Tron es la forma embrionaria de esa poética que tuvo su acta fundacional en la publicación del Neuromante de William Gibson en 1984
Tron puede colgarse, así, la medalla de haberle despertado la vocación al padre de Toy story, pero, 28 años después de su estreno, la película es relevante por muchas otras cuestiones. Fue una propuesta visionaria que simuló ser la primera superproducción de animación de síntesis, cuando, en realidad, era una astuta filigrana híbrida, donde se combinaban gráficos virtuales con eficaces trucos fotográficos analógicos: una fantasía de neón, que enraizaba su mitología en esas salas de juegos recreativos usadas por la emergente industria del videojuego como campo de pruebas para sus futuros lanzamientos.
Fundador de su propia compañía de animación independiente -los Lisberger Studios Incorporated-, el director de Tron había formado a futuros animadores de la talla de Brad Bird y Roger Allers antes de desembarcar en la Disney con su inusual propuesta. Los talentos combinados de Moebius (Jean Giraud) y el diseñador Syd Mead -aún fresca su labor en el diseño de producción de Blade Runner- le permitieron articular una suerte de misticismo tecnológico donde, de manera algo ingenua y rudimentaria, se adelantaban algunas de las propuestas de esa sensibilidad ciberpunk que, un año después del estreno de Tron, ya se iba a afirmar como uno de los más influyentes fenómenos culturales de finales del siglo XX. Aunque sea faltar a la precisión -pues la importancia de Blade Runner como fuerza inspiradora fue mayor-, podría afirmarse que Tron es la forma embrionaria de esa poética que tuvo su acta fundacional en la publicación del Neuromante de William Gibson en 1984.
La Academia decidió negarle a Tron la nominación al Oscar por sus efectos especiales: por aquel entonces, los guardianes de las esencias consideraron que usar ordenadores equivalía a hacer trampas.
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