13.11.10

Peligro: alguien escribe


"No odies a los medios: conviértete en el medio", propone Jello Biafra, ex cantante del grupo Dead Kennedys y líder del Partido Verde de Estados Unidos. La frase alude a quienes no son nativos de la tribu digital e ignoran si podrán adaptarse a ella.

El mensaje de Biafra es compartido por David Weinberger, guru de Harvard que ha estudiado las consecuencias morales del ciberespacio. Entre otras cosas, la informática ha traído un nuevo criterio de objetividad. En la Era del Papel las aseveraciones dependían de la autoridad del autor y del medio donde publicaba; equivalían a las señales de alto en el tráfico, límites imposibles de traspasar. En la Era de los Links, la objetividad se basa en la transparencia, es decir, en establecer conexiones para verificar un dato o un juicio. Una objetividad sin transparencia no es otra cosa que arrogancia. Lo que antes requería de erudición y de una inmensa biblioteca ahora toma unos segundos: "La objetividad es un mecanismo para confiar cuando tu medio no puede hacer links", concluye Weinberger.

¿Qué tan preparados estamos para dar el salto a un vertiginoso un mundo sin límites? La tecnología del siglo XXI avanza a tal velocidad que nos permite ser arqueólogos de nosotros mismos. Los cacharos que una vez usamos revelan arcaicas formas de comportamiento que extrañamente fueron nuestras.

Me detengo en la cinta para la máquina de escribir. Lo habitual era comprar un carrete bicolor: la parte superior escribía en negro y la parte inferior en rojo. Algún genio impetuoso decidió que la escritura mejoraba si los subrayados se imprimían en el color de la emergencia.

Aunque había carretes enteramente negros, se usaban menos. "Las cintas negras son para el karate", me dijo un redactor de una agencia de noticias.

La parte moral de este recuerdo es la siguiente: cuando compré una cinta que sólo era negra, el resultado fue la parálisis ante la Olivetti. Sin la franja roja, el carrete parecía ilegal. Entendí entonces la secreta utilidad de la parte roja: recordar que abajo hay peligros. No era un recurso tipográfico sino psicológico; indicaba la zona del riesgo, la herida abierta. Y esa presencia reconfortaba. El peligro aterra, pero las señas de peligro tranquilizan.
Según Carl Sagan, las luces de los elevadores recuerdan los desafíos que nuestros antepasados tuvieron en los árboles: el verde representa la esperanzada ascensión y el rojo el peligroso descenso.

Recordé esto al oír una espléndida conferencia del periodista francés Francis Pisani. Desde que se mudó a San Francisco, hace unos 16 años, el ex corresponsal de Le Monde se ha especializado en los inventos que Sillicon Valley produce en favor de la comunicación. "Lo mejor de Internet es que no se controló la innovación", dijo al principio de su charla. La realidad virtual ha crecido como una selva donde "el caos es una virtud". Los problemas que genera no son de origen, sino de uso (si informas en Facebook que sales de viaje, es más fácil que roben tu casa).

Apoyado en un power point, Pisani entró en la red para crear conexiones al modo de un árbol de intrincadas frondas. Como el público estaba formado por periodistas, tantas buenas noticias comenzaron a causar alarma. Si el ponente hubiera criticado los precios, la rápida obsolescencia o el frío diseño de los aparatos, nos hubiésemos tranquilizado. Los expertos en atestiguar catástrofes necesitábamos la noción de alarma, la señal de stop.

Recordé los mapas antiguos que incluían el dibujo de un rollizo Eolo que soplaba vientos. Al fin de la tierra conocida se colocaba una leyenda: Hic sunt leones (Aquí hay leones). Más allá de lo explorado, vivían los monstruos.

Weinberger acierta al afirmar que la transparencia ofrece nuevos criterios para la verdad. Sin embargo, muchas de las decisiones que tomamos dependen de un impulso irracional.

La escritura sólo se puede ejercer en crisis; narramos porque el entorno es imperfecto. Esta actividad atávica dispone de novedosos instrumentos. Lo muy antiguo choca con lo muy nuevo. Para quienes vienen de la Era del Papel resulta más fácil aceptar las innovaciones si conllevan un problema. Esta pedagogía del defecto equivale a un salvoconducto entre dos tribus: podemos entender mejor a la estirpe digital sin nos garantizan que también ahí escribir será un atrevimiento complicado. Ante ciertas cosas, no nos convencemos por objetividad (la verificable transparencia de la información), sino por intuición.

El optimismo asusta a los expertos en desconfianza. Fue lo que ocurrió ante los fascinantes artificios explicados por Pisani. En la sesión de preguntas le rogamos que hablara de problemas.

Sea cual sea la tecnología, escribir implica estar cerca de la tinta roja, la caída, la parte de los leones, el riesgo de aburrir a los lectores.

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