Tiene entre sus devotos a Ricardo Piglia, y sobre su primera novela los críticos no tienen más que vaticinar un patatús que sacudirá los pilares mismos de la narrativa argentina contemporánea
Su novela es un entramado complejo, un verdadero rizoma que se sitúa a veces en los años setenta para mirar esa década más allá de sus ajetreos ideológicos y reivindicaciones políticas y adentrase más bien en la manera como cambió el deseo en una clase media pensante de Argentina. También transcurre en el sur de África a principios del siglo XX y en los juegos tecnológicos y sexuales de la Buenos Aires de principios del siglo XXI. Sólo esta historia publicada ha sido suficiente para que la revista Granta la seleccione entre una de la veintena de jóvenes que encarnan lo mejor de la literatura en español.
"Rabiosamente argentina", así la ha definido un crítico, y aunque éste estaba pensando en lo brillante, lo pedante y lo excitante que habita en su pluma descarnada, a Pola Oloixarac, que es un refugio de las más insospechadas referencias, este calificativo realmente la remite al ensayo "La literatura argentina es el mal", de Alejandro Rubio, en donde lo rabiosamente argentino se desplegaría más bien en cuatro registros: divertido, cruel y paranoico, pero justísimo. "Yo con que consiga dos de esos me conformo", dice con su desparpajo.
Su novela y quizá toda su humanidad escurren un espíritu moderno en el que llevar los zapatos de Alexander McQueen y ser seguidora a la serie de televisión de turno no pelea con amar la literatura, ser fiel a Borges y ver la tecnología como una eficaz herramienta para socavar la vieja política. Por estos días, Pola Oloixarac estará de visita en Colombia, será una de las participantes del Hay Festival de Cartagena y aceptó la invitación, de seguro, para seguir cumpliendo su plan macabro: "Conquistar el mundo".
¿Qué gran poder reconoce una filósofa en una novela, que usa este género, para cumplir sus propósitos?
La novela es el género que lo puede todo. Te puede convertir o convertirse en cualquier cosa, en algo maravilloso, en un hada o en monstruo.
La han criticado algo particular, que "escribe sin amor", ¿por qué cree que hasta a la escritura se le demanda amor?, ¿cree que a la literatura escrita por mujeres se les demanda cosas diferentes que la escrita por hombres?
Sí, por supuesto. Existe un prejuicio de que las mujeres escriben "con el corazón" y los tipos escriben "con la cabeza". Ya Aristóteles y sus amigos griegos sodomitas creían que la mujer era húmeda y caliente, y que por eso no era capaz de pensar realmente. Pero Aristóteles y sus amigos coincidían en que las mujeres eran peligrosas, y había que protegerse de su seducción... Por ese entonces, las mujeres escribían su literatura sólo con actos, y como no las dejaban educarse, se guardaban sus novelas mentales para sí mismas. Hace apenas unos pocos cientos de años que podemos publicar.
¿Qué es eso tan particular que se le revela en la moda sobre la cultura y por qué cree que hay una mirada tan arraigada de vaciar de contenido lo que hacemos a diario con el vestido?
Creo que el mejor arte que se produce en nuestra época es la moda, como solía serlo, en otro tiempo, la ópera. Un nivel de esplendor, de magia y espectáculo total, donde además se juega el destino (el estilo) de miles de personas. Esa mirada que vacía de contenido lo que hacemos con nosotras mismas es la misma que trivializa la belleza y la gracia, con un talento especial para volverlo todo chato y aburrido.
Como escritora, ¿le ha servido de algo la belleza? ¿Le sorprende que se reseñe su belleza, como si fuera una rareza en una escritora?
La belleza, la presencia tangible de su atracción y peligrosidad es una de las experiencias más aventureras que puede experimentar una mujer.
¿Cómo convive con tantas facetas de sí misma, cuando piensa en la mujer que se para en un escenario a cantar se le anticipa algo de esa otra que se sienta a escribir?
No sé. Cuando salió la novela dejé de hacer shows Lady Cavendish (hacíamos lieder originales sobre poemas del XVII) porque me sentía muy rara usando la voz de esa manera. La gente se acercaba con curiosidad y se me ocurrió que debían estar comparando una voz con la otra —la voz escrita con la física—. Como no podíamos estar afinando las dos en la misma clave, dejé de cantar en público.
¿Cree usted que forma parte de una nueva intelectualidad que no tiene miedo a ser erudita y confesar afectos, por ejemplo, hacia las series gringas?
Hoy en el avión leía un libro maravilloso de Edgardo Cozarinsky, que es el último mensajero de la belle epoque argentina. Sus ensayos hablan con la subjetividad de un mundo de finura excepcional que se extingue, que ve el avance de la chatura creciente en las personalidades a medida que avanza el siglo. Me gusta esa actitud de humanismo sibarita, y no creo que entre en conflicto con el disfrute de los goces de la tecnología. El totalitarismo de los medios masivos, sí, me parece bastante tedioso —a menos que se engarce con artistas de genio como Britney Spears, Madonna y Lady Gaga—. Para mi gusto, usar las herramientas de la crítica literaria para ver televisión es aburridísimo, a menos de lo que se escriba sea divertido, claro. El único que lo hace bien es Daniel Link.
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