20.8.14

Muchos pipís: muchas fotos

Para mi es irrelevante lo que puedan causar las fotos fálicas de Caballero, pues ya tengo tatuado en mi mente -de eso se encargó muy bien mi mamá- que la gente es muy pendeja y que un pene es un pene y ya
 
No es relevante para mi el pene, la polla, el canelón, el miembro, el pito, el pirulín, o como se le quiera llamar./http://arte.uniandes.edu.co
En lo personal encuentro que no me motiva escribir acerca de lo erótico, y de como lo erótico pasa a ser un pseudo estudio del cuerpo. Tampoco me interesa escribir sobre lo performatico de Caballero, tampoco de los falos. No quiero compartir la lubricidad con la que vi todos esos falos venosos. No es de mi interés escribir sobre la censura en el arte ni de la fobia pretenciosa que tienen las señoras ante el pene. No es relevante para mi el pene, la polla, el canelón, el miembro, el pito, el pirulín, o como se le quiera llamar. Esto -creo- se debe a que desde muy pequeña veo penes y lo erótico y el porno no detonan nada particular en mi. Yo viví en un Motel hasta los 12 años, tengo el ‘privilegio’ de poder decir que lo que paga mi semestre, en parte, es el producto de un Motel, entonces, lo de mi familia es la industria Motelera. Desde los 3 años mis papas me metieron, sin recato alguno, a ese mundo. A esa edad -o quizá cuando tenía un par de años más- ya sabía que era porno. Yo tenía gemidos en vez de canciones de cuna, y cuando dormía no veía girar un móvil de paticos sino un gran espejo redondo pegado al techo; mi mamá no me cantaba en las noches, eran los mariachis y las putas (también esposas, jóvenes, mamás, novias) los que componían aquella sinfonía que extraño tanto. Para mi es irrelevante lo que puedan causar las fotos fálicas de Caballero, pues ya tengo tatuado en mi mente -de eso se encargó muy bien mi mamá- que la gente es muy pendeja y que un pene es un pene y ya. Tenía ocho años cuando le ayudaba a hacer el inventario a mi mamá, contábamos todos los condones, los lubricantes, anillos vibradores y los pipís: unos con bolitas, otros gigantes como para practicar un pre-parto, otros más pequeños con un delfín que vibraba, y otro montón que parecían diseños de Karim Rashid. Son muchas las historias, podría escribir un libro al respecto, fue una hermosa infancia a pesar de todo, y ha sido determinante a la hora de ser la persona que soy ahora. No uso esto como justificación a mi desinterés por divagar en el tema de lo erótico y lo que implica una exposición de ese tipo en una institución educativa. Simplemente no me motiva. Resulta ser un tema tan tratado en mi casa que ya no me es un detonante, y las opiniones que tengo al respecto me las guardo para mí porque, en mi caso, esos pensamientos rayan en lo personal, se alcanzan a adentrar en mi historia de vida y no voy a dejar que usted como lector sepa más de la cuenta, no estoy lista para ello.
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Para esta oportunidad decidí escribir sobre aspectos técnicos del montaje del archivo. La exposición es difícil de entender, la idea no queda muy clara a menos de que estén los mismos organizadores explicándola. En el texto de la exposición dice: “nos enfocamos en la construcción de relaciones entre temporalidades y espacialidades diversas, conexiones entre la vida privada y la historia del arte, así como una mediación no casual entre imágenes que provienen de fuentes diversas como revistas, periódicos, televisión, fotografía directa o trabajo con modelo; así mismo, escogimos algunas obras que emergen de una memoria de ha decantado las imágenes y que hablan a partir de la experiencia del propio cuerpo, tal como ocurre con buena parte de los dibujos-pintura que se exhiben” Este fragmento es la traducción textual de lo que se exhibe en las vitrinas: se muestra todo y nada, desde bocetos hasta cajas donde se guardan las fotos. Desde fotos expuestas como un abanico -porque les pareció que así se veía bonito- hasta arrumes de fotos Polaroid. Así mismo, el fragmento da cuenta de la basta información y contenido que guarda el archivo y que ellos buscan exponer. Esta complejidad morfológica-conceptual del archivo debe ser tenida en consideración a la hora de establecer su tratamiento documental, los límites de su uso y acceso, los protocolos de exhibición que llevan a una explotación cultural.
Yo no veo la necesidad de exponer tantas imágenes, y más aún si están sólo de relleno e incluso algunas no se muestran al espectador, ¿qué necesidad hay de poner una montaña de fotos donde sólo nos dejen ver la que esta en la cima? ¿Qué determinó que fuera esa foto la que dejan ver al espectador? ¿Por qué no mostrar la que está abajo, o la que está abajo de la que está abajo de la que nos dejan ver? ¿Aquello que me dice la imagen que puedo ver no me lo dice la que esta abajo? Estas preguntas resultan muy confusas, pero así mismo se encontraba mi mente al ver esos montos de fotos, para mí es un elemento distractor. Un alarmante corpus de fotos no son necesarias para que el visitante construya su propia lectura de la obra de Caballero. Por el contrario, podría bastar con presentar la suficiente y mesurada reserva de imágenes requeridas para la adecuada lectura de su información o para que el espectador visibilice el proceso creativo de Caballero -para fomentar una nueva propuesta, pero fuera de la cantidad exagerada-.
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Considero que el límite de exhibición es aquel en el que lo cuantitativo opaca lo cualitativo, es decir, cuando la cantidad le quita calidad. Basta con mostrar una sola parte de cuantas componen su estructura total para que la exhibición proponga pero no imponga, para que el espectador interprete sin saturarse. La sobrecarga de imágenes sólo hizo que los cuadros pasaran desapercibidos, nadie en la sala se fijaba en las obras sino que iban directo a las fotos. Esto de pronto también se dio por el contenido erótico y porno de las fotos junto con el morbo del visitante, sin embargo creo que también contribuyo mucho la saturación de imágenes. Mi cuestionamiento va más hacia la museografía de la exposición, y aunque no soy una museógrafa, sí puedo decir que para mi como espectadora resulto frustrante el no poder ver algunas fotos, y también considero que fue mucho material. Se hubiera podido filtrar más y poner menos fotos, seleccionar piezas fotográficas claves y que éstas sean un elemento de apoyo para los cuadros de manera que no quedaran tan desapercibidos, o bien montar sólo el archivo fotográfico y dejar a un lado las pinturas. Se debió pensar en un montaje más conveniente que dejara a un lado las mesas de futbolín como vitrina y la innecesaria sobrecarga de imágenes.
Angie Jaimes

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