14.12.10

WikiLeaks o el final del “top secret”

El portal WikiLeaks, que destapó 251.287 cables diplomáticos de los EE.UU. y reveló las minucias de su espionaje, fijó además un nuevo estándar periodístico: usa los medios para llegar al público, pero socializa los materiales crudos, limitando de ese modo la manipulación de datos

SE COMPARA a Assange con Daniel Ellsberg desde que WikiLeaks publicó los "Diarios de la guerra".ilustración.fuente:Revista Ñ

WikiLeaks, el portal digital de informaciones en crudo, de informaciones secretas y casi sin editar, que se suponía ningún civil iba a ver nunca, y que están de pronto a disposición de todos con el esfuerzo de un sólo clic, inspira tanta admiración como repudio, y tantos comentarios superados como risitas cínicas acerca de la inocuidad de un puñado de chismes y la confirmación de hechos que ya se sabían, por ejemplo, que en Irak ha muerto mucha gente. A dos semanas del destape de los cables diplomáticos, conviven dos preguntas: si las publicaciones de WikiLeaks cambiarán sustancialmente el curso de las cosas, y qué cosas son pasibles de cambiar a causa de WikiLeaks. Y en todo el asunto, cada minuto vale.

Al cierre de esta edición Julian Assange, fundador y cerebro de la organización, acababa de ser arrestado en Londres con una orden sueca que lo acusa de delitos sexuales en ese país. Si la situación se agrava para él –y si descreemos de las teorías que lo consideran funcional al Departamento de Estado, cuando no empleado directo– podría materializarse su amenaza, perfectamente factible en nuestra siempre asombrosa era de la información: la liberación automática de "partes clave" de material clasificado que, asegura, está en manos de cien mil personas.

Una obviedad: el esfuerzo de leer más de 400 mil documentos secretos sobre las guerras en Irak y en Afganistán ciertamente no queda a un click de distancia. Lo mismo puede decirse de los 251.287 cables diplomáticos que el portal comenzó a difundir el 28 de noviembre, ocupando las tapas de The New York Times, de los diarios europeos más importantes, y de ahí a todo el mundo, con gran escándalo para Hillary Clinton, secretaria de Estado estadounidense, el príncipe Andrew de Gran Bretaña y el ex jefe de gabinete argentino Sergio Massa, y euforia para Sarah Palin, reciente candidata republicana a la vicepresidencia de los EE.UU. que aprovecha el momentum para defenestrar la pasividad de la administración demócrata.

Desde luego Julian Assange, ese circunspecto y rubísimo australiano, más parecido al Tadrio de la bella novela Muerte en Venecia , que al hacker fugitivo a quien tantos quieren cortarle la cabeza, sabe como nadie que ningún ser humano es capaz de tolerar tanta información, menos si no tiene título y una bajada sintetizadora. Por eso ha empezado a utilizar a los medios de comunicación como puente. Sólo en El País de España cincuenta periodistas se dedican a analizar los cables diplomáticos, y trabajan en coordinación con los otros cuatro diarios que recibieron el paquete, y que a su vez han formado equipos especiales para lidiar con todo ese vértigo digital.

Ahora bien, ¿trabajan en WikiLeaks los suficientes voluntarios como para dividirse la lectura de 400 mil archivos de guerra y 200 mil papeles diplomáticos? El portal alega que todo lo que difunde ha pasado por sus ojos, si no para leerlo, sí para comprobar su autenticidad. Como fuere, no hay cerebro individual que aguante todo eso. Salvo el de una computadora, que no opina ni discierne; sólo "pone a disposición". Assange dijo a la revista The New Yorker este año: "Si publicas un estudio sobre el ADN se te exige que adjuntes los datos que han nutrido tu investigación, con la idea de que la gente pueda reproducirla, comprobarla, verificarla. Y esto se necesita en el periodismo también. Hay un inmediato desequilibrio de poder cuando los lectores no pueden comprobar lo que están leyendo, y eso conduce al abuso".

En un mundo en el que desde hace cuarenta años los críticos de medios se quejan de que el 90% de la información nos llega mediada, masticada y de fuentes imprecisas, WikiLeaks intenta establecer un nuevo estándar periodístico: en primer lugar, el puente que tiende con el público a través de medios de comunicación instalados permite la masividad de la difusión.

De hecho, antes del video Asesinato colateral (ver aparte) que los catapultó al mainstream , Assange se frustraba por la poca resonancia que sus publicaciones lograban. En segundo lugar, esos medios son prestigiosos, lo que le da un plus de legitimidad. Y finalmente, la organización pone a disposición de cualquiera los crudos en los que esos medios basarán sus notas, limitando así su capacidad para manipular los datos. En todo esto radica la absoluta contemporaneidad de WikiLeaks.

