Ecología política. En el sur y el norte globales se practica un controvertido método de extracción de gas y petróleo, catastrófico para el ambiente. Argentina es hoy un laboratorio piloto para esta técnica
Vaca Muerta, en Neuquén. Equipos de fracking en acción para la extracción de shale gas./revista Ñ |
El extractivismo es una categoría de gran actualidad y capacidad
analítica que recorre las ciencias sociales críticas en América Latina,
así como también la gramática política de diferentes movimientos
socioterritoriales y organizaciones indígeno-campesinas. Hace referencia
a la sobreexplotación y exportación a gran escala de bienes primarios (
commodities ) hacia países considerados más desarrollados y
potencias emergentes. Más allá de las ventajas comparativas (los altos
precios internacionales), esta dinámica inserta a nuestros países en el
marco de la globalización como proveedores de materias primas,
reproduciendo una vez más las históricas asimetrías entre el centro y la
periferia, tal como aparece reflejado en la distribución desigual de
los conflictos socioambientales y en la reprimarización de las
economías.
Sin embargo, cabe preguntarse si en la actualidad el
extractivismo es una categoría aplicable exclusivamente al sur global.
En mi opinión, los cambios en la geografía de la extracción son tales,
que hoy advertimos el avance de una dinámica territorial extractivista
en el norte global, donde ya se creía que estaba en franco retroceso. El
ejemplo elocuente es la vertiginosa expansión de la frontera petrolera y
energética, mediante la explotación de gas y petróleo no convencional,
con la tan cuestionada metodología de la fractura hidráulica o fracking.
A
pesar de que se conocen desde hace tiempo, no es sino con la expansión
de la frontera tecnológica y ante la inminencia del agotamiento de los
hidrocarburos convencionales, que los llamados hidrocarburos no
convencionales comenzaron a ser vistos como una alternativa “viable”,
pese al mayor coste económico, mayor contaminación y daño ambiental, y
el menor rendimiento energético que éstos tienen. El shale gas, que existe en depósitos de esquisto, el tight
gas o gas de arenas compactas, el gas de mantos de carbón y los crudos
pesados, están entre los hidrocarburos no convencionales. Su extracción
requiere la fractura hidráulica o fracking, técnica experimental que
consiste en la inyección a altas presiones de agua, arena y productos
químicos a las formaciones rocosas ricas en hidrocarburos, a fin de
incrementar su permeabilidad.
La apuesta por el fracking implica
la profundización de la matriz energética actual, basada en los
combustibles fósiles y, en consecuencia, un fuerte retroceso en términos
de escenarios alternativos o de transición hacia energías limpias y
renovables. La vía del fracking fue decidida por EE.UU., en nombre del
autoabastecimiento y de la soberanía hidrocarburífera. La historia de su
desarrollo, a partir del año 2000, y la serie de exenciones ambientales
y económicas que requirió, el rol crucial del poderoso lobby petrolero,
figuran entre las páginas más sórdidas de su política interna reciente.
Ciertamente, en la última década el fracking transformó la realidad
energética de EE.UU., otorgándole mayor autonomía respecto de las
importaciones, pero también lo convirtió en el territorio en el cual
pueden comprobarse los verdaderos impactos del fracking: contaminación
de acuíferos, daños en la salud de personas y animales, terremotos,
mayores emisiones de gas metano, entre otros.
El carácter
controvertido del fracking aparece ilustrado por una profusa y móvil
cartografía global del conflicto, que arrancó en el corazón del norte
imperial, tal como lo refleja la prohibición en Vermont y la moratoria
en estados como en Nueva York y Los Angeles. En Quebec (Canadá) las
luchas desembocaron en la prohibición del fracking, mientras que en
Columbia británica (provincia canadiense) hoy se desarrollan
resistencias indígenas-urbanas, a raíz del oleoducto de 1.100 km que
llega desde la región de Alberta.
