A los 46 años, todavía es considerado el enfant terrible de la literatura estadounidense. Aquí, un retrato insolente sobre un autor en gira promocional
IMPERIAL. Suites imperiales, su último libro, es la continuación de su primera novela, Menos que cero.En una sala de reuniones de un hotel de gran lujo, flanqueado por la intérprete y la representante de prensa de la editorial, y vigilado de cerca por un joven escritor español que está preparando una crónica sobre su visita a España, recibe a los periodistas el que todavía es considerado, pese a sus 46 años, el enfant terrible de la literatura estadounidense. Se lo ve cansado, confiesa que, aunque son las doce del mediodía, no ha desayunado aún. Pero frente a él apenas quedan los restos de lo que, dos entrevistas antes, fue una bandeja llena de pastas dulces y repostería. Y, antes de que comiencen las preguntas, Bret Easton Ellis se disculpa porque debe visitar el baño y pide a la representante de la editorial algo para picar. "Algo más ligero, no pan o bollos", explica, "si no voy a engordar muchísimo".
En su ausencia, nos cuentan que está siendo mucho más amable que en la promoción de Lunar Park, hace cinco años. Entonces se comportó como una estrella del rock caprichosa y déspota. Pero han pasado muchas cosas entre tanto. Retornó a Los Angeles desde su "exilio" neoyorkino. Trabajó en una película que fue un fracaso crítico y comercial, The informers, y decidió revisitar los personajes de la novela que, publicada con tan sólo veintiún años, lo hizo rico y famoso. Menos que cero narraba la vida desmadrada de unos universitarios ricos sin objetivos vitales. Releída ahora sorprende por lo vigente de su retrato. Se trata de un novela más sociológica que narrativa que acuñó un modo de narrar copiado hasta el cansancio por una pléyade de autores.
Regresa del baño y comienza la tercera interpretación del día. Pregunta a qué hora será la comida.
Y, en vez de decirle la hora, le dicen que faltan tres entrevistas antes. Mira a los dos periodistas, evaluándonos con un vistazo y vuelve a pedir algo para picar. Algo salado y ligero, nada de pan. La traductora y el reportero que le sigue nos han advertido de que en cada entrevista interpreta un papel. Pero que, al menos, contesta a las preguntas que le hacen. Aunque viva en la ciudad del cine y trabaje en su industria, siempre en proyectos independientes que muchas veces no llegan a concretarse, aclarará el mismo autor durante la entrevista, no ha terminado de convertirse en una de las estrellas que contestan siempre lo mismo les pregunten lo que les pregunten.
Cuando se sienta de nuevo frente a nosotros, los dos periodistas, dice que podemos comenzar con la comedia, perdón, con la entrevista. Media hora para los dos. Las estrecheces de entrevistar a las estrellas, supongo.
Abre fuego el periodista con el que comparto cita.
Parece haber un consenso crítico a la hora de ensalzar su obra y al mismo tiempo detestar moralmente a sus personajes. Por eso me gustaría saber qué relación mantiene con ellos.
Asiente y comienza a hablar: "Cuando estaba en Amsterdam..." Pero de pronto se calla y, pasados unos segundos, confiesa. "Este es un truco que tengo. Cuando me hacen una pregunta que no sé responder siempre hago esto. Digo: Cuando estaba en Amsterdam... O en París... En realidad me siento como si fuera a la clase de lengua y literatura. Acabo de terminar de comer y me están examinando.
Pero no he estudiado y no sé qué responder." Mi colega se queda mirando un tanto extrañado al escritor. Yo me río. El, que no trae grabadora, ha dejado de tomar notas apenas Easton Ellis ha explicado lo de París. Yo lo miro con una sonrisa, aguantándome la risa y comprendiendo, al fin, a qué se referían la intérprete y el reportero con aquello de la actuación. Una privada, pequeña, en la que hay dos espectadores a los que hay que seducir para obtener su aplauso. Dos meses en EE.UU. y otros dos en Europa, a razón de diez entrevistas diarias parecen una buena excusa para inventarse respuestas.
"Pero, en todo caso, vamos a intentar dar una respuesta. Porque la hay. ¿Cómo me siento ante la ética o moral de mis personajes? Bueno, en primer lugar no es la mía. Yo soy escritor. Me gusta que la gente se porte mal, que sea mala, porque eso es interesante para la ficción. Siempre es más interesante contemplar a gente con una conducta dudosa. Por otro lado, yo tengo que establecer una empatía con mis narradores, establecer una conexión con ellos porque, de lo contrario, no puedo escribir el libro. Todos los narradores de todas mis novelas me gustan. No me gusta lo que hacen, pero, en el caso de Suites imperiales hay algo en Clay, en su dolor, de lo que sí respondo, que sí tiene que ver conmigo. Es eso lo que me permite dedicarle tres años a la escritura del libro. Digamos que todos los libros que he escrito reflejan cómo era mi vida en ese momento." Mi colega anota frenéticamente las reflexiones en voz alta con las que intenta contestar a su pregunta y la traductora mira al vacío, a veces al autor o al reportero que nos vigila sentado a unos metros, mientras traduce. Así que Easton Ellis se dedica a mirarme a mí, a ir contándome todo eso, porque yo he tenido la precaución de llevar una grabadora en la que registrar todo y puedo seguir observando sus gestos, sus inflexiones, el modo en que nos sigue engatusando con su discurso.