Desde que WikiLeaks publicó los Diarios de la guerra (ver aparte), se ha comparado a Assange con Daniel Ellsberg, el prestigioso analista militar estadounidense que devino en ferviente opositor de la guerra de Vietnam e hizo público, en 1971, el documento Relaciones entre Estados Unidos y Vietnam 1945-1967, también conocido como Los papeles del Pentágono . Cuentan que Nixon no reaccionó a la amenaza que ese destape suponía para él (después de todo hacía referencia a gestiones anteriores a la suya) sino hasta que su consejero, Henry Kissinger, le dijo que permitirle a The New York Times continuar con las publicaciones sentaría "un mal precedente" para futuros secretos. L os papeles del Pentágono , encargados por el secretario de Defensa de Lyndon Johnson, Robert McNamara, consistían en siete mil páginas clasificadas como "top secret", designación que se le da a los documentos cuya revelación podría ocasionar "daños excepcionalmente graves" a la seguridad de Estados Unidos. Tenía además otro sello, no oficial: "Material sensible"; una manera de decir que su publicación podía resultar "embarazosa".

Los papeles del Pentágono mostraron la verdadera envergadura del conflicto –que ya causaba malestar entre los estadounidenses– al contar la trastienda de bombardeos que nunca habían sido reportados a la prensa. Destaparon las mentiras y el doble discurso de Lyndon Johnson, que en su campaña decía querer ponerle fin a la guerra, y que, entre otras simulaciones, consultaba a sus consejeros sobre la conveniencia de mandar más tropas recién después de haberlas enviado.

Fue una cachetada a las conciencias civiles estadounidenses, que se enteraron de que las razones por las que se permanecía allí eran en un 70% "para evitar la humillación de la derrota", en un 10% para que "la gente de Vietnam del Sur tuviera un estilo de vida mejor y más libre" y en un bien especificado 0%, para "ayudar a un amigo".

A un mes de la primera publicación del Times, y con Ellsberg en la clandestinidad, la Casa Blanca creó una unidad de trabajos especiales que llevó el inverosímil pero lógico nombre de "los plomeros", pues su misión era frenar la gotera ( leak , en inglés) de la información, que desde luego, había salpicado a la gestión Nixon. Ante la imposibilidad de frenar la filtración, multiplicada en diarios de todo el país, los plomeros en cambio entraron al consultorio del psiquiatra de Ellsberg, a ver si encontraban algo que lo desacreditara. Esos plomeros serían los que, casi un año después, irrumpirían en las oficinas del Partido Demócrata en el edificio Watergate con el desenlace que conocemos y que precipitó la renuncia de Nixon.

El affaire Pentagon Papers fue el primer intento del gobierno federal de Estados Unidos de imponer explícitamente una prohibición a un medio de comunicación y el primer gran fallo en favor de la libertad informativa: en el caso "The New York Times vs. The United States", ganó el New York Times. Y Ellsberg, que se entregó y podría haber pasado su vida en la cárcel por cargos de espionaje y traición, fue liberado. Final feliz.

Las publicaciones de 1971 insuflaron los ánimos ya oscurecidos por la guerra y radicalizaron las marchas a la Casa Blanca. Las protestas se multiplicaron; el Times y The Washington Post se compraron en estampida, e incluso Los papeles del Pentágono , que se publicaron resumidos en una edición barata. Nada de eso ocurrió con los eventos de Irak y Afganistán que reveló WikiLeaks. ¿Qué ha pasado en estos cuarenta años? Una de las mayores revelaciones de los Diarios de la guerra –la mayor, en realidad, si damos algún valor a la vida humana– es la pasmosa cantidad de civiles muertos en cifras no difundidas hasta entonces. Miles de matanzas que conmovieron poco, que originaron comentarios del estilo "eso, finalmente, ya se sabía", y que dan pie a pensar que en estos cuarenta años, a la par de la despolitización generalizada, el cinismo ha crecido exponencialmente.

En Estados Unidos las protestas contra la invasión a Irak durante la era Bush fueron multitudinarias, pero al parecer la retórica de Barack Obama para continuar en Afganistán no molestó a sus votantes, y las publicaciones de WikiLeaks no representaron para su administración ningún desafío especial.

En suma: saber que una guerra va mal no sería motivo suficiente para dejar de hacerla. Y aunque ya entonces el hoy inexistente sitio wikileaks.org sufrió varios ataques para bloquearlo, ningún esfuerzo fue tan agresivo como el que se desplegó apenas empezaron a difundirse los documentos de las embajadas. Los cables que hoy tienen en vilo al mundo y sobre los que el Ejecutivo estadounidense mantiene una diplomática indiferencia, fueron extraídos de SIPRnet, la Secret Internet Protocol Router Network; una red de intercambio de información entre el Departamento de Defensa y el Departamento de Estado, que maneja datos clasificados hasta "secret", es decir, los que suponen un "grave daño" a la seguridad nacional, y que desde los ataques a las Torres Gemelas fue expandida para mejorar la intercomunicación entre agencias de gobierno hasta llegar a unos 2.5 millones de usuarios. Una filtración entre semejante cantidad de gente era sólo cuestión de tiempo. El asunto, en todo caso, era quién se haría cargo y de qué modo.

Fue finalmente WikiLeaks, con una estrategia autolegitimadora y masiva cuyo destino sólo puede especularse. Tal vez tanto nerviosismo se deba a la sospecha de que el as en la manga de Assange tenga que ver con su acceso a otra red, la Joint Wolrdwide Intelligence Communications System, que alberga los documentos "top secret"; aquellos que, como L os papeles del Pentángono , suponen un daño "excepcionalmente grave" para la seguridad de Estados Unidos, sea lo que sea que eso, hoy en día, signifique.

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