¿Vivimos el fin del género epistolar o resucita de forma telegráfica en el ordenador y en el móvil?
Lord Byron utilizaba el vocabulario de jardinería (jacintos) para hablar de sus ligues homosexuales, Dámaso Alonso cantaba en inglés pasado de champán y Cortázar, pobre de solemnidad, viajaba en autoestop por Europa. Nuevos títulos de correspondencia literaria coinciden en un otoño marcado por la literatura del yo.
El otoño literario llega cargado de intimidades. En 1810, cuando Lord Byron se dirige a su madre por carta desde Constantinopla le cuenta que ha "tenido dos calenturas", pero esa información se convierte en "calenturas & gonorrea y almorranas, todo a la vez", cuando el destinatario se llama Hobhouse, su amigo íntimo. Biografías, diarios, novelas -narradas en paralelo a la vida de los autores- y cartas que se leen como la crónica de un tiempo permitiendo, de paso, conocer el carácter, las opiniones, las manías y los gustos de sus autores con solo pasar la página.
Con la publicación de las cartas, algo de privacidad queda al descubierto. "El género epistolar siempre ha contado con lectores, animados en casi todos los casos por el hecho de que la conexión interpersonal siempre resulta enriquecedora", cuenta Joan Riambau, editor de Círculo de Lectores, que no vincula la avalancha de nuevos títulos con un renacimiento del género en la Red, aunque tampoco se atreve a vaticinar que se viva su canto de cisne.
En el otro extremo de la balanza, escritores como Jesús Ferrero ven claro que el género epistolar será reconvertido en un estilo "telegráfico, elíptico y fragmentario", siguiendo las reglas que impone Internet y los mensajes del teléfono móvil. "Gracias a eso, las cartas se vuelven a entender", añade Ferrero. Si Thomas Mann o Hermann Hesse dedicaban la mañana a contestar el correo, los escritores de ahora no pasan menos horas frente a la pantalla del ordenador, revisando el correo electrónico y ventilando su correspondencia en tiempo real. Y lo mismo ocurre con los mensajes de móvil. En la Roma clásica los generales comunicaban al Senado sus éxitos por escrito y las cartas de Lord Byron, desde Grecia hasta Inglaterra, tardaban tres meses en llegar a sus destinatarios, pero Nick Hornby no necesita más que apretar un clic para enviar una carta, con una foto y un vídeo adjuntos y algunos enlaces con una maraña de información añadida. Podría ocurrir que toda esa comunicación escrita se pierda en la Red, pero también que los autores utilicen los adelantos de la tecnología para escribir novelas a partir de correos electrónicos, o de SMS, al modo en que antaño se redactaban novelas epistolares tan canónicas como Drácula, Pepita Jiménez, Las amistades peligrosas o Los idus de marzo.
Laurent Versini sostiene en el prólogo de Denis Diderot. Cartas a Sophie Volland que el XVIII fue el siglo de las cartas y los cenáculos. Una sociabilidad que por su riqueza, cortesía y sentido del matiz está muy alejada de la civilización actual del blog y del SMS. ¿Es el fin del género epistolar o resucita en el ordenador y en el móvil? Parece que definitivamente se pierde la escritura de cartas, pero no su función. En cinco milenios de historia se escribe más que nunca, pero el rito de escribir a mano, doblar el papel, guardarlo en el sobre, pegar el sello y depositarlo en el buzón, se extingue. Apenas un cinco por ciento de las cartas que se envían por correo actualmente tratan asuntos personales. Quedan algunos irreductibles, como el poeta Guillermo Carnero, que sigue escribiendo la correspondencia a mano por nostalgia y porque se confiesa harto de Internet. No quiere pertenecer a esa marea ingente de personas que solo recibe en el buzón sobres de bancos, empresas o multas de tráfico; casi los únicos que todavía envían correo al domicilio y casi siempre reclamando pagos pendientes.