En Europa el escenario también
es muy móvil. Francia y Bulgaria prohibieron el fracking, mientras que
otros países impulsaron moratorias. Entre 2013 y 2014 varios de ellos
abrieron sus puertas al fracking. En Inglaterra se levantó la moratoria y
el gobierno de Cameron prometió ventajas fiscales a los municipios que
acepten el fracking, al tiempo que busca habilitarlo incluso en áreas
naturales protegidas. Otro escenario conflictivo es Rumania. Allí no se
respetó la moratoria y el gobierno dio permisos de exploración a
Chevron. En España la puja entre gobierno y resistencias sociales son
importantes, pero la noticia más reciente proviene de Alemania, donde se
aprobó una moratoria que frena el fracking por ocho años.
Como ha
sido ampliamente publicitado, la Argentina es uno de los países que
cuenta con el segundo o tercer potencial en hidrocarburos no
convencionales a nivel mundial. Aunque no se habla de fracking (palabra
temida), sino de “estimulación hidráulica” que avanza aceleradamente en
Neuquén (en Vaca Muerta hay shale gas), y en Río Negro (en Allen se extrae tight
gas entre plantaciones de peras y manzanas). El contexto de déficit
energético como la intensa campaña comunicacional realizada por YPF,
asociando empresa nacional, soberanía energética y defensa de los
hidrocarburos no convencionales, facilitaron su instalación y fueron
cerrando los caminos a un verdadero debate. Al igual que con la soja y
la megaminería, nuestro país se perfila como un laboratorio a gran
escala en la implementación de una de las técnicas de extracción de
hidrocarburos más controvertidas a nivel global, amparado por un marco
regulatorio cada vez más propicio para las inversiones extranjeras.
Asimismo, la estigmatización de los sectores ambientalistas, el
encapsulamiento en lo local y el silenciamiento de los accidentes (en
los últimos cuatro meses hubo dos explosiones en pozos de fracking en
Allen y la pérdida de dos pastillas radiactivas en Neuquén), hace que
las voces disidentes tengan cada vez menos espacios dónde expresar sus
posturas.
Las resistencias en las provincias, sin embargo, fueron
creciendo. La Patagonia es una de las regiones de expansión de
colectivos asamblearios y multisectoriales, entre ellas, en ciudades de
Neuquén, Allen, Río Gallegos y Zapala. Las comunidades indígenas, a
través de las representaciones zonales de la Confederación Mapuche del
Neuquén, colocó el tema en el marco de la memoria larga de la
expoliación y de la contaminación de sus territorios. Pero al igual que
con la megaminería, la lucha es local y muy asimétrica, lejos de las
grandes urbes, que viven ajenas y desconectadas a esta gran problemática
global. Por ejemplo, pocos argentinos saben que entre diciembre de 2012
y mayo de 2014, se sancionaron treinta y cinco ordenanzas municipales
que prohíben el fracking en distintas localidades del país, que incluyen
6 provincias, con Entre Ríos y Buenos Aires a la cabeza, seguidas de
Mendoza, Río Negro, Chubut y Neuquén.
El fracking constituye una
vuelta de tuerca del extractivismo que tiene enormes consecuencias a
nivel local y global. Mientras en el sur se amplían las resistencias
sociales, en el norte emergen nuevas luchas en torno a los bienes
naturales, algo que hasta ayer se creía cada vez más lejano o exclusivo
de los países periféricos. En suma, el relativo quiebre de la geografía
neocolonial clásica nos obliga a complejizar las relaciones entre norte y
sur. Esto no significa que las asimetrías entre unos y otros no se
hayan amplificado, pero esta nueva configuración geopolítica nos lleva a
pensar la problemática en clave civilizatoria, al tiempo que plantea la
posibilidad de crear otros puentes y lazos de solidaridad a escala
global en el marco de la nueva cartografía de las resistencias.
La autora es doctora en sociologia, ensayista y novelista. Su último libro es El muro (Edhasa).
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