23.12.13

La verdadera historia de la Casa de Poesía Silva de Bogotá

 En palabras del poeta, Fomentar un debate en torno a este tipo de instituciones es el único propósito que inspira esta contribución


Eduardo Carranza falleció en Bogotá el 13 de febrero de 1985, un mes después que el Reino de España concediera el Premio Cervantes a Ernesto Sábato, presea a la que aspiraba el poeta desde la llegada al poder de Belisario Betancur, íntimo amigo de Felipe Gonzalez. En octubre de 1984 Carranza había sufrido en Madrid, en uno de los hotelitos que frecuentaba en La Moncloa, una suerte de apoplejía que terminó por llevarle a la muerte. Sus restos mortales fueron depositados en el cementerio de Sopó por el mismo presidente de la república y una comitiva de la que hicieron parte varios de los ministros del despacho, el jefe del Nuevo Liberalismo, Luis Carlos Galán, el ex presidente Carlos Lleras Restrepo, director de Nueva Frontera, la directora de Colcultura, Amparo Sinisterra de Carvajal, Gustavo Esguerra, Gobernador de Cundinamarca e Hisnardo Ardila, alcalde de Bogotá.

Ya para entonces su hija había pensado que al deceso del padre, libros, manuscritos, fotos y numerosos objetos y materiales bibliográficos que le pertenecían debían ir a parar a algún lugar donde sirvieran para el estudio de la poesía. Mientras meditaba en ello, un día de marzo de aquel año, en las oficinas de Nueva Frontera de la séptima con diecisiete, Genoveva Carrasco le comentó, en presencia de Darío Jaramillo Agudelo, el ya casi todo poderoso gerente  cultural del Banco de la República, cómo una casa de inquilinato de La Candelaria donde había muerto José Asunción Silva y pasado días amargos Aurelio Arturo, estaba en venta y en franco deterioro. Para junio la casa ya estaba en manos de la corporación que regentaba la compañera sentimental de Patricio Samper, que muriera a manos de su propio hijo, que le propinó una veintena de puñaladas, mientras se desempeñaba como embajadora en Israel en 1995.

Justo un año después de la muerte del poeta y a seis meses del Holocausto del Palacio de Justicia y la catástrofe de Armero, el 24 de mayo de 1986, el presidente Belisario Betancur inauguró la Casa Silva, cuyos trabajos de restauración habían durado nueve meses dirigidos por Rodolfo Vallín Magaña,  quien con denodada paciencia recuperó el esplendor de los mascarones y las viñas, los demonios sonrientes de los rincones de la sala, las ostentosas crestas que coronan las puertas y los rosetones del patio que entrelazan conchas de nácar con delfines y tridentes de tritones. Como si se tratara de un palacete y no de una casa de inquilinato, el restablecedor colocó en las habitaciones y los corredores lámparas y arañas decimonónicas, y en las puertas y ventanas los herrajes, cerraduras y pomas originales compradas a desorbitantes precios en las anticuarias bogotanas de Chapinero, haciendo que los bastidores dieran la apariencia de la arquitectura republicana con vidrios de colores fabricados para la casa por artesanos del barrio Egipto. Un inmenso salón fue habilitado con tres de los cuartos de habitación del costado oriental del primer patio para poner allí los libros de Eduardo Carranza, comprados generosamente por la Corporación La Candelaria y el  Banco de la República, mientras en el segundo patio se levantó un precioso comedor público administrado por Juan Francisco Samper, hermano de quien sería el presidente más corrupto de la historia del país, también elegido con los caudales de los hermanos Rodríguez Orejuela como quedó confirmado en una carta dirigida al entonces presidente Pastrana Arango, desde la cárcel de La Picota, mientras esperaban ser extraditados a los Estados Unidos.


