4.5.14

El cuento del domingo


Arthur C. Clarke
Crímen en Marte
 - En Marte hay poca delincuencia - observó el inspector Rawlings con tristeza -. En realidad, éste es el motivo principal de que regrese al Yard. De quedarme aquí más tiempo, perdería toda mi práctica.
Estábamos sentados en el salón del observatorio principal del espaciopuerto de Phobos, mirando las grietas resecas por el sol de la diminuta luna de Marte. El cohete transbordador que nos había traído desde Marte se había marchado diez minutos antes y ahora iniciaba la larga caída hacia el globo color ocre que colgaba entre las estrellas. Media hora más tarde, subiríamos a la nave espacial en dirección a la Tierra..., planeta en el que la mayoría de pasajeros nunca habían puesto los pies, si bien aún lo llamaban «su patria»
- Al mismo tiempo - continuó el inspector -, de vez en cuando se presenta un caso que presta interés a la vida. Usted, señor Maccar, es tratante en arte, y estoy seguro que habrá oído hablar de lo ocurrido en la Ciudad del Meridiano hace un par de meses.
- No creo - dijo el individuo regordete y de tez olivácea al que había tomado por otro turista de regreso.
Por lo visto, el inspector ya había examinado la lista de pasajeros; me pregunté qué sabría de mí y traté de tranquilizar mi conciencia, diciéndome que estaba razonablemente limpia. Al fin y al cabo, todo el mundo pasaba algo de contrabando por la aduana de Marte...
- La cosa se acalló - prosiguió el inspector -, pero hay asuntos que no pueden mantenerse en secreto largo tiempo. Bien, un ladrón de joyas de la Tierra intentó robar del Museo de Meridiano el mayor de los tesoros... la Diosa Sirena.
- ¡Eso es absurdo! - objeté -. Naturalmente, no tiene precio... pero no es más que un pedazo de roca arenisca. Lo mismo podrían querer robar La Mona Lisa.
- Eso ya ha ocurrido también - sonrió sin alegría el inspector -. Y tal vez el motivo fuese el mismo. Hay coleccionistas que pagarían una fortuna por tal objeto, aunque sólo fuese para contemplarlo en secreto. ¿No está de acuerdo, señor Maccar?
- Muy cierto - aseguró el experto en arte -. En mi profesión, hallamos a toda clase de chiflados.
- Bien, ese individuo, que se llama Danny Weaver, debía recibir una buena suma por el objeto. Y a no ser por una fantástica mala suerte, habría llevado a cabo el robo.
El sistema de altavoces del espaciopuerto dio toda clase de excusas por un leve retraso debido a la última comprobación del combustible, y pidió a varios pasajeros que se presentasen en información. Mientras esperábamos que callase la voz, recordé lo poco que sabía de la Diosa Sirena. Aunque no había visto el original, llevaba una copia, como la mayoría de turistas, en mi equipaje. El objeto llevaba el certificado del Departamento de Antigüedades de Marte garantizando que «se trata de una reproducción a tamaño natural de la llamada Diosa Sirena, descubierta en el mar Sirenium por la Tercera Expedición, en 2012 después de Cristo (23 D.M.)»
Era raro que un objeto tan pequeño causara tantas discusiones. Medía Poco más de veinte centímetros de altura, y nadie miraría el objeto dos veces de hallarse en un museo de la Tierra. Se trataba de la cabeza de una joven, de rasgos levemente orientales, con el cabello rizado en abundancia cerca del cráneo, los labios entreabiertos en una expresión de placer o sorpresa... y nada más.
Pero se trataba de un enigma tan misterioso que había inspirado un centenar de sectas religiosas, haciendo enloquecer a varios arqueólogos. Ya que una cabeza tan perfectamente humana no podía ser hallada en Marte, cuyos únicos seres inteligentes eran crustáceos... «langostas educadas», como los llamaban los periódicos. Los aborígenes marcianos nunca habían inventado el vuelo espacial, y su civilización desapareció antes de que el hombre apareciera sobre la Tierra.
Sin duda, la Diosa es ahora el misterio Número Uno del sistema solar. Supongo que la respuesta no la obtendrán durante mi existencia..., si llegan a obtenerla.
- El plan de Danny era sumamente simple - prosiguió el inspector -. Ya saben ustedes lo muertas que quedan las ciudades marcianas en domingo, cuando se cierra todo y los colonos se quedan en casa para ver la televisión de la Tierra. Danny confiaba en esto cuando se inscribió en el hotel de Meridiano Oeste, la tarde del viernes. Tenía el sábado para recorrer el museo, un domingo solitario para robar, y el lunes por la mañana sería otro de los turistas que saldrían de la ciudad...
