El escritor cubano Leonardo Padura desliza su pluma por los entresijos de la novela negra desde hace 20 años
El escritor cubano Leonardo Padura, durante la entrevista en el patio de su casa en Mantilla, cerca de La Habana.foto: JOSE GOITIA.fuente:elpais.com
Los clichés saltan por los aires. Mujeres fatales, atmósferas hechas de humo denso y un hombre sentado en el ángulo más oscuro del local, que siempre resuelve el caso pero, indefectiblemente, pierde en lo personal. Son ingredientes afianzados en la tradición del género que Padura aconseja utilizar con una "perspectiva posmoderna". "Yo los utilizo sabiendo que son clichés. Están en mis libros, pero no como una parte fundamental, sino como un guiño al lector; son parte del juego literario".
La novela negra tiene banda sonora. Si el jazz envolvía las cuitas de Santiago Biralbo en El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina y el Bernard Gunter de Philip Kerr rumiaba sus preocupaciones a ritmo de tango en los locales más decadentes de Buenos Aires en Esa llama misteriosa, la música no es menos relevante para Padura. "La música es importantísima en la novela policiaca", asegura. En su caso, las historias transcurren en Cuba y allí, explica el autor, "la música es una presencia constante". "Mario Conde tiene una relación nostálgica con la música de los años 60, que a Cuba llegó con retraso. En cinco de las novelas discute con su amigo el flaco sobre qué van a escuchar en un momento determinado, Beatles o Rolling Stones, al final, eligen a la Creedence".
Una forma astuta de cometer un delito no basta. No hay que quedarse en la mera anécdota. "El escritor se puede quedar en el ingenio, en la superficie, o profundizar en la vida, la sociedad y la Historia; cualquiera de los grandes asuntos de la literatura pueden abordarse desde la novela negra, que es muy dúctil". Y recuerda que su novela Pasado perfecto trata de la nostalgia y la memoria; Vientos de cuaresma, del amor, y la marginación y el engaño se abordan en Máscaras y Paisajes de otoño.
El lector se identifica con el antihéroe. "Es clave tener un personaje que exprese un punto de vista ético, social y humano, y que tenga una mirada propia sobre un contexto determinado". Y hay que conseguir que el lector se identifique con él, incluso en los aspectos de antihéroe. "Son personajes con un sentido ético peculiar". Para Padura, su Mario Conde es un nieto del Marlowe de Raymond Chandler y un hijo del Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán. El resultado, un personaje "de mirada crítica e ironía desencantada".
Romper las estructuras. El autor invita a jugar al despiste con el lector. "Hay que conocer las reglas del juego, hacer un ejercicio racional y romperlas. En casi todos los casos se cuenta la historia según el esquema del principio, desarrollo, clima y desenlace; pero a veces conviene violar esas estructuras". Como ejemplo recurre a su novela La neblina del ayer: "el crimen se comete a la mitad de la historia".
Huir de lo maniqueo. Ningún lugar físico ni ningún espacio moral está libre de albergar el delito. "Hay que mover las líneas entre buenos y malos", explica el autor, que habla de policías corruptos, y recorre en sus tramas desde los barrios marginales hasta los de clase alta. "Trato la degradación de ciertas formas de pensar y actuar de un sector de la población que debería ser representante del ideal revolucionario y que, sin embargo, se aprovecha de su posición para obtener ciertos beneficios".
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