Hay retratos de pesadilla que se fijan en una realidad, la distorsionan, la llenan de sarcasmo y surrealismo y años después se encuentran con que su profecía delirante se parece demasiado a la realidad
Jorge Volpi en Madrid./Luis Sevillano./elpais.com |
Es lo que ocurre con La paz de los sepulcros, la obra deJorge Volpi (México D.F., 1968) que ahora ha reeditado en España Alrevés. Es una obra despiadada sobre un México atemporal, con una democracia aparentemente impoluta, sumido en la corrupción, con una noche desenfrenada y violenta, llena de seres, políticos o periodistas, millonarios o estrellas de la tele, sin ningún escrúpulo.
Hablamos con el autor sobre una obra que ha dejado a este lector y bloguero a cuadros, sin saber dónde mirar al terminar, intranquilo y perturbado por su extrañeza, realismo e interés casi macabro.
Alberto Navarro, político con aspiraciones, ministro del Interior, es hallado sin vida en un hotel de las afueras de la capital mexicana. Junto a él yace el cuerpo de un joven desconocido. La brutalidad con la que se han empleado con los cuerpos hace pensar en el narco. El primero que llega al lugar es Agustín Oropeza, periodista de Tribuna del escándalo, carroñero capaz de casi cualquier cosa por una exclusiva, por una imagen y un titular sensacionalistas para su periódico.
Oropeza se ve metido hasta el último poro de su piel en la historia cuando reconoce al joven asesinado junto al ministro. De su mano caminamos por un México D.F. nocturno, entregado a la fiesta, las drogas y el sexo; por los salones de las altas esferas, nada ajenos a los vicios de su ciudad; por orgías y reuniones de hombres poderosos que escuchan atentos a un astrólogo; por un paisaje macabro, con tintes psicodélicos y espectral que se completa con una guerrilla- farsa, heredera urbana y casi satírica del EZLN.
“Sinceramente, creo que el México actual se parece bastante a la realidad descrita en La paz de los sepulcros. Escribí la novela en 1994, uno de los años más difíciles de la historia mexicana reciente, como una anticipación del futuro. Y quizás no ha errado del todo. La corrupción y la hipocresía siguen siendo dos características propias de nuestro sistema político. Pero, eso sí, con la apariencia de que estamos en una democracia impoluta”, asegura el autor.
Con un estilo reflexivo, que mezcla la acción, con la investigación, con la crítica social y política y todo con la crónica periodística, Volpi nos sumerge en un mundo de corrupción y nos lleva de la mano, o a rastras, a través de una investigación que sabemos que va a acabar mal porque, como dice el padre del protagonista, “en política siempre ganan los malos”.
Volpi ha escrito una grandiosa Trilogía del siglo XXI y ha cultivado con éxito el relato breve y el ensayo, pero no tenía una explicación contundente sobre su elección del género negro para esta novela: “Yo nunca pienso qué genero voy a escribir. Para es una novela negra, pero también una novela política, o una historia de amor. De lo que no cabe duda es de que, en efecto, los géneros ligados con el crimen -negro y policíaco- siempre han servido como un espejo social que permite introducirse en los aspectos más oscuros de nuestra sociedad, y del poder”.
En efecto, la crítica social, el relato despiadado de una generación que se ha dejado comer, también, por la corrupción está presente en toda la obra. La eficacia de la crítica aumenta con el uso de un sarcasmo salvaje que es intencionado y que a la vez surge solo de la realidad delirante que se retrata porque “la política mexicana, por sí misma, podría parecer una sátira o una comedia negra, a veces negrísima”, explica Volpi.
Como le ocurría ya a Jorge Zepeda Patterson en Los corruptores, otro buen retrato de un país carcomido por la violencia y la corrupción, en La paz de los sepulcros no hay policías porque, por desgracia, lo normal es que no se pueda uno fiar de ellos. Volpi lo explica: “En países como México la policía es parte del mismo sistema. De allí que, quienes investigan, en esta historia, sean periodistas, aun de la peor calaña. Ellos al menos están en alguna medida fuera del aparato del poder, por más que la corrupción también los alcance”. Triste, crudo y real. Como la novela. Una nueva oportunidad de acercarse a la realidad literaria, política y social de un país fascinante. Lean y disfruten.
Alrevés ha publicado también El daño no es de ayer, de Ignacio Padilla (México D.F., 1968), otra apuesta de la generación del crack por lo negro y otro buen ejemplo de que la fusión de géneros y el humor tienen sitio en la novela negra.
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