El escritor argentino Daniel Guebel, autor de la estremecedora novela El derrumbe, es un sentimental que admira el anti-sentimentalismo de Dr. House. Parece un contrasentido pero no lo es. Estoy absolutamente de acuerdo con Guebel en su admiración hacia House, un personaje de ficción inolvidable en el mejor escenario posible: un hospital donde la muerte es moneda corriente. Parece imposible no ser cínico, sarcástico, descreído, cuando uno ve la muerte tan de cerca y además, la lleva consigo mismo. Y esa es la magia de la serie: creemos que un personaje extremo como House es no solo verosímil sino incluso justificado. En el ADN Cultura ha escrito un estupendo elogio de la serie y de su personaje en concreto. Así lo describe:
House, el personaje, es un verdadero maestro en eso de proponerse como un enigma, esto es, como el objeto perfecto para la manía ajena por la interpretación. ¿Quién es House? ¿Por qué es como es? House es la máquina humana que todos quieren corregir, un aparato intelectualmente brillante al que colegas y amigos le reclaman la concesión de la afectividad. House tiene todas las condiciones, pero prefiere vivir una vida miserable, drogarse, tener una vida sexual furtiva y mercenaria (cuando cualquiera de las bellísimas médicas que lo rodean daría todo por conquistarlo, y nosotros por estar en la misma situación y aceptar). Además de hosco, es tacaño y tramposo. Tiene algo de matón, de ladino y de homosexual cuya represión es asumida cómicamente. La enumeración es infinita, pero la serie tiene la astucia de proponerla siempre como una trampa: la de un "trauma originario", desconocido tanto por el espectador como por sus compañeros de trabajo, que explicaría cada vez cada uno de sus comportamientos. Sobre esa presunción groseramente psicologista, House arma su fiesta antisentimental. Satisfecho de ocupar el lugar del héroe solitario, deja caer muestras eventuales de sus fisuras personales, sólo para después denunciarlas como falsas, como parte de su burla de los frágiles convencionalismos de la especie humana. ¿Puede ser inhumano un personaje de ficción? En el velorio de su padre, House pronuncia un discurso en su memoria y luego se inclina sobre el cajón, en apariencia para besar la frente del muerto, pero en realidad aprovecha la oportunidad para realizar una maniobra que permita esconder a los presentes su verdadera intención, que es cortarle un trozo de piel con un alicate y averiguar luego si aquel imbécil que arruinó su infancia era o no su verdadero padre. Al romper (con gestos como ése) toda identificación con las representaciones de un héroe posible, Dr. House propone la valorización de una figura desprestigiada: la del cínico. House lo es, como lo era Diógenes. Ninguna complacencia, ninguna transacción con nuestra especie en tanto especie. Las vidas de los pacientes sólo existen como pretexto para que la maquinaria de la interpretación (su inteligencia) se ponga en juego. Sus sucios hábitos son acordes a la verdad del que prefiere la compañía de los perros porque, curados de su enfermedad, los seres humanos se vuelven aburridos. Como un extraordinario escritor argentino que dice que sólo le interesan las personas cuando vienen en forma de libros, como un gourmet de las sustancias asquerosas (ni Marlow ni Marlowe: Marley), House, un desterrado del universo afectivo, únicamente halla consuelo en el reino de las patologías.
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