El cuarto donde se suicidó Silva fue destinado al despacho de la directora, desde donde pudo alegrarse, mientras departía con sus numerosos invitados y rociando las charlas con buenos caldos peninsulares y destilados de malta de Escocia,  con las azaleas que engalanaban el patio, a sabiendas que allí, durante años, los vecinos habían depositado flores y encendido cirios para el alma del difunto.

Tres meses antes de la inauguración de la casa, el régimen celebró el primer aniversario de la muerte de Eduardo Carranza con una fanfarria que intentaba relegar las tragedias vividas a finales del año anterior, que aún retumban en la memoria de los colombianos. El 13 de febrero de 1986 el gobierno se trasladó, en una caravana de trescientos vehículos, desde la capital hasta el cementerio de Sopó, donde en presencia de Rosa Coronado, esposa del poeta, sobrina de la escritora marxista Elisa Mújica, trocada al catolicismo en la España de la dictadura y uno de los primeros y más ardientes amores del poeta, y de sus hijos Ramiro, María Mercedes, Juan y la nieta Melibea Garavito, el médico Ernesto Martínez Capella hizo un recuento de los años de la aparición de Piedra y cielo. Luego la enorme comitiva se trasladó a la Hacienda Yerbabuena, en cuyo oratorio fue oficiada una misa concelebrada por el capellán del Instituto Caro y Cuervo y jefe del departamento de historia cultural, monseñor Mario Germán Romero y por el padre Manuel Briceño Jáuregui, jefe de filología clásica, quien predicó una homilía en su honor. Terminada la misa los asistentes se mudaron al Paseo de los Poetas frente a la casa de la hacienda, y Betancur con Rosa Coronado descubrieron un busto de Carranza ejecutado al natural por el escultor franquista Emilio Laíz Campos, el mismo que hizo la colosal escultura del almirante Blas de Lezo y Olavarrieta, mejor conocido como Patapalo, o  Mediohombre, donde el vate llanero, al contrario de su habitual atavío bogotano, cuando vestía capa española de cristianos viejos y boina vasca, aparece con una ruana antioqueña y la cabeza descubierta. Se dijo entonces que el torso, que estuvo durante años en el patio trasero de la casa del poeta, azotado por el defecar de las palomas, había sido donado al instituto para la ocasión, pero según indicó esa misma mañana el periodista Rogelio Echavarría, que tenía por qué saberlo, lo habían vendido por dos millones de pesos de entonces. Acabado este acto los invitados pasaron al comedor y allí, entre vinillos y carnes de aves de corral, Alberto Dangond Uribe presentó una cinta fonóptica con la voz de Carranza leyendoEpístola mortal. Noemí Sanín Posada, ministra de comunicaciones, la misma que obligó a la radio a trasmitir un partido de futbol mientras retomaban a sangre y fuego el Palacio de Justicia de las manos del M-19, puso en circulación un millón de estampillas con la efigie del vate diseñada por Carlos Dupuy.

Algunas de las anécdotas de esa celebración típica de los años del gobierno de Belisario Betancur son memorables. Según Nicolás Suescún[1], dos de los asesores del presidente, Afán Buitrago y Hernando Valencia Goelkel no cumplieron la cita mañanera en la Casa de Nariño para acompañar al presidente porque se habían amanecido libando con el poeta Fernando Arbeláez en casa del segundo. El presidente, enterado de las circunstancias, envió un pequeño helicóptero de la policía a recogerles que aterrizó en un parquecito que había frente al apartamento de Valencia, esperando por ellos casi cuarenta minutos hasta que mediante fuertes tomas de café amargo lograron despabilar al ensayista de Mito y subiendo al aparato remontaron el vuelo y llegaron a la cita de Yerbabuena aun cuando habían perdido la de Sopó. Fue a ellos que Rogelio Echavarría, que había llegado puntual a la cita y estaba frente al busto de Carranza con su gabardina inglesa doblada sobre el brazo izquierdo, les contó de la transacción de la pieza del retratista de toreros y diplomáticos de Vicálvaro.


