14.8.10

De amores, robos y censuras

El 'Amadís de Gaula', la 'Biblia del oso', los libros botánicos de Mutis y otras rarezas son el tesoro que cuida Camilo Páez Jaramillo

Camilo Páez Jaramillo, en el archivo de libros antiguos de la Biblioteca Nacional. Un mundo valioso y misterioso al que pocos tienen acceso.Foto:Daniel Gómez.fuente:elespectador.com

La orden que prohibía el préstamo de la Biblia del oso les llegó con rótulo de urgente a todos los funcionarios que tuvieran que ver con la consulta de libros, aunque fue manejada con discreción. Días antes, la dirección de la Biblioteca Nacional se había enterado de que entre algunos bibliófilos habían circulado varios mensajes, e incluso derechos de petición, en los que el protagonista era un sujeto que pretendía sacar la Biblia del viejo edificio. Ya antes había enviado un mensaje abierto en el que ofrecía la cantidad de dinero que fuera por el ejemplar. Por su forma de escribir y su insistencia, los especialistas dedujeron que podía tratarse de un viejo coleccionista para quien no existía la ética con tal de conseguir lo que buscaba. Algunos coleccionistas lo acusaron de robo de libros, de haber arrancado páginas de los originales para guardar una firma importante, y hasta de falsificación.

Deseaba la Biblia del oso con obsesión, uno de los tesoros más preciados de la Biblioteca. En un tiempo, más de 100 años atrás, le perteneció a Rufino José Cuervo. Según Camilo Páez Jaramillo, historiador y guarda de la sala de incunables, una de las pruebas fue el letrero veritas veritatis , 'La verdad de la verdad', que Cuervo siempre escribía a modo de sello, ex libris. La Biblia data de 1522. Sin embargo, en la portada la fecha de impresión fue marcada como del año de 1622 (M.DC. XXII). Allí mismo, bajo una línea que decía "Trasladada en Efpañol", y sobre otra en la que se leía "En la librería de Daniel y David Aubrij, y de Clament Schleich", los impresores grabaron un pegaso que suplantó al oso original.

La Biblia había sido traducida por un sacerdote protestante, Casiodoro de Reina. Por ello, el Tribunal de la Santa Inquisición tomó la "santa" determinación de quemarla. Los impresores la salvaron con las alteraciones de la fecha y del pegaso. Presumiblemente, en un comienzo formó parte de las bibliotecas de la Compañía de Jesús. Luego, cuando los Jesuitas fueron expulsados por vez primera de América, fue debidamente ocultada, hasta que llegó a Cuervo. Cada una de sus historias, prohibiciones, viajes, sellos, dueños, cada una de las mil anotaciones que a lo largo de los siglos han hechos sus lectores a pie de página, arriba o abajo, han enriquecido el ejemplar. Para Páez Jaramillo, "así se fue haciendo el mundo de los raros y curiosos. A un Don Quijote le hace falta un párrafo, por ejemplo, y ese detalle lo hizo más valioso de lo que era. Un novenario pasó por las manos de José Celestino Mutis y se valorizó".

Ese mundo de raros y curiosos que en Europa y Estados Unidos, Australia y Oriente ha tenido siempre librerías, mercados, revistas, y mercados negros, se conmocionó poco más de un año atrás cuando las directivas de la Biblioteca de Castilla-La Mancha con sede en Toledo anunció que habían desaparecido de sus fondos dos mapas plegables de la edición incunable Geografía y Atlas de Ptolomeo, fechada en 1531. El robo se asoció de inmediato con la desaparición en los primeros meses de 2009 de otros mapas de Ptolomeo de ediciones incunables guardadas en la Biblioteca de El Escorial, en la de Castilla y León, en la Biblioteca Universitaria de Salamanca y en la Colombina de Sevilla, y con el hallazgo en 2007 de un mapamundi de Claudio Ptolomeo. El ladrón, presuntamente de nombre de nacionalidad húngara, explicaron los agentes investigadores de la Guardia Civil española, utilizaba varias identidades pero se hacía pasar, indefectiblemente, como investigador histórico para poder acceder a las distintas salas de incunables. Los mapas de Toledo fueron recuperados en septiembre. En el mercado negro ofrecían sumas de hasta 10 millones de euros por ellos.

"Si yo pudiera llevarme uno de estos libros, sería el Amadís de Gaula que tuvo Cuervo". Páez Jaramillo habría podido ser aquel Fray Guillermo de Baskerville que, en 1327, en el Nombre de la Rosa, de Umberto Eco, investigó la muerte de varios monjes, relacionadas con unos antiguos tratados sobre la licitud de la risa que se encontraban en la biblioteca de una abadía en el norte de Italia. Nervioso, delgado, sin edad clara, se ha desvelado desde su llegada a la Biblioteca en 2006 por cuidar cada uno de los incunables a su cargo. "La voz viene del latín, incunabulae, 'en la cuna' ". Las veces que ha tenido que mostrar los libros, ha pasado cada una de sus página con guantes quirúrgicos. "Su" Amadís fue impreso "en la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla" en el año de 1538 por Juan Krompe. Fue la gran novela de caballería de la Edad Media.

A finales del siglo XV, Garci Rodríguez de Montalvo terminó la edición definitiva de la obra, cuya versión más antigua de las conocidas fue una de Zaragoza, 1508, con el nombre de Los cuatro libros del virtuoso caballero Amadís de Gaula. No obstante, la obra ya existía en sus tres primeros libros desde el siglo XIV, según registros de don Pedro López de Ayala y Pero Ferrús. Montalvo admitió haber enmendado los tres libros iniciales, y haber sido el autor del cuarto. De acuerdo con otros investigadores, el Amadís fue de un tal Vasco de Lobeira, portugués, y armado como caballero en la batalla de Aljubarrota, 1385.

"De cualquier forma, fue el libro insignia de la Conquista, pues quienes se embarcaron hacia América soñaban de una u otra forma con las aventuras del Amadís", ha sostenido año tras año Páez Jaramillo, las manos enguantadas, el pulso acelerado, la mirada brillante, consciente de que parte de la gran historia de América está ante sí, a su alcance, día a día.

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