Sobre trabajar con la palabra para hace nacer la imagen literaria
En artículos, entrevistas, reseñas y hasta congresos suele hablarse de escribir como un oficio, cuando se refieren al escritor, al igual que lo hace el propio escritor que se dedica a ello de manera exclusiva o no, ya se trate del quehacer de crear poesía (arte mayor), cuentos breves o no, novelas, ensayos o cualquier otro genero literario, esta expresión (oficio) – que en absoluto implica menoscabo – ya que no imagino mayor distinción que dedicarse a producir literatura como labor, tarea, faena permanente o temporaria - puede generar en el lector poco avezado la impresión de que se trata de un quehacer como cualquiera otro, cuando nada más alejado de la realidad.En la obra extraordinaria de Fernando Burgos titulada "Los Escritores y la creación en Hispanoamérica" - que recomiendo como libro de cabecera - su autor entrevista o recopila opinión a diversos escritores sobre sus ideas sobre la creación literaria, vale la pena a este respecto plasmar en este pequeño artículo que me permito someter a su consideración, lo que algunos de dichos escritores expresa sobre trabajar con la palabra para hace nacer la imagen literaria. Sobre esto último, el autor en el prólogo de la obra dice: "…El mundo y el lenguaje son imágenes desde las cuales se construye el ser humano quien adviene en esta óptica otra imagen a la cual, sin embargo, se le ha permitido la libertad de recrearse infinitamente, fondo vasto y propagativo desde donde surge el conocimiento sin horizontes ni definiciones. Esta dimensión nos lleva a la propuesta fenomenológica de la imaginación sostenida por Bachelard para quien: "Una imagen literaria, es un sentido en estado naciente: la palabra – la vieja palabra – viene a recibir allí un significado nuevo. Pero esto no basta: la imagen literaria debe enriquecer con un onirismo nuevo. Significar otra cosa y hacer soñar de otro modo, tal es la doble ficción de la imagen literaria." Luego entonces, que hermosa tarea la del escribidor.
En este orden de ideas, Julio Cortazar, en la obra Papeles inesperados manifiesta también: "En primer término la creación como tal no tiene un límite, un momento en que pueda considerársela acabada como una carrera profesional o una especialización con fines precisos. El creador se está formando incesantemente a sí mismo, es de alguna manera su propio maestro en la media en que crear es abrirse al mundo para regresar con un contenido cada vez más enriquecedor, en un proceso como de respiración vital y espiritual que se traduce en una obra y que se apoya en ella para continuar el ciclo infinito, la gran aventura humana del arte y del pensamiento. Lo que el creador va dando en forma de libros…, el producto de esa auto-deformación implacable e insustituible, entra entonces y sólo entonces, en el Dominio Público, se vuelve formación del público cuando llega el día en que…, editan, comentan y difunden la obra del creador".
Entonces, que mayor y más altruista oficio que el de crear, que el de asumir el desafío de narrar - en cualquier género literario -, para brindar al lector el placer de asomarse a la ventana de las situaciones más variopintas, reales o ficticias, que le ofrece el que escribe, además de absorber de paso reflexiones y cocimientos de toda clase y naturaleza.
A este respecto, vienen a ocasión las que expresa Gabriel García Márquez, consignadas en la obra "Los Escritores y la creación en Hispanoamérica cuando señala bajo el título "El enigma de los paraguas": "…Lo que más me importa en este mundo es el proceso de la creación. ¿Qué clase de misterio es ése que hace que el simple deseo de contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella, morir de hambre, frío o lo que sea con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar, que al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada? Alguna vez creí –mejor dicho, tuve la ilusión de creer- que iba a descubrir de pronto el misterio de la creación, el momento preciso en que surge una idea. Pero cada vez me parece más difícil que ocurra eso." Y a este comentario no podemos dejar de hermanar lo que nos dice Rubén Bareiro Saguier en la obra en mención bajo el título "La Entraña de los Sueños": Hace poco me enteré de ciertas investigaciones científicas de dos prestigiosas Universidad Norteamericanas (Columbia y Harvard) en donde se ha detectado que nuestro planeta posee un núcleo interno de hierro candente que gira más de prisa que la espesa costra de la tierra y de manera casi independiente. Creo que es lo que ocurre con la escritura. El acerado corazón caliente hecho de palabras se libera de las ataduras lógicas, de la cordura racional y elabora su propia dinámica. La obra literaria es la tempestad, la inundación, el terremoto, la aborrasca, el vendaval, la sequía, la tormenta…producidos por la apelación de los latidos en el pecho del escritor, a la imagen de los ritmos diferentes entre las entrañas y la cáscara de nuestra vieja morada terrestre."
He aquí la mejor expresión del llamado a plasmar en el papel el producto de la imaginación y la experiencia, en un esfuerzo a veces hasta desgarrador llamado a gestar un texto que transmita al lector - dentro de los márgenes del género literario escogido - lo que brota de las entrañas del que escribe como necesidad imperiosa que lo justifica y a veces, hasta lo redima, ya sea una trama parcial o absolutamente imaginaria. Allí la esencia y razón del mandato que convoca al escritor, y la grandeza de su empeño que en muchas ocasiones resulta vehículo de estímulos y acontecimientos que incluso pueden ir más allá de su propia comprensión al narrar. Y por ello, cuando hablamos de escribir, hablamos de una magia que trasciende el significado, medidas y linderos de las palabras oficio, tarea, labor, faena o trabajo.
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