Es uno de los escritores de serie negra en español más reconocidos del mundo. Autor de una biografía del Che Guevara, ahora reinventó a Sandokán para homenajear a Salgari y a la novela de aventuras
Una biblioteca cargada de libros viejos y raros guió la última aventura literaria de Paco Ignacio Taibo II. El mueble estaba cargado con volúmenes de Magallanes y de Malinowsky, enciclopedias, manuales de zoología, libros de barcos de Pepe Puig, novelas decimonónicas (por supuesto, toda la saga de los Tigres de la Malasia, de Emilio Salgari, en las variadas versiones que circulan por el mundo hispano), mitos y verdades sobre James Brooke, un inglés que gobernó la región de Sarawak a mediados del siglo XIX y que se hizo conocer como el "rajá blanco", libros de comidas de Malasia y de tatuajes de Borneo. También se leían en aquellos lomos los nombres de Darwin, de Kipling, de Marx y de Engels. Durante una década Paco Ignacio Taibo II se dedicó a escribir su nueva novela, El retorno de los Tigres de la Malasia , y su biblioteca salgariana acompañó el proceso con un crecimiento sin pausa.
Ahora Paco está sentado en un café de la Recoleta, enfrente de un vaso de Coca-Cola (cuándo no, si se autodefine como "catador" de la gaseosa) y con un cigarrillo apagado entre los dedos, y se lamenta porque la presentación del libro fue cancelada en Buenos Aires. Sus amigos Juan Sasturain y Miguel Bonasso lo iban a acompañar, pero la muerte de Néstor Kirchner enlutó la agenda cultural de la ciudad. Entonces Paco cuenta sobre la biblioteca salgariana y sobre los casi once años que le demandó este libro, y cuando señala que las primeras ciento veinte páginas le llevaron diez años y las restantes doscientas apenas cinco meses, aclara que no se debe usar el verbo "aparecer" en referencia a ese avance definitorio: "Las cosas no aparecen, hay que darles horas-nalga. La literatura es talento, intuición y un número potente de horas-nalga".
¿Cuántas horas-nalga tendrá este escritor mexicano, dueño de una obra enorme que en los últimos cuarenta años se ha multiplicado en más de cincuenta libros distribuidos en unos treinta países y traducidos a una docena de lenguas? Sean cuantas fueren, las horas-nalga de Paco han resultado en volúmenes de novelas, selecciones de cuentos, guiones de cómics, reportajes periodísticos, ensayos y biografías (entre ellas, la célebre Ernesto Guevara, también conocido como el Che , un ladrillo contundente de más de ochocientas páginas). Paco es el tipo que reactivó el género negro y lo situó en México DF de la mano de su investigador Héctor Belascoarán Shayne, a quien le dedicó una serie de novelas que forjaron el "neopolicial latinoamericano". Paco es, también, el gestor cultural que desde 1988 dirige la Semana Negra de Gijón, un festival donde la literatura es cultura popular y donde manda el género negro pero acompaña la crónica periodística, la novela histórica y la ciencia ficción, y en cuya última edición se impusieron los autores argentinos (que se llevaron tres de los seis premios que se entregan, revalidando una racha ganadora en el grand prix, el Dashiell Hammet, que inició Leonardo Oyola en 2008, continuó Guillermo Saccomano en 2009 y confirma Guillermo Orsi en 2010).
De manera que esto de pasar una hora charlando con Paco no es poca cosa: en este rato el tipo podría haber escrito cuatro capítulos de cuatro futuras novelas; sin embargo acepta dejar para otro momento la metralleta del tecleo y se entrega a la entrevista con una oratoria fina, atrapante. De esos cincuenta y pico de títulos que hacen a su biblioteca, dieciséis se publicaron mientras el manuscrito de El retorno de los Tigres de la Malasia crecía con notas, anécdotas y lecturas en un archivo de computadora que no tenía back up (es que en la rutina productiva de Paco nunca hay back up y tampoco parece importarle: "¡Si alguna novela mía se pierde en el camino, es porque se lo merece!", se ríe). Dieciséis libros en once años: ¿cómo hizo, entonces, para evitar la contaminación de los textos? "Yo no lo evité", responde. "Al contrario, la agradezco si ocurre. Yo hago con mis libros lo que me da la gana y he hecho canibalizaciones: lo que era un capítulo de una novela se vuelve el de otra".
