editor, ponele, un libro a la mitad, para que me dijera qué me parece. Sé que hay escritores que lo hacen y los respeto. Pero siento que sería como abrir la ventana en mitad del cuarto oscuro. No sería el momento.
Comenzó así la cosa: tras hacer el pedido (para él, un licuado; para el reportero un cortado) Neuman dijo: “Yo voy a empezar por entrevistarte a ti”. Y comenzó a hacer unas preguntas sobre la crianza y educación de su interlocutor. No con espíritu de intruso, sino por resaltar algo en común entre los dos –que ambos nacimos y pasamos nuestras infancias en un país y ahora vivimos en otro. Tras establecer el punto, Neuman dijo que prefería una charla en vez de una entrevista pragmática.
Con lo cual, se extendió la cosa. En rasgos generales, hablamos de tres grandes temas: La relación de la figura del autor con la prensa; la construcción del objeto-libro de Hacerse el Muerto; y la situación de Neuman de ser un híbrido cultural. Fue una larga charla. Para hacerle justicia a Neuman, quien se explayó largamente y en detalle sobre las preguntas de este reportero, dividiremos el relato en tres entregas que obedecen las tres temáticas señaladas. Comenzamos por el novelista y su relación con la prensa.
-¿Hay alguna desventaja (puede dañar tu vida como escritor) participar tanto en la divulgación de tu obra con la prensa?, ¿ser tan franco y abierto con tus procesos creativos?
-Yo creo que si la conversación se convierte en un acto de ocultación es preferible guardar silencio. Si uno está hablando es mejor ser franco y hasta contradecirse con todo gusto –no tener un discurso armado que es una especie de acto publicitario o de legitimación de la propia figura pública. Eso me parece atroz. Lo que pasa es que hay una especie de postura snob abominable y una falta de respeto también a los lectores que es el típico artista que se pasa la vida dando entrevistas explicando lo mucho que odia las entrevistas.
-Pero hay tipos como Cormac McCarthy o Salinger que decidieron que su arte era incompatible con una vida pública... O Pynchon...
-Ahora hablamos de eso. Te redondeo y ahora hablamos de eso. Entonces, eso de presentar libros para decir que no te gusta hablar en público o dar entrevistas para decir que estás harto de las entrevistas, me parece una impostura en la que prefiero no participar. Porque como vos bien decís, si de verdad te molestan tanto, no las hagas. ¿No?
Ahora bien. Vos me preguntas por Pynchon, por Salinger, por las figuras –digamos– enigmáticas de la literatura. Por un lado, se me ocurre decir que eso también genera una construcción de una identidad pública.
-Sí, de acuerdo.
-Es decir que no había de haber en ese silencio programático, en esa ausencia tan coherente consigo misma un acto de...
-Autopromoción
-Sí, pero déjame hablar. Vamos al sentido. No deja de ser estridente. No deja de ser estridente, ¿No? Porque sino, por allí, lo verdaderamente, lo emocionalmente sincero sería decir a veces que si, a veces que no, no tenés ganas. Das unas pocas. De pronto no haces. Pero cuando vos te pasás cuarenta años sin hablar nunca con la prensa, evidentemente estás lanzando un mensaje mediante la prensa. Con lo cual, digamos, no caigamos en la impunidad de creer que quien se niega sistemáticamente a conversar con los medios, ignora los medios.
-Sí, si...
-Ahora. Es poco como la idea de la virginidad. ¿Es la virginidad la negación del sexo? No, al contrario. Es la mayor obsesión posible con el sexo. Solamente alguien permanentemente obsesionado con el sexo –quiero decir, solamente un puritano que pone al sexo en primer lugar de sus valores puede sistemáticamente resistirse a él. Hay que darle un enorme importancia al sexo como para mantener la virginidad. Hay que darle una enorme importancia a los medios para lanzarles un silencio.
Pero eso sería la primera respuesta. La segunda, también habría que añadir que me estás hablando de figuras que pertenecen a una etapa muy temprana de la realidad mediática. Es decir que... Primero, Salinger es inmensamente célebre cuando se retira.
-Sí...
