10.12.13

'Informe del Interior' de Paul Auster parece haber agotado la paciencia de la crítica

 Paul Auster no ha convencido a la crítica con Informe del Interior./lainformacion.com
No comparto la idea de que el novelista tenga que sustituir a Dios creando mundos. Al escribir uno no puede pintar el ser sino el paso, el mero paso, o sea, lo que hay entre una cosa y otra.

No hago más que leer comentarios desfavorables al último libro de Paul Auster Informe del interior. A los críticos más que a los lectores parece habérseles agotado la paciencia con el escritor.

Ya con el Diario de invierno habían sido demasiado clementes. Pero ahora, de nuevo, ¡esa manía autobiográfica!, ese recurso fácil de los novelistas flojos, ¡qué obsesión!, lo que el lector espera de un contador de historias (ese deicida que puede rehacer la realidad a su antojo) es una representación del mundo que vaya más allá del propio ombligo, y francamente otro libro así no aporta nada, bla, bla, bla.

Y yo, ¿qué pienso? Pues eso, que tales consideraciones yerran de medio a medio y que se trata de una mirada chata de las cosas. Mi alegato de defensa (si es que lo necesitara) es este: de todos los motivos por los cuales alguien escribe sobre sí mismo, el decisivo para un artista consiste en el deseo de lograr justamente lo que no ha conseguido con su obra narrativa (ni, en el caso de Auster, con su poesía previa).

No comparto la idea de que el novelista tenga que sustituir a Dios creando mundos. Puestos a seguir con la desafortunada alegoría teológica que un Premio Nobel hispano popularizó, yo diría que el novelista lo que tiene que hacer es buscar a Dios, o sea, el principio de realidad que late en cada átomo del cosmos.

Alguien como Auster lo ha hecho con una lúcida pasión, libro tras libro, y seguramente lo volverá a hacer también por la vía narrativa, pero por de pronto está intentando hallar dentro lo que fuera no ha acabado de encontrar (y no por nada sino porque eso consiste en ser in-encontrable). Esa pulsión por lo demás en su caso está íntimamente vinculada a toda su novelística desde su primera narración La invención de la soledad.

¿Y qué es eso que Auster busca y que no encuentra? Se busca a sí mismo, partiendo de aquel a quien tiene más cerca (la diferencia del autor de la Trilogía de Nueva York con la mayor parte de sus denostadores está en sus lecturas: Auster ha leído a fondo Rimbaud, a Schnitzler y a Pablo de Tarso y sabe que no somos uno sino, al menos, dos).

Por eso Auster se dirige en segunda persona a sí mismo en el libro con toda la frialdad del mundo. O transcribe sus cartas como si fueran ese otro que somos para nosotros mismos. En un pasaje de este informe (report, palabra que indica precisamente la búsqueda, en medio de la vida del sujeto, de una objetividad) recuerda que su profesor de francés en la Universidad de Columbia fue Donald Frame, el traductor al inglés de Michel de Montaigne.

Acaso allí aprendió que al escribir uno no puede pintar el ser sino el paso, el mero paso, o sea, lo que hay entre una cosa y otra: esa nada que lo es todo. Me queda por añadir, frente a los que atacan a Auster, que otra cosa sea que cuanto más siga por el camino de la realidad, más solo se va a encontrar.

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