En esta nueva novela Paco se apropió de Sandokán y Yáñez, las criaturas de Salgari, y las restituyó a la vida. "Esos personajes son miísimos como escritor porque ya lo eran como lector", sigue, por si hiciera falta. De nuevo en Mompracem, de nuevo en Borneo, los Tigres de la Malasia viven a manos del autor mexicano su experiencia más apasionante: en las páginas de esta novela hay una fuerza maligna y extraña que siembra muerte a su paso, hay sociedades secretas chinas y adelantados del colonialismo del siglo XIX, hay una sobreviviente de la Comuna de París, una entrevista con Kipling y una carta de Engels, hay tiroteos, política histórica y sexo. Es la vieja novela de aventuras del querido Salgari, ambientada en 1876 pero actualizada a los tiempos en que los piratas más comunes son los piratas digitales.
"Tenía un montón de deudas conmigo, con mi pasado, con la novela de aventuras, con la modernización del género, con la discusión permanente sobre la lectura de los adolescentes", cuenta Paco. Pero admite que leer a Salgari hoy no es lo mismo que hace cincuenta años: "Es demasiado naïve ", se lamenta. Tal vez por eso se animó a reinventar el género y a darle mayor profundidad de campo. "La novela de aventuras del siglo XIX eligió un camino: es muy blanda, no arriesga en lo formal, no tiene hondura psicológica en sus personajes, no hay digresión y es lineal. Eugenio Sué, Émile Zola y Víctor Hugo se fueron para un lado y Verne y Salgari se fueron para el otro. Quizá el reencuentro se produce en Jack London, que recoge parte de una y otra tradición. Yo también quería cruzarlas, pues mi concepción de la novela es y a la vez no es salgariana".
El autor italiano había nacido en 1862 en Verona y había creado historias en escenarios que nunca había visitado: la Malasia, el Mar Caribe, la selva india, el desierto y la estepa africana, el oeste de Estados Unidos y los mares árticos. Como Paco, Salgari también fue un escritor fructífero: dejó más de cien novelas. Pero no escribía (sólo) por vocación, sino también porque ese era su oficio, el de periodista, novelista y folletinista profesional. Entregaba veinte páginas diarias y hacía su propia tinta machacando carbón. Se había inventado una biografía falsa y quería que lo llamaran "Capitán Salgari", pero sus críticos se burlaban y lo apodaban "el Tigre de la Magnesia". Sufría y redactaba sin parar, desplegando su inventiva por un mundo de cartografías dudosas y de taxonomías informales. Se vestía de maneras estrafalarias y defendía su honor en duelo, sin vacilar. Su padre se había quitado la vida y el propio Salgari tomaría la misma decisión, con un cuchillo en el vientre, en el año 1911. Sus hijos continuarían el drama: Romero se suicidaría en 1931, Omar en 1963.
"A Salgari le tengo un gran cariño y un gran respeto", señala Paco. Y es que fueron esas lecturas –las novelas de aventuras que hoy reescribe– las que lo tomaron por asalto cuando era un niño enfermo que recién había aprendido a leer. A mediados de la década de 1950, el hogar de la familia Taibo acumulaba libros hasta el techo. Faltaban pocos años para que su padre –el periodista Paco Ignacio Taibo I– tuviera que escapar del franquismo y exiliarse junto a su familia en México, y el niño P.I.T. II avanzaba sin piedad sobre todas las lecturas que le daba su tío abuelo Ignacio, un socialista libertario que escribía y pintaba. El tío abuelo había educado a P.I.T. I en la década del '30 y, más viejo y más sabio, repetía con P.I.T. II veinte años después. Así apareció Salgari en su mesita de luz, un día cualquiera que lo marcó para siempre: "Salgari era de una acción virulenta al lado de Verne, que era un burro ciego. Y yo empecé a enfermarme a propósito para poder seguir leyéndolo". Pronto la saga de Sandokán se convertiría en su preferida y Adiós a Mompracem , el último de la serie, sería su novela más releída. En aquel episodio Sandokán vuela su isla con dinamita ante la flota combinada de los imperios cuando se resigna a no poder vencerlos. El final es abierto: Sandokán no muere, pero tampoco da señales de vida. El tiempo pasa y las generaciones de lectores se suceden. Hasta que, cien años más tarde, aquel niño enfermo y pícaro se hace cargo del regreso de sus héroes: Sandokán y Yáñez surgen de la niebla, "lentamente, como si renacieran". Vuelven un poco más viejos, pero con las mismas mañas.
