Este escritor holandés es el fenómeno editorial de la temporada europea con una historia de adolescentes que aborda temas como la educación y el engaño
Desde luego, empezar con una cita de Quentin Tarantino es toda una declaración de intenciones, y es que Herman Koch (Arnhem, Holanda,1953) es fan acérrimo del cineasta estadounidense, concretamente a raíz de ver la rompedora Reservoir dogs. Pero lo suyo nunca ha sido el séptimo arte, aunque se confiese cinéfilo, sino la escritura. "A los ocho años ya disfrutaba enormemente con las redacciones del colegio, y llegó un día en que decidí que ésa iba a ser mi profesión", explica Koch en un castellano riquísimo gracias a su matrimonio con una española con la que ahora vive en Holanda después de haberlo hecho en Barcelona.
Y así empezaron, hace ya más de veinte años, sus incursiones en el mundo de la narrativa. La cena (Salamandra), su séptima novela, se ha convertido en el fenómeno editorial de la temporada en los Países Bajos y todo apunta a que seguirá ese mismo camino en Europa. En ella aparecen plasmados temas tan profundos y cuestionables como las relaciones entre padres e hijos, la peligrosa carretera de curvas en que puede convertirse la adolescencia, la capacidad de engañar y las trampas en las que uno puede caer con tal de guardar las apariencias. Padre de un chico de dieciséis años, se confiesa cercano al mundo de los adolescentes y sorprendido por esa ambivalencia que les hace mostrarse y actuar cómo adultos y a la vez reaccionar cómo niños. "Vivía en Barcelona cuando allí ocurrió el grave suceso en el que me inspiré para escribir esta novela, dos chicos de buena familia prendieron fuego a una indigente que dormía en un cajero. A partir de ahí no quise saber nada más sobre el caso para no contaminarme. Y así empecé a fabular mi historia".
Nada es lo que parece
A Koch le fascina la inmensa capacidad del ser humano para sorprender a sus más allegados y La cena explora en nuestra vertiente más oscura. "Cuántas veces hemos oído en las noticias que el asesino en serie era el educadísimo vecino del quinto al que se le han encontrado quince cadáveres descuartizados en el congelador", dice riendo. "Nuestros propios hijos nos ocultan parcelas de su vida, por muy buena que sea la relación con nosotros. Son personas diferentes cuando están con sus amigos. Yo también lo hice. Era muy buen chico y me llevaba bien con mis padres, pero cometí varias gamberradas que ellos nunca han conocido. Hay una frontera muy difusa entre el bien y el mal y, a ciertas edades, esa línea adelgaza peligrosamente. Los varones jóvenes tienen una necesidad imperiosa de adrenalina y pueden buscarla en el alcohol, en la velocidad o en cierto tipo de actos violentos."
Ni siquiera el narrador de la novela es quien parece ser cuando empieza a contarnos la historia. "En las primeras páginas se muestra cómo alguien cordial y equilibrado, pero pronto empieza a mostrar su lado oculto. ¿Hasta qué punto podemos dejarnos influir por un personaje trastornado? También me interesaba explorar ese terreno y mostrar cuán manipulables podemos llegar a ser".
Hábitos saludables
No le gusta hablar de disciplina ni de método, sino que prefiere calificar de sana costumbre la que le ha llevado a sentarse cada mañana, durante tres horas, frente al ordenador. "Cuando empieza el día estoy increíblemente lúcido y la escritura casi me sale sola. Y, después de tres horas, me canso y escribo con menos fluidez. Suelo corregir muy poco, el noventa por ciento de lo que escribo lo doy por bueno".
La crítica holandesa fue favorable desde el primer momento con La cena, lo que le llevó a hacerse con el Premio del Público y a convertirse en un best seller. Y eso demuestra, según sus propias palabras, "que calidad literaria y éxito comercial no están reñidos. Sé que he escrito un buen libro. Hay una historia interesante llena de reflexiones y que invita al lector a seguir cuestionándose cosas. Pero además está bien escrito y su lectura no es aburrida. Tomé conciencia de esto en una fiesta de cumpleaños a la que asistí el año pasado y en la que siete personas habían regalado mi libro. Fue emocionante". Y justamente eso, el no aburrir al lector e invitarlo constantemente a seguir leyendo, a pasar las páginas con facilidad deseando llegar al final, es el objetivo narrativo de Koch. "A veces leo textos en los que el autor parece más preocupado por llenar las frases de adjetivos que por contar una historia. Y leer algo así es agotador. Admiro la narrativa de Tobias Wolff y de Gustave Flaubert. Sencilla y muy clara. Y yo quiero atrapar al lector tanto por la trama como por el estilo".
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