El escritor peruano ha reconocido que la capital catalana ha sido el verdadero kilómetro cero de su carrera literaria
Mario Vargas Llosa gana el Nobel de Literatura y el primer mordisco a la magdalena de sus recuerdos, sus primeras palabras en la rueda de prensa en Nueva York, le llevan a evocar a Carlos Barral, el editor que le descubrió con La ciudad y los perros, y a Carmen Balcells, la agente que apostó por él y echó a rodar su fama internacional. Barral y Balcells. Ambos responsables de que la capitalidad de las letras latinoamericanas en el momento de mayor florecimiento creativo se situara en Barcelona, donde a finales de los años 60 y principios de los 70 se cocía una curiosa mezcla de contestación antifranquista y frívola modernidad. El escritor peruano con pasaporte español, que en tantas ciudades ha vivido -Lima, París, Londres, París y Madrid- sabe y reconoce así que Barcelona ha sido el kilómetro cero de su carrera literaria. Aquí vivió desde mediados de 1970 hasta julio de 1974.
¿Qué queda del paso de Vargas Llosa por la ciudad? Apenas los recuerdos de sus amigos. Nada informa al transeúnte de hoy de que el autor vivió en Via Augusta cerca de Ganduxer en su primer año en Barcelona o que en la encrucijada de las calles Osio (hoy Osi) y Caponata, en Sarrià, hubo una rara concentración de talento bendecido por el Nobel ya que a menos de cincuenta metros residían Vargas Llosa (en Osio, 50) y Gabriel García Márquez (Caponata, 6) y que la facilidad de doblar la esquina propiciara que ambos autores, por entonces amigos, se vieran prácticamente a diario.
¿ALGUIEN SABE ESCRIBIR? /Ya no existe La font del ocellets, un restaurante típico particularmente querido por los miembros del boom donde una noche, perdidos en la conversación, ni Cortázar (de paso en la ciudad), ni García Márquez, ni José Donoso, ni Vargas Llosa recordaron que la regla de la casa era que los clientes apuntasen ellos mismos el pedido en un impreso. De ahí que el camarero pronunciase aquella frase inmortal: «¿Alguno de ustedes sabe escribir?» Tampoco está entre nosotros el mítico Bocaccio, Camelot de la Gauche Divine, donde su gran amigo Salvador Clotas, escritor, editor y político, apenas recuerda haberle visto. «Mario nunca fue una persona que se caracterizara por el exceso de bebida en el que caímos casi todos. Él era muy discreto y moderado». En el recuerdo de Clotas y en el del también editor Josep Castellet, Vargas Llosa participaba de la vida cultural barcelonesa a través de su vinculación a Seix Barral y más tarde a Barral Editores. «Era difícil encontrártelo por la noche, si lo veías es porque necesariamente habías quedado con él».
Cuando Vargas Llosa llega a Barcelona con su familia en 1970 ya es un escritor reconocido. Ha vivido la bohemia de París y luego en Londres, en un ambiente familiar muy poco propicio para la creación, y en ambas ciudades ha escrito varias obras maestras, La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en La Catedral. Según Josep Maria Castellet, que lo recuerda entonces como «uno de los nuestros», Vargas Llosa encuentra en la capital catalana algo que no tenía en sus anteriores lugares de residencia. «En París y en Londres vivió bastante aislado. En cambio en Barcelona tiene grandes interlocutores, se involucra plenamente y frecuenta todos los grupos, desde los más politizados hasta los más frívolos».
Pero la frivolidad poco tiene que ver con la legendaria seriedad del escritor. «Era muy simpático y cariñoso -recuerdas Clotas- pero contrastaba con nuestra forma de ser. Todos éramos entonces un poco echaos p'alante. A veces soltabas una broma y decías algo a la ligera y él, muy serio, no entendía la ironía y te la rebatía. Se lo tomaba todo muy en serio, pero también era incapaz de decir algo que te pudiera molestar».
Ese señorío también es recordado por el ojo público del momento, la fotógrafa Colita, que lo fotografió en varias ocasiones durante su estancia barcelonesa. Colita tiene en su estudio un dibujo de Jaume Perich, dedicado de puño y letra por Vargas LLosa, a la «voyeuse» (la mirona), en el que puede verse a un gallo y unas gallinas que sirvieron como anuncio a la edición de Pantaleón y las visitadoras. Al escritor de 38 años, la cámara lo quería mucho entonces. «Era un hombre escandalosamente atractivo. Era como un héroe de cómic. Yo me lo imaginaba como un príncipe inca en taparrabos y con ese aspecto formó parte de algunos de mis sueños eróticos de entonces», rememora ahora la fotógrafa.
Barcelona también cambió la imagen del autor que llegó aquí con un atildado bigotito negro que le añadía muchos más años y el pelo muy corto y engominado. Su biógrafo, el escritor canario Juancho Armas Marcelo, le describe así: «Vestía casi siempre de negro con chaqueta cruzada, pullover negro de cuello de cisne y botines negros con un tacón un poco mas alto que lo normal». Pilar Donoso, en su anexo a la Historia personal del boom que escribió su marido, se puso la medalla de haber aconsejado al escritor dejarse el pelo más largo, más acorde con la estética del momento.
Los cuatro años barceloneses de la familia Vargas Llosa, que había aumentado con el nacimiento de la pequeña Morgana, acabaron en una enorme fiesta de despedida en 1974 en casa de Carmen Balcells. Fue un festejo que duró dos días porque el barco a Lima se retrasó. Algunos han querido ver en este momento el melancólico final del boom.
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