Según un informe parcial del Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá, la Fundación Casa de Poesía Silva recibió, entre los años 1998 y 2005 la bicoca de $ 3.870.096.355.oo., tres mil ochocientos setenta millones noventa y seis mil trescientos cincuenta y cinco pesos. Datos de sólo seis años, cuando “menos” dinero recibió de parte del distrito capital. No hay informes del dinero recibido entre 1986 hasta 1998, otros doce años. Y faltan los del Ministerio de Cultura y los que nunca sabremos, de la empresa privada, que en últimas fue también dinero público. Todas esas enormes sumas fueron dilapidadas en eventos espectaculares como las suntuosas ediciones de la llamada Historia de la poesía colombiana donde se ha ignorado, como en los tiempos de Stalin y a conveniencia de los directores de la Casa, los poetas incomodos u odiados; los reiteradosEncuentros de poetas y escritores hispanoamericanos, los eventos en diversas ciudades de La poesía tiene la palabra, y las ruidosas lecturas de nadaístas y ex presidentes, criticadas con seudónimos por el tallerista Juan Manuel Roca desde las páginas del Magazín Dominical: —-”Ricardo Aricapa escribe en “Balada de la Calle” (El Mundo 29/V/89), cómo al auscultar la caja de Pandora de la poesía nacional en la Cá­mara de Comercio de Medellín en­tró en batalla con 20.000 versos de toda la clase y reper­torio. Se encontró con el Nocturno de Silva, el Ritornelo de León de Greiff, poemas del nariñense Yianhilo o el gran Aurelio Arturo. Pero también con que con el verso ga­nador de Darío Jaramillo y otro de Hernando Cardozo, ocurrió algo curioso: tuvieron un inten­so proselitismo de activos y fervorosos admiradores, a juzgar por lo que vio en la caja: todos los votos eran fotocopias del mismo poema, no cambiaba sino la firma y la cédula del remitente. Como quien dice: 1a fotocopia tiene la palabra. Como si fuera poco el mismo Darío Jaramillo dijo que al ganar con 19.000 votos: “Eso me huele a trampa” (El Mundo 26/V/89).” [MD, julio 2 de 1989]; “Ojalá que doña María Mercedes Carranza no esté volviendo la casa del gran Silva en un recitadero como dice Jorge Child y tampoco la esté volviendo un parrandeadero vallenato” [MD, octubre 25 de 1987],— los anuarios que recogían las conferencias y que también excluían los esfuerzos de otros colectivos en todo el territorio, cuando no recibían el nihil obstat de la directora o los talleristas; el Premio Eduardo Carranza o el Premio Silva [otorgado a escritores de segunda, pero benefactores de la señora Carranza como Mario Rivero, Fernando Charry, Hernando Valencia, Héctor Rojas y Rogelio Echavarría] o el Premio Pegaso concedidos siempre a dedo y con gajes millonarios en pesos y en miles de dólares y la celebración no sólo del centenario de la muerte de Silva, con exposiciones itinerantes por toda la nación y el mundo, sino también la llegada al medio siglo de la propia directora con un gran holgorio en la embajada de Colombia en Madrid, en el palacete de la calle Martínez Campos, cuando era embajador Ernesto Samper Pizano, adonde volaron unos quince concelebrantes incluidos, dijeron las malas lenguas, Dario Jaramillo Agudelo, Genoveva Carrasco, Alejandro Obregón, Aseneth Velasquez, Pilar Tafur, Pedro Alejo Gómez, Carmen Barvo, Marta Alvarez, Daniel Samper Pizano, Patricia Lara, Carlos Castillo, Luis Alfredo Sanchez, etc., visitantes asiduos al cercano Café El Espejo de Recoletos 31, donde el futuro presidente de los colombianos departió en más de una ocasión con don Gilberto y don Miguel Rodriguez Orejuela, sus futuros electores.