-Salinger no construye su obra desde el silencio. Sino que en un momento dado, cuando se siente en el centro del huracán, y se hace una figura inmensamente conocida, de pronto se cansa y se retira. Pero digamos que Salinger llegó a ser muy conocido en su medio. Y después, claro, estamos hablando todo –me tirás todos nombres de la generación parecida– es decir, una generación muy pre Facebook, pre Twitter, y sobre todo una generación en donde la información estaba tan centralizada que de todas maneras las editoriales de estos autores se encargaban de manejar la información de una manera más eficaz, porque los canales eran limitados y muy centralizados. Entonces, de algún modo, si vos querías difundir un libro eran muy pocas puertas que una editorial tocaba. De manera que, en el fondo, la interlocución con ese ente llamado opinión pública era bastante mecánico. En cambio, ahora la cosa está mucho más dispersa, mucho más atomizada y lo que es más interesante todavía es no solamente que el arte se relacione con los medios de comunicación. Es que cada uno de los protagonistas del fenómeno artístico, y hablo también del público, pueden ser su propio medio de comunicación. Es un esquema totalmente diferente.
Me acuerdo cuando un amigo mío, Manuel Vilas –creo que acá tiene un par de libros publicados–, me decía, en la época del auge de los blogs: “El día que abrí mi blog sentí que me había comprado un diario”. Un diario, es decir un periódico, en el que no tenés una exigencia de caracteres, un diario en el que no pagás ciertos peajes que tienen que ver con los intereses económicos de ese medio – y/o con las opiniones políticas de ese medio–; un diario en el que, en definitiva, la única censura posible es la autocensura. Entonces, habría que preguntarse si escritores de la generación de Salinger –por sus pocas ganas de estar en manos de los intermediarios de la comunicación– no hubieran abierto un blog o tenido un Twitter, precisamente para que su palabra no estuviera filtrada por ningún intermediario. Por allí era un silencio de otro género, de otra época, y donde el medio de comunicación significaba otra cosa.
-Claro. Por supuesto.
-En fin. Todo eso se me ocurrió contestarte. Pero eso de victimar al autor me parecería una hipocresía de mi parte. ¿Viste que hay mucho de eso, no? Tratar de vender la idea de lo mucho que sufrís cuando estas difundiendo un libro.
-Pero, por ejemplo. Yo pensaba más en –tomemos una persona más bien sincera, que no haga demagogia... Pero ciertos escritores, por lo que yo percibo, sienten que contar demasiado sobre lo que hacen puede ser perjudicial...
-Pero Andrés, yo nunca en mis entrevistas hablo sobre los libros que voy a hacer o estoy haciendo. Siempre hablo del que hice. Por supuesto que hay una especie de pequeña fuerza sagrada que tiene que ver con la ansiedad de decir, con la necesidad de contar algo; que muchas veces te cuesta contar o que incluso no sabés muy bien qué es. Estás en el tramite de averiguarlo. Y obviamente eso ya no es un tema de prensa, es un tema en general. De interlocutores. Si uno lo cuenta demasiado durante el proceso, esa llama pierde parte de su convicción. Pero esto ya es también un problema de escuelas. Está el escritor modelo Borgeano, que según se cuenta, le gustaba perfeccionar la historia que iba contando. El cuento que pensaba hacer se lo iba narrando un montón de interlocutores y esa narración nunca era idéntica. Iba perfeccionándose, iba nutriéndose de la reacción de sus interlocutores y del asombro que produce hablar en voz alta y darse cuenta de lo que uno está pensando. Porque hay veces que uno no sabe qué opina, o qué tiene para decir, hasta que lo dice –y eso se llama discutir; entonces creo que Borges en parte aprovechaba esa especie de sinergia que se produce cuando uno habla con alguien, para ir modificando la futura escritura del texto. Eso es una escuela. Y después está la escuela digamos más secreta de los, ponele, escritores furtivos. Que son los que tienen una especie de impunidad narrativa, ¿no? De moción media clandestina. De estar contando algo sin que nadie lo sepa que perdería parte de su sensación de traversura y de también de peligro si empezaras a divulgarlo. Yo me siento más parte de esa segunda escuela.
-Ahí está. Vos solo hablás de lo que ya escribiste...
-Claro. Lo que voy a escribir lo tengo como una especie de secreto medio intuitivo. Como mucho se lo puedo compartir tal vez a mi pareja, con algún compañero con especial confianza. Pero jamás es un proceso público, jamás. Sí que confío mucho –y de hecho, necesito– la mirada ajena, la opinión de lectores. Digo, antes de publicar. Pero es después de haber hecho el manuscrito.
-Ahhh... ¿Cómo haces eso?