"Cuando terminé Lunar Park estaba en un buen momento. Me sentía alegre y feliz. Ese libro fue un exorcismo. Y pensé que el siguiente sería una continuación de este estado emocional. Quería escribir una historia de amor entre Blair y Clay. Una historia de amor agridulce porque Blair tiene hijos, Clay no vive en Los Angeles, vive en Nueva York. Pero va allá para hacer un casting, ve a Blair en una fiesta y comienzan una aventura amorosa. En un primer instante pensé que la historia la iba a narrar Blair, pero luego lo descarté. Pero la realidad se impuso. Me trasladé a Los Angeles y la vida fue distinta de cómo había pensado. Y después de tres años de infierno, de dolor y de tinieblas publiqué eso." Y remacha su parlamento señalando el ejemplar del libro que he puesto sobre la mesa, junto a la grabadora y la bandeja llena de las migajas y restos de las pastas.
Clay es el protagonista de las dos novelas, y Blair es en la primera, Menos que cero , la novia que es- pera ansiosa su retorno de una universidad del este para las vacaciones navideñas y con la que él se aburre. Ahora, 25 años después, es una mujer casada e infeliz que sabe mucho más sobre la fascinación que una joven actriz ejerce en su marido, su antiguo novio y el amigo de ambos.
"Espero que eso explique la relación con mis personajes. Porque es así como escribo todos mis libros. Cuando escribí Glamourama fue igual. Viajaba mucho por Europa y me di cuenta de que el yo desaparecía para convertirse en el soporte de una marca. Lo que le sucede al protagonista de esa novela. Es una persona real que se ve reemplazada por una versión ideal de sí misma. Y eso lo hace su padre. Finalmente son un reflejo de los problemas que tenía yo con mi padre, y eso se reflejó en Glamourama." Se queda pensativo. Parece que no suponía que iba a llegar hasta ahí. Puede ser que realmente haya verbalizado algo que no conocía, en lo que no había meditado nunca. O puede que sea un actor excepcional, que se permite hacernos creer que en ese momento ha descubierto algo de su vida. Y calla. Vuelve la mirada a la intérprete y le pregunta. "¿A dónde quería ir yo? ¿Dónde estábamos?" Mi colega, al fin y al cabo es su pregunta, le recuerda que estaba hablando de su traslado a L.A. y del infierno que vivió los tres años durante los que escribió la novela. Yo, que no tomo notas porque grabo, puedo disfrutar del actor.
Con ustedes: el actor
"Esta novela no la podría escribir hoy. Ahora sí que estoy bien en Los Angeles, pero al principio no fue un buen lugar. Trasladarme allí fue un proceso de iniciación.
Tuvo que ver con un proyecto, una película importante que yo producía. Independiente, pero de alto presupuesto. Un proyecto en el que se mezclaba lo personal y lo profesional, porque la película la hacía con amigos, y eso generó un ambiente complicado. Yo pensaba que todos pensábamos lo mismo, que teníamos la misma visión y no, fue un gran desastre.
Y como todo estaba ligado, todo era negro. Y el libro que yo tenía en mente comenzó a cambiar, y lo hizo muy rápidamente. Trabajé en él los tres mismos años en que trabajé en la película. Así que cuando la película se estrenó, fue un fracaso crítico y comercial, y cuando se publicó el libro tuve un sentimiento de liberación y empecé a ver la luz. Budismo.
Esto es lo que hay, esto es lo que somos. ¿Y por qué no sabía yo esto? Todo este dolor por una película... Espero haber respondido a la pregunta. O al menos haber aclarado algo." Me sonríe, nos sonríe. Sabe que ha terminado el monólogo, un parlamento en el que nos ha convencido de que en sus libros ha volcado su dolor, de que hay verdad tras cada una de esas palabras. Lo que el lector común busca, saber que esos libros son una proyección, explícita o críptica, de su vida. Poder rastrearle allí.
Pero a mí eso no me convence. Escribo libros, como él, y sé que en los libros siempre hay rastros, huellas, de nuestras vidas. Pero eso no es lo importante, no los hace mejores o peores, así que, como me toca preguntar a mí le pregunto por el extraño inicio del libro, donde el narrador, que es, como en el primer libro, Clay, niega que aquel libro lo escribiera él, sino que alguien usurpó su voz y, ahora sí, podremos escuchar su verdadera voz.
"Sí, dice que otra persona utilizó mi vida y escribió ese libro porque yo no le gustaba. Pero cuando termina Suites imperiales , yo no le creo a Clay. No me creo la voz de Clay..." En ese momento la intérprete interrumpe la traducción y le pide que le explique eso porque ella no lo entiende. Tienen una pequeña conversación que se cierra con el escritor riéndose y diciendo que lo va a pensar para contestar de nuevo. Ella le pregunta si va a hablar otra vez sobre Blair y Clay, pero él se ríe y dice que no. Pasan seis segundos tengo grabado el silencio, y comienza a contestarme de nuevo.
