22.6.11

Aire de familia en el aniversario de Monsiváis

A un año de su muerte, el nombre del escritor se evocó ayer en un tranvía, por las calles del Centro Histórico, en una transmisión radial y en la terraza de su museo
Carlos Monsiváis:"el último escritor público en México", en el sentido en que "no sólo cualquier mexicano lo ha escuchado o leído, sino que todos pueden reconocerlo en la calle".foto:internet.fuente:eluniversal.com.mx

Carlos Monsiváis prometió regresar a la colonia Nuevo Vallejo en diciembre de 2010, pero se le acabó la vida. Exactamente un año antes, el escritor y cronista llegó a esa parte del norte de la ciudad de México guiado por su generosidad y su espíritu curioso, iba tras los pasos de un grupo de lectores que habían emprendido un programa pionero que consiste en crear sedes familiares de lectura.

Ayer, sus admiradores y lectores le rindieron tributo. Esos ancianos que el 21 de diciembre de 2009 lo recibieron con cantos, esos adultos que agradecieron la visita del escritor que ya iba enfermo y se ayudaba de un respirador artificial y esos niños que se maravillaron con las caravanas que le hacían al "señor de lentes y cabello blanco", emprendieron un viaje desde el norte hasta el Centro Histórico del que tanto escribió Carlos Monsiváis y donde se encuentra su Museo del Estanquillo.

También cientos de jóvenes y gente de todas las edades recordaron al cronista y leyeron su obra durante seis horas en el maratón de lectura "Cada quien su Monsi", que se transmitió en vivo por Reactor 105.

Fueron muchos más los que grabaron fragmentos de sus libros con el fin de crear una "Monsiteca" que "permitirá tener vivo a Carlos Monsiváis en su propia voz, pero también en la voz de sus lectores", señaló Ana Cecilia Terrazas, directora del IMER.

Los pasos del cronista

Mientras cientos de admiradores leían a Monsiváis, el grupo de vecinos que lo conoció seis meses antes de su muerte tomaba la avenida Poniente 128 montado en "Un tranvía llamado Monsiváis" y le cantaba y le leía poemas en náhuatl. Mientras cruzaban Insurgentes por Euzkaro escuchaban a Eduardo Aguirre, el mediador de la sala de lectura Carlos Monsiváis, que leía fragmentos de un libro del cronista, Los rituales del caos.

En ese tranvía para 30 personas, subieron más de 40 que querían vivir la experiencia de rendirle tributo al maestro; por eso vistieron sus mejores ropas, sus huipiles floreados, sus collares de chaquira; por eso le cantaron y leyeron su obra; por eso rodearon la Basílica de Guadalupe, de la que habló Monsiváis en varias crónicas. Mientras, escuchaban a Jesús Heredia, coordinador del Programa de Salas de Lectura del Conaculta, citar las palabras de Monsi en la guía ¿A dónde váis Monsiváis?.

Para llegar al Museo del Estanquillo, pasaron por los lugares que recorrió el intelectual: por la Avenida de Los Misterios y Calzada de Guadalupe; avanzaron por el eje Central Lázaro Cárdenas para ver desde allí la Plaza de las Tres Culturas y luego Tlatelolco, espacios de los que tanto habló Monsiváis en sus libros Días de guardar, sobre el movimiento estudiantil del 68, y No sin nosotros, crónica del sismo de 1985.

Antes de montar el tranvía que entró al Centro Histórico por avenida Juárez y pasó por el Palacio de Bellas Artes -de donde hace un año salía el cuerpo de Carlos Monsiváis entre los aplausos y el llanto de la gente-, Eduardo Aguirre aseguró que "redescubrir la ciudad como nos pedía él, es una vocación que podemos retomar de Monsiváis".

Como el escritor los inspiró a hacer la crónica de Vallejo, ellos querían mostrarle que en el norte de la ciudad también había una gran riqueza de manifestaciones culturales y una historia ancestral de la que él ya estaba dando cuenta en varios de sus textos. Por eso le dieron su nombre a la sala de lectura y por eso prepararon una fiesta con cantos en náhuatl, a cargo del Coro de la Academia de Aztecología.