"En vez de hacer una simple remake, esta nueva novela de Paco actualiza la historia de Sandokán con una tonalidad antiimperialista", señala Miguel Bonasso, que es amigo del escritor mexicano desde 1985, cuando le dio una entrevista a propósito de su libro de no ficción Recuerdo de la muerte . Entonces vivían los dos en México D.F., una ciudad que estaba plagada de argentinos que habían dejado el país durante la dictadura. Fue el propio Paco quien, en un artículo del diario El Universal, los bautizó "argenmex" –un término que hasta hoy sigue vigente–: "Eran porteños hasta la muerte, pero empezaban a decir cosas como 'Sin los tacos yo no puedo vivir' o hablaban en un idioma mixto y decían 'Un chingo de guita'", recuerda ahora Paco. Entre ellos estaban también Juan Gelman, Ana María Amado, Jorge Bernetti, Nicolás Casullo y Carlos Ulanovsky. Miguel Bonasso, por su parte, ganaría con Recuerdo de la muerte el primer Premio Rodolfo Walsh, entregado en la Semana Negra de 1988, y volvería a llevárselo en el año 2000 con Don Alfredo . Muchos años más tarde, de nuevo en Buenos Aires, su ejemplar de El retorno de los Tigres de la Malasia luce repleto de marcas y señales: es una lectura meticulosa para una presentación que no fue. "Como dice Paco, la novela de aventuras tuvo una gran importancia en la formación de nuestra generación", retoma Bonasso. "Y en este libro él convierte en héroes cuasihistóricos a Sandokán y a Yáñez cuando los cruza con personajes reales como Engels. La trama es muy divertida y tiene transgresiones típicas de Paco, que en el fondo es un chico grande con un alma lúdica".
Pero Miguel Bonasso es mucho más que un simple amigo del escritor mexicano. Es, además, uno de los dos tipos a los que Paco les dedicó su caudalosa biografía del Che Guevara (el otro es Juan Gelman; también amigo, también argenmex).
El detalle viene a cuento porque aquel trabajo histórico acaba de ver una nueva edición en México (y a la Argentina llega por estos días), corregida y ampliada con más de cuatrocientas fotos nuevas y más de cien páginas extra. "Ese libro presenta una feliz conjunción entre el oficio de historiador de Paco y su calidad como narrador libre y desprejuiciado, con una irreverencia notable. Es la biografía más guevarista del Che y la mejor en términos literarios e historiográficos", considera Bonasso. "Una vez que se termina la novela es de los lectores y no se toca, pero en cambio la historia es de los lectores y sí se toca porque muta", considera Paco, por su parte. "Por eso decidí hacer una nueva versión en la que, además, aproveché para ajustar cuentas con algunos colegas que han escrito sobre el Che con una debilidad y una miserabilidad abundante". Además de la de Guevara, el mexicano le dedicó extensas biografías a Pancho Villa y al cubano Tony Guiteras. Y sueña con escribir sobre Rodolfo Walsh y Roque Dalton. "Son la suma de un tipo de intelectual de los años '60 al que hay que rendirle un homenaje crítico", dice. "Y confieso que Walsh es el jefe. De él es el retrato que tengo detrás de mí en mi estudio, él me vigila y me protege del mal".
Como si no le alcanzara con ser uno de los mayores benefactores del policial latinoamericano y un gestor cultural incansable, Paco es también un autor de izquierda, un tipo que se preocupa por trazar surcos desde la reflexión y estimular el pensamiento crítico de sus lectores. O, como él mismo dice, "un intelectual de sobaco de la izquierda al que llevan debajo del brazo en las manifestaciones". Con esa fama escribió la novela Muertos incómodos , a cuatro manos con el Subcomandante Marcos. Con esa misma fama escribió 68 , donde compila sus memorias del movimiento estudiantil de 1968. En esa época Paco tenía 19 años y mantenía su sandokanismo militante contra una izquierda plagada de dogmatismos: "Nosotros, que éramos herejes, decíamos que no existía la literatura de evasión, sino la propia evasión, que era la fuga de las cárceles. Y entonces: 'Viva la fuga de las cárceles y viva la novela de ciencia ficción, el western, la fantasía y los demás géneros, porque son literaturas que construyen ciudadanos que se escapan de la cárcel del cotidiano'".
No es difícil conjeturar que Paco siempre ha sido sandokaniano. Y que siempre lo será. "Soy el que soy gracias a eso", confirma. "Soy antiimperialista de Sandokán y no de Lenin, y marxista de Los Tres Mosqueteros , cuyo sentido final era proteger la honra de una reina medio puta que andaba poniéndole los cuernos a su marido con un embajador inglés, algo absolutamente fuera de lo políticamente correcto. Desde ahí es que soy el que soy".
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