24.4.09

'Sin intimidad no hay novela', Laura Restrepo


Demasiados héroes (Alfaguara), la más reciente novela de Laura Restrepo, relata la historia de Mateo, un hijo de militantes de izquierda durante la dictadura argentina, que en su adolescencia inicia la búsqueda de ese padre que lo abandonó cuando tenía dos años y medio de edad.

¿Por qué destronar a los héroes?

Los héroes están bien en la epopeya y lo que pasa es que nosotros vivimos en un tiempo en donde lo que hay que escribir es novela. El héroe no tiene intimidad y esa literatura heroica es una literatura sin intimidad y sin intimidad no hay novela. Como en el Primer Mundo en buena medida consideran que la historia ya se hizo, se han volcado a narrar un mundo interior y a explorar las cualidades y las características propias de la novela. Los latinoamericanos tenemos un dilema general y es que nuestra historia no está hecha, sino que está en proceso de ser escrita. Así que tenemos que contar cómo se hace un mundo, cómo se fabrica la historia y tenemos que contarla a través de técnicas de novela, que es un género interior.

¿Cuáles son las características del héroe?

A pesar de que pretendíamos alejarnos de la idea del héroe clásico cuando militábamos en aquellos tiempos, terminábamos copiando sus características, con cosas tan elementales como renunciar al propio nombre y asumir un nombre distinto, la renuncia a los bienes, el secreto como la clave, la cofradía, el estar cercano a tus amigos para mantener lejano a tu enemigo, igualito que en La Ilíada o La Odisea.

Estamos en vísperas del Bicentenario de la Independencia y resulta que la historia está siendo contada sobre todo en la ficción, en novelas y telenovelas...

Siempre he creído que el único género en América Latina que ha lidiado con la intimidad es la telenovela. Ella tiene herramientas que aquí la novela no ha podido escribir. Creo que esa mezcla a partir de esquemas íntimos, de los amores de la sirvienta con el señor, y meterle el cartel y la recolección del café, permite un tipo de aproximación en la que la novela ha fracasado.

¿Qué peligro puede tener no conocer el pasado?

No tener pasado es no tener futuro. Nosotros somos muy de tomar las cosas a la ligera, vivir el presente, frescos, descomplicados. Una persona que me enseñó mucho fue el director de teatro Pavel Noviski, que, como extranjero, se desesperaba cuando la gente le llegaba tarde o cuando le incumplían con algo. Él decía: "Los colombianos se precian de ser informales, pero no se dan cuenta de que lo que no tiene forma, tampoco puede tener contenido". Esa informalidad impide tener contenidos, esa negación del pasado impide la construcción del futuro.

¿Cómo fueron sus años de militancia?

Yo creo que eso es muy generacional. En otra novela digo que queda más lejos el norte de Bogotá del sur de Bogotá, que el norte de Bogotá del sur de Miami. Eso siempre fue así. En mis tiempos uno estaba encerrado y pasar a tener contacto con los sectores populares era una aventura. Había que romper con un montón de cosas; había un muro de Bogotá que aislaba, que es algo que sucede en todas las ciudades latinoamericanas. Uno necesitaba de un acto de rebeldía tremendo para ir a mirar al otro lado. Yo di clases en una escuela pública de varones a los 17 años y para mí eso era una revelación, como si me hubieran mostrado marcianos. Me fascinaban, habían vivido más que yo, sabían más que yo, eran inteligentes, tenían calle, eran mucho más reales y más intensos que yo misma. Pero ponerse en contacto con eso implicaba realmente una revolución en la familia.

Hoy en día, ¿qué decir del 'boom'?

Aunque García Márquez creó personajes femeninos como Remedios la Bella, nunca se enteró de cómo eran las mujeres. Muy distinto a su hijo Rodrigo García, que en sus dos películas, Nueve vidas y Cosas que diría con solo mirarla, describe un mundo lleno de delicadeza y sutileza como si el muchacho se hubiera propuesto arrancar donde el padre no pudo entrar. Un caso similar es el de Juan Carlos Rulfo, que con su película En el hoyo recrea vidas muy chiquitas, muy íntimas en medio de ese ruido de la metrópolis, porque Juan Rulfo lo único que no supo hacer fue escribir relatos urbanos.

¿Qué novelas le aburren?

Esas que suceden en el Central Park me parecen tremendas, porque se vuelven sofisticadas y terminan siendo Sex & the city. Es que con el Central Park pasa como con el tango en español: todas las novelas del tango son pésimas, una maldición, excepto la de Manuel Mejía Vallejo, pero que finalmente no es de tango.

¿Cuál es la importancia del lenguaje?

Finalmente el tema de la novela es el lenguaje: cómo ponerle palabras a una cosa que no tiene palabras. Una de las imposiciones más dolorosas de una tiranía es que le quita a la gente el derecho a hablar, a comunicarse y referirse a lo que están hablando. Los desaparecidos ni siquiera tienen nombre. La pérdida del lenguaje debido a una tiranía es una cosa que no se repone ni en una generación ni en dos.

¿El silencio también es olvido?

Aquí el Palacio de Justicia no solo fue un horror por lo que sucedió, sino por el silencio que ha suscitado después. Muy pocos meses después construyen un nuevo Palacio sin dejar ni siquiera una piedra que sea un recuerdo, ni siquiera un busto de los magistrados que diga "estos hombres murieron acá", nada para que no hubiera memoria. El Palacio de Justicia no solo pesa como un hueco negro de lo que pasó allí; pesa como un hueco negro porque no hay palabras para mencionar lo que pasó allí. Por eso es tan valioso el intento de Germán Castro de hacer un libro que vuelve a poner palabras a lo que no tiene palabras. Lo que no tiene palabras es un hueco negro y es un peligro y por allí nos vamos todos de cabeza.



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