Gracias a Monsi, Azmara Pereyra, una de las usuarias de la sala de lectura, dijo que se ha inspirado. Recordó que Carlos les mostró en su visita cómo el escritor debe curiosear pero que también debe ser reflejo de aquello que observa. "Ese reflejo lo transmitió por medio de su escritura constantemente mostrando cómo somos dentro de una urbe llena de múltiples colores".

El Monsiváis que llegó hasta esa casa en Poniente 126 iba enfermo, ayudado por un respirador artificial que se quitó durante una hora para platicar con los vecinos. Así lo rememoró Tomás Gómez, un chico de unos 12 años que se asombró al conocerlo y escucharlo.

"Yo me asomaba de vez en cuando para mirar a la gente que no le dejaba espacio, creo que es esa gente de la que tanto habla en sus textos Monsiváis, la gente de carne y hueso, que se emociona, que pierde la noción del tiempo, que busca estar cerca de él porque lo admira y lo quiere", dijo el niño.

Ese mismo muchacho que se tomó una foto con Monsiváis y la guarda como recuerdo, miró la ciudad que miró Monsiváis desde un tranvía que arribó al Museo del Estanquillo a las 5 de la tarde, el mismo que se unió con una lectura al Maratón en honor del cronista de la Portales.

Todos quieren leerlo

Cuando llegaron, procedentes de Vallejo, los admiradores de Monsiváis, todavía era larga la lista de quienes querían compartir anécdotas, recuerdos y lecturas de su admirado Monsi. Aunque había adultos, fueron los jóvenes los que mejor respondieron a la convocatoria lanzada por la Dirección de Publicaciones del Conaculta, el IMER y el Museo del Estanquillo.

Muchos grababan sus lecturas para la "Monsiteca", otros escuchaban atentos y se regocijaban ante el humor cáustico del escritor, ante las palabras que dejó escritas en diarios y revistas, como aquella que leyó Armando, un hombre de unos 40 años que cargaba en una bolsa transparente algunas columnas de opinión que Carlos Monsiváis publicó durante muchos años, cada domingo, en EL UNIVERSAL.

Armando fue el segundo lector del maratón que se transmitió en vivo; la primera lectora fue Andrea, una estudiante del CCH que leyó "La parábola de la virgen provinciana y de la virgen cosmopolita", que forma parte de uno de los libros más emblemáticos, el Nuevo catecismo para indios remisos.

Luego siguieron muchos, estudiantes y maestros, trabajadores y empleados, abogados y escritores. Hubo algunos que nerviosos hablaban al micrófono; una profesora cargó su vieja y querida grabadora de pilas para compartir una colaboración del escritor en Ondas del Lago, hecha en 1995, donde habló del narcotráfico y la violencia, de la cultura y la música.

Allí, en medio de la terraza de su museo, se expandió la voz fuerte de Carlos Monsiváis cuando dijo:

"Uno tiene, de tarde en tarde, que reconocer ampliamente sus limitaciones. Una de las mías es esta cultura musical, arquitectónica, poética que ha surgido en los últimos 15 años en el norte de la República y uno de cuyos temas predilectos es el narcotráfico".

Ese Monsi que se dejó escuchar, el que leyó Laura Emilia Pacheco y Sandra Lorenzano, el que fue recordado por Marta Lamas a través de un capítulo de la Autobiografía que Monsiváis escribió a los 27 años -igual que lo hicieron Juan García Ponce, Salvador Elizondo y José Agustín, entre otros-, queda en su obra y en su espíritu.

Sus cenizas están, desde el viernes 17 de junio, en el Museo del Estanquillo, en la sala de lectura que ayer fue inaugurada y que es una de las 71 que abrirá el Conaculta a lo largo de este año, por toda la ciudad de México.

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