La globalización y la trayectoria del continente en estas cuatro décadas han demostrado que somos capaces de producir nuestros propios tiranos, nuestras propias catástrofes
Portada Las venas abiertas de América Latina./internet/revistaarcadia.com |
Por lo general los escritores son vanidosos. Releen sus libros, subrayan
sus líneas geniales, citan párrafos enteros y en tiempos modernos
envían trinos recomendando la lectura de sus obras. Y aunque duden
íntimamente de la calidad de sus textos, pocas veces lo confiesan.
Claro, solo cuando se trata de aquellos relatos juveniles que con los
años parecen pueriles o, peor aún, mal escritos. Hay escritores que
siguen pensando que fueron genios desde sus primeras líneas, y apenas
una minoría mira su pasado con cierta zozobra. Y se convierte en crítica
de su propia obra. Algunos incluso recogen los ejemplares que pueden,
por ahí en las librería de viejo o sustrayéndolos de las bibliotecas de
sus amigos.
Algo así le pasó este año a Eduardo Galeano cuando confesó en Brasil que jamás volvería a leer Las venas abiertas
de América Latina. Dijo, palabras más, palabras menos, que es un
ladrillo aburridor, que cuando lo escribió pretendía que fuera un
tratado de economía política, pero que su esfuerzo resultó fallido, por
su juvenil ignorancia. Y que está escrito en un lenguaje izquierdista en
desuso. “No volvería a leerlo. Caería desmayado”, dijo.
Los lectores jóvenes no tienen por qué saber que La venas… son
una especie de biblia de la izquierda latinoamericana que, desde que fue
escrito en 1971, marcó profundamente el credo de los intelectuales de
este lado del océano. Un libro que convenció a medio continente de que
la esencia de todos nuestros males provenía de afuera, de la
colonización, del imperialismo. El libro denuncia a las multinacionales,
a la cia, a las mineras. El saqueo perpetuo que condenó a nuestros
países a la miseria.
En los noventa, acabada la Guerra, Fría, y cuando el mundo abrazaba
gozoso el dogma neoliberal, tres tristes tigres de la derecha (Carlos
Alberto Montaner, Álvaro Vargas Llosa y Plinio Apuleyo Mendoza) se
fueron lanza en ristre contra los libros con un alegato que se intituló El manual del perfecto idiota latinoamericano,
una mordaz crítica a la teoría de la dependencia y al socialismo. Las
venas... entraron en desuso y vinieron a resucitar por obra y gracia de
Chávez, quien en 2011 le obsequió un ejemplar al presidente Barack
Obama. De inmediato el bizarro documento saltó al puesto número diez de
ventas en Amazon. No en vano se habla de 84 ediciones en español y cerca
de un millón de copias en todo el mundo. Y aunque su autor reniegue de
él, sigue siendo el faro para muchos de los izquierdistas de la vieja
guardia, hoy en el poder.
Obviamente, los tres tigrillos de la derecha se frotaron las manos con
la patrasiada de Galeano, mientras a los camaradas de todo el continente
les cayó como baldado de agua fría. Desde entonces se ha dicho de
todo: que Galeano critica sobre todo la prosa que tenía a sus 31 años,
cuando lo escribió, mas no su contenido. O que por ser un hombre de 73
años, se ha convertido en un viejo gagá. Algunos, como el cantante
panameño Rubén Blades, reconocieron en sus palabras una gran dosis de
honestidad intelectual y un acto de madurez política.
Tiendo a identificarme con Blades. Descarto de antemano que Galeano se
duela solo de su estilo, pues reconoce que era “ignorante” en materia
económica cuando escribió su biblia. También la teoría del viejo gagá,
porque autocriticarse es más un signo de lucidez que de delirio. Las venas...
marcaron una época, y a lo mejor no estaba tan mal para entonces, en
un mundo bipolar, donde reinaban las dictaduras militares, aupadas, sí,
señor, por los gringos, de un lado, y por los rusos, del otro.
El gran error del libro es que nos hizo creer que todo lo malo de
América Latina provenía de afuera, de los invasores. Y que nosotros
éramos desde tiempos inmemoriales todo candor y dulzura, todo mestizaje,
creatividad y pacifismo; y en consecuencia, subestimaba nuestra propia
capacidad de destrucción. La globalización y la trayectoria del
continente en estas cuatro décadas han demostrado, sin embargo, que
somos capaces de producir nuestros propios tiranos, nuestras propias
catástrofes.
Mientras Galeano se revisa a sí mismo, sus seguidores, o en todo caso,
las versiones nuevas de su misma teoría, gozan de buena salud. La más
reciente reedición de ese pensamiento es la que leímos en Pa’ que se acabe la vaina,
de William Ospina. Curioso que la publicación de dicho ensayo coincida
con la autocrítica de Galeano que es a la vez una destrucción de su
mayor obra y del dogma que le ha dado aliento.
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