-Son como fases complementarias. Te digo como lo hago yo. Cada uno tiene su método. Yo, la parte de la redacción del primer manuscrito la vivo como algo muy intuitiva, muy solitaria, y donde prefiero extraviarme solo antes que consultarlo. Prefiero llegar al final de un error –porque a veces uno tiene una intuición, ¿no? Que es entre fallida e interesante. Se está definiendo. Y si uno lo consulta y de pronto el otro no le gusta la idea, vos –porque todos somos muy débiles, es muy difícil tener una convicción...
-Claro, si alguien te critica te puede inhibir...
-Entonces vos, por allí, podes decir, “la verdad que tiene la razón: es una pelotudez”. Porque uno está siempre al punto de pensar que lo que está haciendo está mal. Eso es lo primero que uno piensa. Y por allí, entonces, aborta el proceso de tirarte hasta el final con esa idea y en el último minuto, desviarte del error y encontrar una idea. Pero esa idea esta al final de la búsqueda...
-Si, está clarísimo...
-Entonces ese proceso lo hago solo. Ahora bien. Cuando termino el manuscrito, para mí se abre una fase totalmente opuesta. Entonces, allí cuantas más opiniones de gente de confianza recibís, cuanto más mierda me hagan el manuscrito, mejor.
-¿Lo entregas a tus editores?
-No, no, no. Porque la mirada del editor ya es semipública. Estoy hablando de un proceso anterior. No, para mi el editor llega al final. Todo lo que tenga que ver con la parte editorial, para mi está al final.
Mi mujer es española, es poeta, y nos hacemos mierda mutuamente los textos. Incluso compramos una pizarra se dice en España –pizarrón se dice acá– donde colgamos poemas en un color, y el otro llega a la habitación, lo tacha, lo corrige en otro color y se va –y el día siguiente, entonces, vamos haciendo una especie de correcciones en la pared, de nuestros respectivos poemas, entramos a la habitación corregimos el poema y nos vamos...
-Son casi como coautores...
-No, no, no. Bueno si, efectivamente. Y tengo un grupito de amigos y de escritores que, ponele que nos intercambiamos los manuscritos, con la premisa que seamos francos. Vos sabes que tu amigo es alguien que te quiere cuando antes de publicar un libro te dice, “Esta página es una mierda, te suplico que la quites”. Solamente un amigo es capaz de decirte eso. ¿No?
-Es duro escuchar eso...
-Yo lo escucho con toda gratitud. Porque te está evitando un ridículo posterior. Lo fácil es decir que esta todo bien. Yo lo interpreto como un acto de amor. Y un acto de valentía por parte de la otra persona, también. Entonces, todo ese proceso para mí tiene que ver con eso que le contó, me parece que fue –o yo escuche esta historia, no sé si será apócrifa– entre Flaubert y Maupassant. Que Maupassant le pregunta a Flaubert que tal día de trabajo tuvo; y Flaubert le dice fue, bueno, extenuante, porque se levantó, tuvo toda la mañana poniendo una coma...
-Después la sacó...
-Comió, durmió una siesta, se levantó, estuvo toda la tarde trabajando y la sacó. No sé si la historia es verdad, pero nos sirve alegóricamente igual. Cuando uno llega a lo que yo llamo Estadio Flaubert, que es cuando te sorprendés a vos mismo sacando las comas que pusiste hace un rato, es el momento en que ya no podés corregir más el texto y necesitas una mirada exterior. Esa mirada exterior te devuelve al interior del texto. Entonces una vez que recibís opiniones exteriores, asumís la mirada del otro y podés seguir corrigiendo. Es lo mismo que un personaje. Tu lector se convierte en un personaje. Vos podés imaginarte como vería la realidad el tipo de Breaking Bad, como se sentiría Julien Sorel o cómo se sentiría Sancho Panza a diferencia de Don Quijote. Es decir, igual que uno puede hacer el ejercicio de ponerse en el lugar de un personaje que sabe que la realidad se transforma inmediatamente desde ese punto de vista, creo que la lectura ajena lo que te permite es re-enfocar lo que hiciste. Y bueno, al final de este ida y vuelta en que vos sos uno y el otro, varias veces, al final de ese proceso, estamos tras el editor. Pero jamás le mandaría a mi editor, ponele, un libro a la mitad, para que me dijera qué me parece. Sé que hay escritores que lo hacen y los respeto. Pero siento que sería como abrir la ventana en mitad del cuarto oscuro. No sería el momento.
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