Superado el tremendo golpe que supuso para el correo la irrupción masiva en los años sesenta del teléfono, la implantación de los medios de comunicación electrónicos ha acabado por asestar el golpe definitivo a la carta tal y como se producía. Hasta los bancos y las empresas telefónicas se plantean eliminar la promoción por correo y recurrir a la Red.
No es el caso de los creadores que nunca se privarán de expresar su opiniones a amigos o editores. Así Italo Calvino, en una misiva datada el 21 de diciembre de 1942, con Mussolini en el poder, se despacha a gusto con su amigo Eugenio Scalfari, al que trata de convencer para que pase las navidades con ellos: "¡Tú ahora mismo haces las maletas y te vienes a San Remo, arreando! Arreando, ¿entendido? ¡O bajamos nosotros y te obligamos a venir a patadas en el culo!". A sus 19 años, el autor de El barón rampante concluye la epístola con una petición de libros, a modo de regalo navideño, que su amigo ha de llevarle o enviarle desde Roma: T. S. Eliot: Asesinato en la catedral; U. Betti: Frana allo scalo nord; Crommelynck: El magnífico cornudo, y Joyce: Dublineses. Se trata apenas de una mínima anécdota del jugoso y apasionante relato que suponen las casi 600 páginas de la correspondencia del escritor, que se pone a la venta el próximo noviembre.
Las Cartas abisinias de Rimbaud (1854-1891), sin embargo, no suenan nada épicas. La vida del autor de Una temporada en el infierno se conoce, en parte, por sus cartas, pero algunos lectores prefieren quedarse con su luminoso poemario y olvidarse del lado oscuro de su personalidad. El poeta francés escribió su obra entre los quince y los veinte años y podría parecer que pasó los diecisiete restantes tratando de ganar todo el dinero posible, recurriendo incluso al tráfico de armas para establecerse como un feliz burgués. Pero basta hojear sus Cartas abisinias, escritas cuando ya se había retirado de la poesía, para estremecerse descubriendo cómo influyó en él la rígida educación familiar, su dolorosa soledad y su comportamiento en la enfermedad cuando ya nada le consolaba ni podía salvarle. Solo su madre y su hermana Isabelle asistieron a su entierro, celebrado con un boato que a él le hubiera asqueado. A su "querida madre", su hermana le dirigía esta advertencia poco antes del fallecimiento del poeta francés: "A propósito de tu carta y de Arthur, no cuentes para nada en absoluto con su dinero. Cuando él termine y se paguen los gastos fúnebres, los viajes, etcétera, habrá que contar con que sus bienes volverán a otros; estoy absolutamente decidida a respetar sus últimas voluntades".
En el lado opuesto, pero compartiendo espacio en la misma mesa de novedades, más de 1.300 páginas de caricias y promesas. Decía Pedro Salinas que la primera carta de amor se escribió en Babilonia. Pese a la antigüedad, algunos lectores encuentran en las cartas de amor una monotonía tediosa, aunque las lean porque aportan datos y facilitan claves que ayudan a interpretar la obra del remitente. La correspondencia de Jorge Guillén (1893-1984) a su esposa Germaine ya va por la segunda edición y se trata de una declaración de amor dentro del orden establecido ¿amantes casados?, o, como diría Machado, ser feliz y artista no lo permita Dios. En el caso de Jorge Guillén, Cartas a Germaine, "cerebro, deseo e intendencia" se unen. Guillermo Carnero, autor del prólogo, destaca cómo la vía de acceso al conocimiento del yo se realiza a través de la mujer amada: "La parte sexual y la espiritual se armonizan completamente. Nunca he conocido a nadie que estuviera tan casado como Jorge Guillén". Los sentimientos -"te quiero, a ti, mi mujer"- y la complicidad intelectual de la pareja se sigue a través de las 793 cartas, salpicados de referencias a su vida intelectual, su tesis sobre Góngora, las oposiciones a cátedra, la generación del 27, la relación de Pedro Salinas con Katherine Whitmore, Lorca y La Barraca, el affaire entre Alberti y Maruja Mallo, o la noche en que Dámaso Alonso, con unas copas de más, cantaba en inglés en el cortijo de Ignacio Sánchez Mejías mientras "Alberti, Federico y Gerardo" recitaban. "¡Yo no me resistí!", escribe Guillén.
