19.10.10

El sepulcro de los vivos

Detrás de los barrotes, los seres que alguna vez fueron tildados como la escoria de la sociedad intentan desahogarse por medio de la escritura

Presos de La Picota durante su consejo de redacción para la impresión del periódico El Faro, repartido mensualmente a los reos de la penitenciaria. Un impreso hecho por y para reclusos. foto.fuente:elespectador.com

Una cárcel donde las ratas se asoman a la vista de una migaja de pan, donde los hombres, alguna vez, fueron recluidos como ratas, donde el pan sobra y la carne falta, donde la carne pudo haber sido motivo de su encierro. Sólo tienen su imaginación para sobrevivir, porque recluidos con el mismo sexo, en metros y metros de cemento, queda darle una partida a la soledad. Porque sí, afuera está el mundo, pero en el medio hay barrotes, cercas y guardias, perros rabiosos, un uniforme y una condena. Bienvenida entonces sea la escritura, eso que puede contar lo que es y crear lo que no es. Eso que ellos entendieron, una forma de exorcizar los demonios por medio de la pluma, los años que aún hacen falta, tres o 29, a través de un periódico hecho por y para presos.

La prisión tiene su propia jerga como todo, encuentra en su momento un lenguaje. Un 'arroz con suerte' significa aquel arroz amarillo que les sirven a diario a los reos, el cual, por azares de la vida, puede traer la lotería consigo: un pequeño pedazo de carne. Las visitas conyugales se reciben en un 'cambuche', lo que traduce una tienda sobre los comedores de la prisión que usan las parejas para tener relaciones sexuales. Un espacio que dio para que una esposa contestara la carta de un preso, una que refería: "¿Qué decir de la visita conyugal? Traumática. Para mí era tan, pero tan complicado estar contigo ahí en el piso, con cobijas colgantes haciendo de paredes —el cambuche—, yo no experimentaba placer alguno. Sabía que era quizás mi deber, pero aún no entiendo cómo aceptaba esta situación. Pensaba que nos miraban por cualquier huequito y me preocupaba lo que podrían pensar los demás".

El 'cambuche', ese que dio creación a la segunda hija de Edward González, quien, más allá de ser un preso de la penitenciaría La Picota, es ahora el secretario del periódico El Faro, "porque es una luz en la oscuridad", insiste, porque ha hecho menos miserable el tercer año que lleva en la cárcel; faltan 11 todavía. En algún momento fue un ingeniero mecánico de la Universidad del Valle del Cauca. Ahora, con profesión de periodista, ha aprendido a recolectar temas de interés para sus compañeros, a llevar una línea temática en el periódico que ya cumple siete meses y, en especial, a rescatar las historias más interesantes de su patio. Afirma que le gusta entrevistar a los travestis picotinos y confiesa: "Estoy aquí por narcotráfico. Me pillaron unos policías que interceptaron mis llamadas. Yo hablaba de ganado que entraba y que salía, y terminé sometido a un callejón sin escape".

Entra a la cárcel, registra su auto, entrega su cédula, le examinan, lo huelen los perros, le ponen varios sellos, lo sientan en una máquina que detecta metales... Ha llegado de aquel otro mundo el editor y director del periódico, Tomás Cifuentes. Un empresario que, con su propia firma TCP Impresiones, gestó en las cárceles La Picota, La Modelo y El Buen Pastor un diario que intenta remover "el paradigma de las cárceles. Porque se piensa que son universidades del crimen, cuando hay gente que quiere iniciar una nueva vida. Porque a la sociedad no le importa quiénes están dentro, para ellos los internos son sólo personas sin rostro". El proyecto ahora tiene un tiraje de 2.200 periódicos por centro penitenciario, un costo de tres millones de pesos y un requisito para ingresar: una buena hoja de vida dentro del encierro.

Después de unirse a un grupo de jóvenes intelectuales que estudiaban las obras de los socialistas franceses prohibidas por el zar, el reconocido escritor Fiódor Dostoyevski fue sometido a una prisión en Siberia desde 1849 hasta 1854. Cinco años que fueron suficientes para describir la falta de crecimiento espiritual que los hombres pueden tener en el confinamiento, esa falta de tacto, el extremo en el que caen los desesperados. Ahí, como nació El Faro, nació su libro El sepulcro de los vivos, uno que describe esa horrible antítesis de la vida que es la privación de la libertad. Esa antítesis que ha movido una palabra entre los presos, 'frontón', que es, según el diario, la acción de jugar tenis contra la pared, casi un grito para los largos días detrás de los barrotes.

Cómo un piloto comercial de helicóptero y avión de Florida termina creando un plan para arrendar una finca y secuestrar a una persona, resulta irrelevante cuando éste, Fernando Navarrete, de 40 años, admite que lo que más le duele no es su encierro, sino cómo sus padres se han ido demacrando mientras él está en la cárcel. Es el monitor de El Faro, el encargado de velar porque se entreguen los textos dentro de los primeros cinco días del mes, letras que luego pasarán por el corrector de estilo y también recluso, Luis Adrián Pulido. Tiene 29 años más por cumplir y confiesa que lo más molesto no han sido las ratas o el cemento, sino 'Los abogados', nombre de un texto que publicó en la edición de este mes y que reseña: "Qué bueno sería que estos señores cumplieran lo que prometen, estos eruditos de las leyes que juegan con nuestras ansias de libertad". Para los reclusos, Navarrete es un 'grasoso', una persona que lo tuvo todo en la vida.

Los 28 de cada mes se reúne el comité editorial, uno que, si bien es discutido por reclusos, es coordinado por un comandante que trabaja en La Picota, Efraín José Daza Cuevas, estudiante de comunicación social. Se mueve en los pasillos para ayudar a los reos con su tarea periodística, es el momento en que su tesis empieza a tomar forma. A aquel comité se une el más viejo de ellos, Félix Echeverry, de 55 años, quien a los 64 saldrá de prisión después de cumplir una pena por concusión y de crear cientos de crucigramas, sopas de letras, poesías, chistes y sudokus. Una particularidad, su revelación: "Suena ridículo, pero ha sido una experiencia rica estar aquí encerrado, he conocido otro modo de vivir y estoy aprendiendo, viejo pero sigo aprendiendo".

Sin embargo, fue un homicidio cometido por un zootecnista que ahora tiene 47 años, Felipe Guerrero, el que dejó una frase que marcará los años que vengan para el diario. Su historia: cometió un asesinato en su "loca juventud", que 25 años después lo tiene pagando una pena de 24; se dedica a la sección de sanidad. Su pensamiento y soporte : "El ser humano vuela, el cuerpo es sólo una instancia, la mente tiene muchas cosas buenas por vivir que no acaban en esta ni en ninguna cárcel".

Jerga del carcelario

Abraham: quítese.
Balones: marihuana.
Chamber: licor artesanal.
Coco: celular.
Dejar limpio: robar a un interno.
Descontar: irse a dormir durante el día.
Felpa: perico envuelto en hoja de papel de cuaderno.
Los que viajan por Colombia: internos que van a ser trasladados a otro establecimiento.
Mario: guardia.
Me regala la patica: la colilla del cigarro.
Mi perro: mi amigo.
Ñámpiro: interno reconocido por sus habilidades como raponero.
Peluche: anuncio de la llegada de la visita conyugal.
Rebotado: persona que se torna agresiva en una discusión.
Pulmón: colchoneta.
Rascada: requisa general de un pasillo y las celdas.
Rotonda: zona común en cada piso.

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