23.4.09

La manía de don Quijote

A comienzos del siglo XVII, un antiguo soldado y cobrador de impuestos, al mismo tiempo manco de guerra y manirroto con los bienes ajenos, escribió la historia de un hidalgo castellano que se creía caballero andante. Según don Miguel de Cervantes, que así se llamaba el escritor, el buen hombre había adquirido tal adicción a la lectura, que "se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio".

Hoy, 393 años después de la muerte de Cervantes, hemos recibido la buena nueva de que los colombianos estamos un poquito más cerca que antes de adquirir la manía de don Quijote. Según el Dane, en el 2009 los habitantes del país leen un 25 por ciento más que en el 2007. Aún más auspiciosa es la noticia de que el aumento de lectura se registra entre niños y jóvenes, los sectores de población que encuentran opciones aparentemente más tentadoras para sus horas de recreo: deportes, Internet, televisión, juegos de pantalla, películas en DVD, cine, música y esas largas horas de sueño que se recomienda a los menores.

Pero aún estamos muy lejos de que leer les seque el cerebro a los colombianos. Ese 25 por ciento de aumento solo significa que la lectura anual subió de 1,6 libros a 2. Leer un libro por semestre, que es la dosis quincenal de un finlandés o la mensual de un estadounidense, resulta una cifra bastante pobre. De hecho, argentinos, mexicanos, uruguayos, brasileños, chilenos y peruanos leen más que el colombiano promedio. Pero lo importante es subrayar que la lectura de libros aumenta, que también sube la venta de libros -pese a la crisis económica- y que los niños se familiarizan cada vez más con la presencia y el empleo de libros: más de la mitad de los menores de 11 años leyó al menos uno en el último año.

El fenómeno, que permite pensar en generaciones más educadas y pacíficas, no se produce por casualidad, sino que es fruto del esfuerzo conjunto del Gobierno, de numerosas entidades promotoras y de la industria cultural. En los últimos años, Colombia ha desplegado una campaña constante e intensa en pro de la lectura. Se multiplicaron las bibliotecas públicas y los grupos cívicos que las auxilian; nacieron iniciativas como el trueque de libros y el libro navideño; surgieron numerosas ferias regionales del libro y festivales culturales y los medios de comunicación no han vacilado en comprometerse con el fomento de la lectura. Uno de los hitos de la promoción fue la designación de Bogotá como Capital Mundial del Libro en el 2007. Hoy mismo, Día Internacional del Libro, así señalado por la Unesco en memoria del día en que fallecieron Cervantes y William Shakespeare, se realizarán en todo el país diversos programas de difusión bibliográfica.

Es significativo que las estadísticas mejoren cuando, como decíamos atrás, mayor variedad de artefactos cibernéticos parecían conspirar contra el libro. La era informática plantea muchos interrogantes. ¿Será desplazado el tomo de papel por una máquina electrónica que presente en una pantalla la historia del ingenioso hidalgo o cualquier otra historia? ¿Desaparecerá un milenario invento que no ofrece más que tinta sobre papel -ni música, ni movimiento, ni interacción- y demanda un esfuerzo de concentración del lector? ¿Se justifica aún la existencia del libro?

La respuesta al primer interrogante es que, aun si en vez de tinta brillan puntos luminosos y una pantalla reemplaza al papel, ese aparato es un libro. Al segundo contestan las alentadoras estadísticas. Y sobre el último hay que decir que ahora mismo sería genial inventar un objeto que no consume energía, es portátil, barato, no precisa instrucciones de uso y -como si fuera poco- transmite un prestigio que ninguno de los otros artilugios da.




eltiempo.com/editorial

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