Fue poco después de la muerte de su amada Germaine Cahen cuando el poeta se encerró a releer la correspondencia que le había enviado desde que se conocieron en 1919 hasta 1935, casi el final de su vida. "Esto es lo mejor que he hecho en mi vida", le dijo emocionado el autor de Cántico, tras la lectura del epistolario completo, a su hija Teresa, antes de dejar nuevamente aquellos montones de papel en el olvido. "Papá lo contaba todo, lo que veía, lo que leía... porque sabía que alguien lo estaba escuchando", añadía la propia Teresa hace unas semanas en la presentación del libro -del que ella fue impulsora en primera instancia-, ante un público que parecía educado en la filosofía de la Institución Libre de Enseñanza.
Sentada a su lado estaba Margarita Ramírez, cuñada de Teresa y esposa de Claudio Guillén, editora del libro. Por sus manos han pasado unas 8.000 páginas de escritura irregular, algunas redactadas en francés -el idioma para el amor y el obligado cuando eran novios, porque ella no hablaba entonces español- y escritas en trenes o en coches. Solo conservaban las que había escrito el poeta. "(Estoy tan agradecido al inventor de la pluma, que me permite entrar en comunicación con usted tan rápidamente)". Las respuestas de Germaine fueron destruidas, parece que por decisión de la propia esposa que no deseaba guardarlas porque, se temía, y con razón, que aunque las escondiera acabarían publicándose. Solo cuando fallecieron Jorge Guillén y su segunda esposa sus herederos barajaron la posibilidad de editar la correspondencia que el poeta, para entonces, había donado al Wesley College.
Como homenaje al género, la revista Litoral publicó a finales del año pasado, en el número 248, titulado Cartas & caligrafías, una selección de cartas fundamentales en la historia de la cultura, desde la antigüedad clásica hasta el siglo XX, que todavía se vende en las librerías. La cuestión es que en papel, en el ordenador o en otras pantallas, se seguirá leyendo y descubriendo nuevas intimidades. En unos meses estará en los escaparates, o disponible en Internet, la explosiva correspondencia de Saul Bellow, que acaba de publicarse en inglés y que incluye epístolas a Martin Amis o Philip Roth. Todo apunta a que la privacidad se ha convertido en un buen negocio.
Lo último en el buzón
Denis Diderot. Cartas a Sophie Volland. Traducción de Núria Petit. Acantilado. Barcelona, 2010. 467 páginas. 29 euros.
Lord Byron.. Cartas y poesías mediterráneas. Edición y traducción de Agustín Coletes Blanco. KRK Ediciones. Oviedo, 2010. 633 páginas. 34,95 euros.
Horacio Quiroga. Quiroga íntimo. Correspondencia. Diario de viaje a París. Edición de Erika Martínez. Páginas de Espuma. Madrid, 2010. 651 páginas. 29 euros.
Arthur Rimbaud. Cartas Abisinias. Edición de Lolo Rico. Ediciones del Viento. A Coruña, 2010. 245 páginas. 20 euros.
Italo Calvino. Correspondencia (1940-1985). Selección de Antonio Colinas. Traducción y notas de Carlos Gumpert. Siruela. Madrid, 2010. 550 páginas. 39,95 euros.
Jorge Guillén. Cartas a Germaine (1919-1935). Edición de Margarita Ramírez. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2010. 1.357 páginas. 35 euros.
Claude Monet. Los años de Giverny. Correspondencia. Edición, introducción y notas de Paloma Alarcó. Traducción de Manuel Arranz. Turner Noema. Madrid, 2010. 422 páginas. 24 euros.
Litoral. Cartas & caligrafías. Revista de la poesía, el arte y el pensamiento. Málaga, 2010. 362 páginas, 29 euro
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