El escritor holandés Tommy Wieringa, en el cementerio de Cartagena de Indias.foto: DANIEL MORDZINSKI.fuente:elpais.comEl Hay Festival logra que el público pague por escuchar a escritores o cineastas
El detalle viene a cuento porque, durante los cinco días del Hay Festival de Cartagena, también llega a sorprender que en la era de Twitter y Facebook, mundos virtuales y gratuitos donde cada quien coloca su frase solitaria para que rebote y rebote hasta el infinito, muchísima gente siga estando dispuesta a pagar por el placer de escuchar una conversación sabrosa al resguardo de una acacia o en el claustro de un convento levantado en el siglo XVII frente al mar Caribe.Las películas de Manuel Gutiérrez Aragón y de David Trueba se pueden bajar gratis por Internet -y hasta hay quien se lleva las manos a la cabeza porque alguno de ellos se pueda quejar de que su trabajo sea regalado impunemente-, pero, en cambio, en Cartagena de Indias, durante los últimos cinco días, el público ha pasado alegremente por taquilla para escucharlos hablar de cine junto a Fernando Gaitán o Senel Paz. El mismo público, u otro muy parecido, que ha aplaudido a las periodistas Lydia Cacho y María Jimena Duzán por su valor en la búsqueda de la verdad; o ha abarrotado un teatro para honrar la memoria de Tomás Eloy Martínez junto a Sergio Ramírez, Martín Caparrós y Jaime Abello. Por la noche, esa misma gente ha pagado por bailar al son de Buenavista Social Club o escuchar el piano de Philip Glass. Alessandro Baricco, Juan José Millás o Tommy Wieringa también han visto que, a este lado del mar, existe una sed de cultura que a veces falta en Europa y que aquí llena, año tras año, la FIL de Guadalajara (México) o el Hay de Cartagena.
Su directora, Cristina Fuentes La Roche, explica la evolución del Hay: "El festival nació muy literario, muy dedicado a la ficción, a los libros, y poco a poco se ha ido abriendo hasta convertirse en un festival de ideas, de conversaciones. Este año ha estado muy presente el medio ambiente y el periodismo. Y, al igual que hacemos en Gales o en Segovia, nuestra filosofía es dejar a la gente con ganas de más. Las charlas empiezan a una hora en punto y duran una hora justa. Y el público colombiano ha respondido de forma ejemplar". Un público que está acostumbrado a comprar minutos por las esquinas y que sabe apreciar también el justo valor de una buena conversación.
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