1.6.11

El capitalismo entierra la literatura rusa

Los nuevos escritores rusos se presentan en la Feria del Libro de Madrid y critican la "censura" económica que sufren en su país

De izquierda a derecha: Victor Puchkov, Olga Slavnikova, Gula Jirachev y Aleksei Lukianov.foto.fuente:lavozdeasturias.es

"Rusia es más capitalista que el mundo capitalista. Ahora los editores sólo apuestan por los libros comercialmente exitosos que no necesitan promoción". La queja es de la escritora y ganadora del Booker ruso Olga Slavnikova. Está sentada en una de las terrazas del parque del Retiro y se siente muy enfadada. Según ella, su país, inmerso desde las últimas décadas en el sistema económico occidental, está tirando a la basura "los talentos literarios" por motivos de beneficio económico. "Al menos durante el sistema soviético, si alababas al régimen podías publicar y si no, como eras disidente, te pagaba occidente. Ahora, si haces un trabajo literario no te paga nadie", añade aún irritada.

Bienvenidos a West Way of Life. Las cifras y los hechos confirman el estado actual de la industria editorial rusa: la tirada media está en 3.000 ejemplares y de los derechos de autor apenas se puede vivir. Ni siquiera siendo un autor traducido. "Yo recibo unos 4.000-5.000 euros de Gallimard. Con eso no hago nada. Un escritor es como un cosmonauta. Te tienes que buscar actividades paraliterarias", señala Slanivkova.

A ella, sin embargo, le gusta nadar a contracorriente. En el año 2000 puso en marcha el premio Debut para menores de 25 años con el fin de llevar a las librerías el trabajo de la nueva generación rusa. Ahora acaba de llegar a España El segundo círculo (La otra orilla), un compendio con los mejores relatos distinguidos con este galardón, que se ha presentado esta mañana en la Feria del Libro. Son textos que, como señalan los escritores premiados Aleksei Lukiánov (Solikmsk, 1976), Gula Jirachev (Gunib, Daguestán, 1985) y Víctor Puchkov (Noginsk, 1985), sin este apoyo, se hubieran quedado en el limbo virtual. "Yo lo tengo claro, si no vendo el texto, lo cuelgo en Internet", confirma Lukianov bajo el contundente sol madrileño. Slanivkova le mira con ceño fruncido. No cree del todo en el poder de las nuevas tecnologías: "Sí, la red se está convirtiendo en el espacio para los jóvenes. Pero creo que es peligroso. El arte es jerárquico y es la edición la que ayuda a mejorar el trabajo de un escritor. Está muy bien que todos acabemos leyendo ebooks, pero los textos tienen que pasar por una editorial seria para mantener el nivel literario y la exigencia", alerta.

Sin el fantasma soviético

A pesar de esta censura (económica) sobre los libros, los escritores jóvenes se han encontrado con un país que ya no concibe el discurso literario como arma política. Nada que ver con la persecución que sufrieron sus compatriotas Boris Pasternak o Vladimir Mayakovski. "El poder considera a la literatura algo marginal. Sólo le preocupa lo que se dice en la televisión", manifiesta Puchkov. "¡A Putin en realidad sólo le interesa el espionaje exterior!", añade su colega Lukianov. De ahí que ellos no tengan ningún problema (tampoco moral) para escribir sobre el pasado de su país sin nostalgia (lo soviético no es trendy como se esfuerzan en mantener los empleados de los puestos turísticos de la plaza Roja de Moscú), pero tampoco con resentimiento. Retratan a su generación, a su sociedad -la música, la informática, Google- pero sin olvidar que muchos de sus familiares aún vivieron con intensidad la URSS y la Perestroika.

"Ahora estoy escribiendo sobre la industrialización de los años treinta, que es la época que vivió mi abuela. Yo no quisiera vivir en una aldea soviética, porqué sé lo que es vivir en un pueblo, pero no me parece justo cubrir de mugre nuestro pasado. Decir que la vida de nuestros abuelos fue en vano es injusto", sostiene Lukianov.

Por supuesto, la inmensidad de Rusia y sus diferencias políticas e históricas provoca que no en todas las ciudades y pueblos las temáticas sobre el pasado sean recibidas de la misma manera. Gula Jirachev, nacida en el Daguestán, próximo a Chechenia, no tuvo el caluroso apoyo de sus vecinos tras la publicación de sus relatos. "Yo escribo sobre las gentes del Cáucaso, sobre el ambiente de la calle, y hubo a muchas personas que no les gustó lo que decía. Primero, porque era mujer y parece que sólo los hombres pueden describir lo que se vive en la calle. Me llamaban mediomujer. Y segundo, para muchos estaba blasfemando. Quizá esto no sea censura, pero es una reacción preocupante", observa.

De momento, estos tres autores, que hoy se han cobijado bajo el sol matinal, tienen sobre sí el paraguas de Debut, pero para dar el salto, como insiste Slavnikova, aún les quedan algunos años como cosmonautas.

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