"He estado pensando para poder explicarlo con claridad. Lo que dices es interesante. Suites imperiales se abre con Clay diciendo que Menos que cero está escrito por una persona que imposta su voz para criticarlo. Pero esta novela es una decisión de Clay, que decide contar todo y es totalmente distinta de la novela anterior.
No soy ese chico que va de fiesta en fiesta, no soy esa especie de zombi que apareció en aquella novela. No tengo nada que ver con ello. No me han entendido.
Por eso, en este libro dice: Este es mi libro, esta es mi historia. Y es mucho, mucho peor. (Esto lo dice susurrando y bajando un poco la cabeza). El escritor de Menos que cero fue amable conmigo, porque no me conocía. El Clay de ahora es mil veces peor. No es casual que el diablo aparezca en la cubierta del libro." Mi colega recoge la idea y le dice que, de hecho, la última línea del libro es un manifiesto de esa personalidad retorcida. Busca en el libro esa frase para leerla.
No en el que está en el suelo, junto al bolso de la traductora, que es la edición norteamericana, sino el mío, donde está traducida y habrá que traducirle al autor su propia prosa. Pero, mientras hace el gesto, Easton Ellis se ríe. Y comienza a hablar con el escritor que está haciendo la crónica de su visita a España: "Va a haber mucha gente que va a usar esa frase final del libro." Mi colega la lee: "Nunca me ha gustado nadie y me da miedo la gente". Pero el autor no lo escucha. Sigue bromeando sobre el hecho de que todos le preguntan por esa frase. Y bromea, mirando al techo de la habitación: "Cuando estaba en Finlandia..." Me toca. No podré hacer más que una pregunta. Así que no le hago ninguna pregunta, prefiero comentarle lo que me pasó cuando leí las dos novelas para preparar la entrevista. Así es el periodismo, emplear horas en leer dos libros y algunas entrevistas en la Web para compartir media hora con un colega que viene corriendo de entrevistar a un cineasta.
Le hablo a Easton Ellis de que cuando estaba terminando de leer Suites imperiales me acordé de las dos grabaciones míticas que Glenn Gould hizo de las Variaciones Goldberg . En la primera toca- ba muy rápido cada uno de los temas. Las treinta y un variaciones en apenas treinta y siete minutos y pico. Y cada tema tiene un tratamiento individual. Pero la segunda grabación va hasta los cincuenta y un minutos, y se aprecia que hay una visión de conjunto, la idea de cómo funcionan todas las variaciones como una pieza única. Pasaron veinticinco años entre ambas grabaciones, como entre las dos novelas. Y en el modo de construir los dos libros hay una evolución similar. En el primero eran escenas dispuestas una tras la otra, hasta completar el libro, pero en el segundo hay una trama, una intriga que lo sostiene y que constituye un modo de estructurar el libro totalmente distinto. Como si hubiera cambiado de modo drástico la idea de lo que debe ser una novela.
Por otro lado, se van repitiendo algunas ubicaciones donde se desarrollan las tramas, pero en el mismo orden, y ciertos temas, que aparecen a la misma altura del libro, como si al escribir este hubiera tenido siempre el primero delante, como una partitura que debe ir rehaciendo al mismo tiempo que la vuelve a tocar.
El reportero que va a hacer la crónica me mira sonriendo y me dice que eso es muy bueno, y se lanza a tomar notas. Quizás salga allí, y me convierta en un actor más del espectáculo. Quién sabe. Easton Ellis también sonríe y asiente, me dice que sí, que escribió el libro con el anterior delante, que lo ha leído muchísimas veces durante la escritura de este. Aunque sean diferentes y este tenga, sí, una trama, lo que el primero no tenía.
Mientras responde entra la representante de la editorial, que salió de la sala unos minutos antes.
Nos dice que el tiempo se acabó, que ya están esperando los dos periodistas siguientes. Comenzamos a recoger y nos dice que le gustaría que quedase claro que es un libro escrito por un romántico torturado. "¿He dicho escrito? Quería decir contado. Ha sido un lapsus, y es muy interesante que haya dicho escrito. Qué curioso, tendré que pensar en ello." Al darnos la mano dice que le ha gustado la entrevista, que no nos ha mentido, que no ha jugado con nosotros. Que hoy se ha dado cuenta de que ese libro no es más que el lugar donde se ha desahogado de modo inconsciente durante tres años. Dice que ha sido más honesto con nosotros que con cualquier otro periodista: España es el comienzo de un nuevo día, porque le ha servido para darse cuenta de esto.
Resulta difícil creer que no le diga eso a todos los periodistas, pero no deja de ser una detalle que intente hacernos sentir especiales. Cuando salimos de la habitación nos cruzamos con el servicio de habitaciones, traen una bandeja con jamón serrano, queso y uvas. Hay que reponer fuerzas para otras tres funciones antes de la comida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario