Por Yolanda Reyes
Desde los anaqueles de las librerías, los libros parecen decir "léeme" y le hacen guiños al lector. Clara Rojas compite en la mesa de novedades con los tres norteamericanos que, a juzgar por los semáforos, le llevan ventaja en el hit parade. "¡Vendo, vendo!", gritan los voceadores, como si se tratara de mangos en cosecha, y sus títulos recién pirateados arman otra discutible lista de Los Más Vendidos. "Dime si te piratean y te diré si vendes", parece ser la máxima editorial en esta semana, cuando recordamos a Shakespeare y a Cervantes y celebramos el Día del Derecho de Autor.
Entre la barahúnda de libros en cosecha, me pregunto dónde están los autores y los editores y qué estamos entendiendo por escribir. "Con frecuencia, escribir es como conducir un camión por la noche sin luces, perderse en medio de la carretera y pasar una década en una zanja", dice Gay Talese, el célebre reportero de The New York Times y The New Yorker, desde la contracarátula de su Vida de un escritor, una personalísima biografía que comparte mesa con Cautiva, de Clara Rojas. Tomo los dos libros y miro las dos fotos: Gay y Clara. Los dos me sonríen en blanco y negro. Uno es pesado y el otro, liviano. Como los libros también entran por los ojos, no puedo evitar sentirme seducida por la pinta de Talese y por su bondadosa sonrisa de viejo zorro, frente a la expresión de Clara, que no comunica nada. ¿Cuál llevarme, no a la consabida isla desierta, sino a mi mesa de noche? Aunque mi elección ya está hecha, decido darle una oportunidad a Cautiva. No a Clara, que quede claro. No estoy hablando de personas, de vidas ni de cuánto ha sufrido alguien. Estoy hablando de libros.
Tal vez es eso de perderse en la carretera y pasar una década en una zanja, pero no real sino simbólica, luchando con las palabras, lo que eché de menos en Cautiva. Mientras leía el libro con el trasfondo del noticiero -y así se deja leer, sin necesidad de silencio-, iba saltando renglones, también sin remordimiento. Así como me conmovió la vida real de Clara Rojas, su vida escrita me dejó plana. No encontré nada para llorar y nada para reírme, ni nada que no supiera ya por las noticias, y no me refiero a chismes de folletín, sino a esas "noticias del fondo de uno mismo" que se buscan en los libros. Si es tan difícil vivir, es bastante más difícil contar la vida y no basta con decir, por ejemplo, "la selva tiene su color que es un verde de mil tonalidades, y también un olor propio, a vegetación y humedad". (Eso lo dice cualquiera.) El problema es hacer que el lector se calce esas botas malolientes y se caiga y se hiera los ojos con esos verdes y sienta que las hormigas le pican y que le duelen las entrañas. Y sienta el odio y la incertidumbre y la vida y la muerte, todo mezclado a la vez.
¿Transcribir anécdotas, a modo de querido diario, o reinventar la experiencia y hacer que el lector la viva? Ese trabajo, que también es del editor, especialmente cuando los autores son inexpertos, les faltó a los editores de Cautiva, quienes parecen haberse limitado a salpicar el libro con notas de pie de página, tipo exportación: "Torta de maíz típica colombiana" (arepa). "Actriz y modelo colombiana muy popular nacida en 1956 con una exitosa carrera" (Amparo Grisales). "Ministro de Defensa, puso en marcha la Operación Jaque, el ingenioso operativo...". En lugar de escribir ese discutible y nada ingenuo glosario que iguala Farc con masato, un buen editor habría podido ayudarle a Clara a tachar frases como "para mí la amistad es un valor esencial. Así me lo inculcaron de niña" y a transformar su impulso espontáneo de autoelogiarse y autocensurarse en un trabajo de exploración de su propia selva y de su propia voz. Claro que para eso, como afirma Talese, se necesita una década y quizás se trate de un plazo impensable para vender los libros que produce nuestro drama, como mangos en cosecha. "He invertido mucho dinero en perder tiempo... he viajado cientos de miles de kilómetros siguiendo pistas que, al final, no me llevan a ninguna parte", leo a Talese, y coincido con sus estadísticas: más o menos el 80 por ciento del trabajo termina en la basura. Quizás es eso lo que más falta nos está haciendo: un cubo de basura para botar todo lo que sobra y esperar a que el tamiz del tiempo termine filtrando lo poco que basta.
eltiempo.com
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