María Mercedes Carranza hizo entonces de la poesía un instrumento de la demagogia política aduciendo en numerosas ocasiones que la lírica podía sanar las heridas de una sociedad violenta y enferma como la colombiana de los años de la república del narcotráfico. Como había sucedido durante la violencia de los años cincuenta con el Nadaísmo, ahora de nuevo la poesía servía como divertimiento y distracción de vastos sectores de los pauperizados habitantes de las grandes ciudades como Bogotá, Barranquilla, Medellín o Cali, donde actuó la señora Carranza con sus programas La poesía tiene la palabraAlzados en almas, Descanse en paz la guerra, eligiendo unas veces el mejor verso de amor, de algunos de sus amigos, o el más excitante verso erótico de alguna poetisa recién venida.

Numerosas fueron desde entonces las críticas a estos eventos. Uno de sus más acérrimos detractores, el polígrafo Héctor Abad Faciolince, sostuvo en dos artículos titulados Poetastro de la poetambre y 36 Millones de poetas como se hastiaba al enterarse de la pululación de encuentros, festivales, olimpiadas, bazares, homenajes, lecturas, revistas, congresos, concursos, becas de por y para poetas ricos, pobres, bosnios, cubanos, antioqueños, ingenieros, viejos, niños, reencarnados y muertos.
“En Colombia vivimos una explosión demográfica de auto poetas, escribió en Lecturas Dominicales del 7 de mayo de 1995. De personas que, por generación espontánea, se proclaman poetas. Esta falta de cultivo en el ejercicio de la poesía, al menos como programa, me parece demagógica, porque esta poesía, aparentemente fresca y espontánea, no hace más que reproducir clichés de lo que se considera poético. El armamento artístico de los poetas silvestres suele ser un inventario repetitivo de lugares comunes. La demagogia poética con su masificación de la poesía, lo que hace es halagar, adular al mal poeta que llevamos dentro. Sus espectáculos repiten un sonsonete ingenuo: Yo soy poeta, tú eres poeta, él es poeta, nosotros somos poetas, todos somos poetas, este gran evento es poesía, todo es poesía. ¿Sí será cierto que esa extraordinaria promoción de poetas, de poemas, de libros, folletos, revistas y actividades poéticas, encierra poesía? ¿O no será más bien un nuevo espectáculo montado por nuestra sociedad de masas que todo quiere convertirlo en un show multitudinario, financiado por la publicidad de la empresa privada, en parte, y en parte subsidiado por la burocracia de Estado?”
A la muerte de Carranza Coronado la casa pasó a otras manos y a pesar de las descomunales estadísticas que ofrecen para demostrar la promoción que hace de la poesía: 8.500.000 personas habrían cruzado el umbral de su puerta; 816 eventos se habrían realizado en el pequeño auditorio; 3.147 grupos de niños habrían recorrido sus patios y habitaciones; 3.500.000 habrían oído poemas en la fonoteca y otro 1.500.00 habría comprado poemas para regalar, las críticas al sucesor de la fundadora han sido numerosas y cáusticas, como esta de Omar Ortiz, titulada Se permuta casa por prólogo, publicada el 19 de mayo de 2013 en El Tabloide de Tulua:
“Ahora sabemos por qué Pedro Alejo Gómez no asistió al homenaje a María Mercedes. Estaba ocupado redactando un prólogo al libro del presidente del senado, el médico Roy Barreras. El abogado Gómez se ha dedicado los diez años de su dirección a estos menesteres de prologuista, de presentador de ex presidentes, de asistente asiduo a cocteles y eventos sociales que registran las páginas de Cromos, mientras cobra la suma de once millones de pesos mensuales. Sí, este apocado filipichín que confunde la decencia con la lagartería, tiró por la borda los diecisiete años de trabajo de la poeta Carranza, y lo que es más notable, logró volver realidad el postulado platónico: expulsar a los poetas de su reino”.

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