Manuel Guzman Hennessey
Olvidada, como una garza inicua a la orilla de un pantano, se encuentra la poesía en la sociedad "globalizada". Y Jorge Eliécer Pardo me reclama que vuelva sobre ella. Aquí estoy, preguntándome si al olvido del arte en general, en especial, de la poesía, se debe buena parte de los males que vivimos. La santidad de las religiones no parece suficiente para el propósito de concitar un cambio ético que devuelva a la sociedad la práctica de un humanismo sin mediaciones eclesiales. Un humanismo humano y nada más, que es el verdadero humanismo de la libertad. La santidad del cristianismo, que deriva del ejemplo de vida de sus santos, conectados con la divinidad, sugiere la posibilidad de una sociedad en armonía, asunto no siempre posible, si miramos hacia algún lado donde haya especie humana.
Pero otra manera de santidad, la de la poesía, sustenta su magisterio en aquello que los griegos llamaron Kalogaitía: lo bueno, lo bello y lo inteligente. Ellos identificaban felicidad con virtud y conocimiento. Y proclamaban que el "estar bien" provenía de "obrar bien".
El papel de los artistas es el de inventar, a diario, una libertad escamoteada por la sociedad de la mentira, la avaricia, el consumismo, las burocracias y las cuentas por pagar. Se inventa, así, un paraíso en medio de este otro, el de la "tierra baldía", que sucumbe entre el dióxido de carbono y la crisis del dios Dinar. La santidad de la poesía parece más sencilla que la de las religiones, porque orienta su ejercicio de la libertad hacia la posibilidad de obrar bien para ser felices.
Y en este sentido, santos fueron William Blake y Hölderlin, Georg Trakl y Rimbaud, místico en estado salvaje este último, y otros, que se arrimaron al abismo más de lo que es preciso. Y exploraron las honduras del corazón del hombre, como Gómez Jattin, santo y mártir de su propia locura, o vaya uno a saber si "suicidado por la sociedad", como escribió Artaud de Vincent Van Gogh. Santos y locos fueron Van Gogh y Dalí, pero falta todavía que un mayor caudal de historia corra bajo los puentes para que sepamos si fue, aquí, el ejercicio de la santidad lo que comprometió, en ellos, el equilibrio de la razón.
Las sociedades preocupadas por promover el arte logran un desarrollo más armónico que las que desdeñan la poesía. Arte y ciencia, arte y desarrollo, arte y paz suelen ir de la mano porque se encuentran unidos en la naturaleza biológica de lo que somos, según el concepto de consilencia de E. O. Wilson.
Zeller escribió que la vida es sólo un tubo sin remedio, y otro Santos, Discépolo (me corregirá León Valencia), dijo que la vida es una herida absurda. Si nos atenemos a lo que entraña la santidad de la poesía, la vida es una fiesta y nada más. Y el infierno, una invención de Dante.
*Director del Centro de Aplicaciones de la Teoría del Caos
guzmanhennessey@yahoo.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario