El escritor francés cuenta las razones que lo llevaron a convertir a Menard en protagonista de su primera ficción
De cómo Borges y sus ficciones logran crear, otras ficciones.foto:archivo.fuente:adncultura.com
Acaso completen la novela estos fragmentos de un posible diario. A los diecisiete años, leo Ficciones , La invención de Morel , Monsieur Teste , Paludes : juegos de la aventura y de la inteligencia. Todo para mí sale, de algún modo, de estos libros.
El retorno de un autor impensadoUn verano a fines de los años 70 o a principios de los 80, voy cada mañana a la biblioteca municipal de Montpellier para leer cuanto se ha publicado desde el siglo XVII sobre el Jardín Botánico de mi ciudad natal. Estoy encarando una novela histórica, que sabría mezclar la evocación fervorosa del jardín (lugar privilegiado de mi adolescencia) y la pesquisa policial (la mera historia personal de su fundador, Pierre Richer de Belleval, amigo misterioso del rey Enrique IV, ya me parece dar por sí sola todo el material necesario).
Una (ingenua) costumbre de lectura de la infancia: buscar en todos los libros alguna huella de mi ciudad, de mi región, de mi apellido. Recuerdo haber comprado una (mala) novela policial únicamente porque, al hojearla, descubrí el nombre mágico: "Montpellier". Increíblemente, el nombre aparece en "Pierre Menard, autor del Quijote" y en Monsieur Teste . Émilie Teste le cuenta a Paul Valéry el paseo que van a dar con su marido por el Jardín Botánico, en una "carta" que constituye definitivamente para mí, con "El cementerio marino", lo mejor de la literatura francesa. Empiezo a soñar con prolongar el "pequeño ensayo de retrato imaginario" y el poema.
En el jardín, empotrada en la muralla no muy lejos de la entrada principal, una placa de mármol eterniza un fragmento de la carta: "Me pondré el sombrero e iremos lentamente por las callejuelas pedregosas y tortuosas de esta vieja ciudad que usted conoce un poco. Al final, vamos adonde usted querría ir si estuviera aquí, a ese antiguo jardín donde todos los hombres y mujeres de pensamiento, de preocupaciones y de monólogos bajan por las tardes, como el agua va al río, y necesariamente se encuentran. Son sabios, amantes, viejos, desengañados y sacerdotes; todos los ausentes posibles, de todos los géneros". La feliz conjunción del jardín y del libro me encanta, tengo que escribir una novela inseparable del jardín.
Poco a poco, resuelvo pasar de los misterios históricos a los misterios literarios. Así lo exige este jardín histórico (el más antiguo de Francia) que fue, ante todo y desde siempre, como también lo escribe Émilie, un "jardín literario". Los personajes que con el tiempo van cruzando el jardín y poblando la novela se llaman Young, Mallarmé, Conrad, Gide, Louÿs, Valéry, Teste, Larbaud... Ya que con Teste di el paso a la ficción, ¿por qué no invitar también al cercano Menard (Nîmes dista unos cincuenta kilómetros de Montpellier)? De hecho, si bien Menard llega tarde a la novela, aprendí a vivir tempranamente con él: no sólo leyendo y releyendo el cuento de Borges, sino acostumbrándome a atribuirle momentos de mi vida, cuando no veo mejor remedio que escribirlos.
Me doy cuenta de que Menard es el más viejo de mis personajes. Para su nacimiento, llego a fuerza de cálculos a la fecha del 18 de marzo de 1862. Lo que significa que no puede ser un mero colega, un compañero más: es, a su manera invisible, el padre de todos. En una versión posterior, sale Teste y entra Borges.
La novela no es una reescritura del cuento de Borges, no trabaja con la memoria de la ficción sino con su olvido (siguiendo, a pesar suyo, la lección del propio Menard). Nunca tuve un ejemplar de Ficciones abierto en mi mesa en los años en que apareció y se impuso Menard, nunca intenté justificar a posteriori alguna iluminación, algún sendero del cuento. Nunca me pregunté, por ejemplo, cómo se las había arreglado Menard para producir el Quijote : la novela me lo reveló por casualidad. La vida de Menard -su entera dedicación a la literatura y a sus discípulos, su renguera y su letra de insecto, sus fobias un poco ridículas pero tan enternecedoras, sus notas anónimas para La Nouvelle Revue Française , su pasión por el Mediterráneo, por la historia romana y las monedas antiguas, por el piano y los pianistas, por el pintor montpellieriano Frédéric Bazille y sus cielos eternamente azules, por los paseos a través de la Garrigue y a lo largo de la vía Domicia, por los días de sol y las tardes de sombra, su identificación con el fundador histórico del jardín, su teoría de los tres jardines y su teoría de la traducción, su veneración absoluta por el entomólogo Jean-Henri Fabre, su nostalgia de los veranos de infancia en el Grau-d´Agde, de las tres jóvenes desaparecidas y de tantos amigos muertos e inolvidados-, esta vida entrevista me fue aportando sin que yo los buscara elementos que a veces, sólo a veces, iban a dar en el cuento de Borges. "Pierre Menard, autor del Quijote" no es la fuente de la novela; es, a lo sumo, en algún que otro caso involuntario, uno de sus posibles horizontes.
Agosto de 2009, viajo a Buenos Aires por segunda vez en el año, para el coloquio "Borges-Francia". Pocos días antes del viaje, César Aira me manda su traducción. Durante una semana, cada tarde, nos reunimos en lo de mi amiga Marión, en San Telmo, para releer juntos su texto. Me gusta la idea de que la versión argentina sea más completa: añado algún congresal, alguna cita clandestina de Larbaud, cambio el nombre de una mujer amada. Extraña aventura la de verter al español las diez páginas de un testimonio de Borges escrito originariamente por él en francés y mandado a Maurice Legrand, tal vez, para rectificar su "ficción". Creo recordar que le debemos a Ernesto Montequin los "laureles unánimes" que crecen en el sendero de la tumba de Narcissa, corazón secreto del jardín y del Congreso. Jugamos con la idea de dejar un máximo de secuencias en francés, como si las raíces del original siguieran creciendo bajo la superficie del nuevo texto. Las notas del traductor se añaden a las notas preexistentes, inventan una nueva instancia. Modos de la novela-jardín y del jardín-novela.
Durante mucho tiempo, el título de la novela fue Le Jardin des Plantes de Montpellier. Sólo en los últimos meses el título definitivo se me apareció como una evidencia. Pero sigue creciendo el título oculto: estas páginas cuentan unos veranos de infancia a orillas del Mediterráneo y una adolescencia pensativa en un jardín laberíntico. En el mejor de los casos, tout le reste est littérature.
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