»A primera hora del domingo cruzó el parque, pasando al Meridiano Este, donde se alza el museo. Por si no lo saben, la ciudad se llama del Meridiano porque está exactamente en el grado 180 de longitud; en el parque hay una gran losa con el Primer Meridiano grabado en ella, para que los visitantes puedan ser fotografiados de pie en los dos hemisferios a la vez. Es asombroso cómo estas niñerías divierten a la gente.
»Danny pasó el día recorriendo el museo como cualquier turista decidido a aprovecharse del valor de la entrada. Pero a la hora de cierre no se marchó, sino que se escondió en una de las galerías no abiertas al público, donde estaban disponiendo una reconstrucción del período del último canal, que por falta de dinero no habían terminado. Danny se quedó allí hasta medianoche, por si todavía había en el edificio algún investigador entusiasta. Luego abandonó el escondite y puso manos a la obra.
- Un momento - le interrumpí -. ¿Y el vigilante nocturno?
- ¡Mi querido amigo! En Marte no existen esos lujos. Ni siquiera hay señal de alarma en el museo porque, ¿quién quiere robar trozos de piedra? Cierto, la Diosa estaba encerrada en una vitrina de metal y cristal, por si algún cazador de recuerdos se entusiasmaba con ella. Pero aun en el caso de ser robada, el ladrón no podría ocultarla en ninguna parte, y, claro está, todo el tráfico de entrada y salida de Marte será registrado.
Esto era exacto. Yo había pensado en términos de la Tierra, olvidando que cada ciudad de Marte es un pequeño mundo cerrado por debajo del campo de fuerzas que la protege del casi vacío congelador. Más allá de las protecciones electrónicas existe sólo el vacío altamente hostil del exterior marciano, donde un hombre sin protección moriría en pocos segundos. Y esto facilita las leyes de seguridad.
- Danny poseía una serie de herramientas excelentes, tan especializadas como las de un relojero. La principal era una microsierra no mayor que un soldador, con una hoja sumamente delgada, impulsada a un millón de ciclos por segundo, gracias a un motor ultrasónico. Cortaba el cristal o el metal como mantequilla... y sólo dejaba el corte del espesor de un cabello. Lo importante para Danny era no dejar rastro de su labor.
»Ya habrán adivinado cómo pensaba operar. Cortaría la base de la vitrina y sustituiría el original por una de las copias de la Diosa. Tal vez transcurriesen un par de años antes de que un experto descubriera la verdad, y entonces el original ya estaría en la Tierra, disimulado como una copia, con un certificado de autenticidad. Listo, ¿eh?
»Debió ser algo espantoso trabajar en aquella galería a oscuras, con todos aquellos pedruscos de millones de años de antigüedad, todos aquellos inexplicables artefactos a su alrededor. En la Tierra, un museo ya es bastante siniestro de noche, pero... es humano. Y la Galería Tres, donde está la Diosa, resulta especialmente inquietante. Está llena de bajorrelieves con animales increíbles luchando entre sí; parecen avispas gigantes, y la mayoría de paleontólogos niegan que hayan existido alguna vez. Pero, imaginarios o no, pertenecieron a este mundo, y no trastornaron tanto a Danny como la Diosa, que le miraba a través de las edades, desafiándole a que explicara la presencia de ella allí. Y esto le daba escalofríos. ¿Cómo lo sé? El me lo confesó.
»Danny empezó a trabajar con la vitrina con el mismo cuidado con que un diamantista se dispone a cortar una gema. Tardó casi toda la noche en rajar la trampilla, y amanecía cuando descansó, guardándose la microsierra. Aún faltaba mucho que hacer, pero la parte más penosa había terminado. Colocar la copia en la vitrina, comprobar su aspecto con las fotos que llevaba consigo y ocultar todas las huellas le ocuparía gran parte del domingo, pero esto no lo inquietaba en absoluto. Le quedaban otras veinticuatro horas y recibiría con agrado la llegada de los primeros visitantes del lunes, momento en que podría mezclarse con ellos y salir de allí.
»Fue un tremendo golpe para su sistema nervioso, por tanto, cuando a las ocho y media abrieron las enormes puertas y el personal del museo, ocho en total, se dispusieron a iniciar el día de trabajo. Danny corrió hacia la salida de emergencia, abandonándolo todo: herramientas, la Diosa... todo.
»Y se llevó otra enorme sorpresa al verse en la calle; a aquella hora debía estar completamente desierta, con todo el mundo en casa leyendo los periódicos dominicales. Pero he aquí que los habitantes de Meridiano Este se encaminaban hacia las fábricas y oficinas, como en cualquier día normal de trabajo.
»Cuando el pobre Danny llegó al hotel ya le aguardábamos. No hacía falta ser un lince para comprender que sólo un visitante de la Tierra, y uno muy reciente había pasado por alto el hecho que constituye la fama de la Ciudad del Meridiano. Y supongo que ustedes ya lo habrán adivinado.
- Sinceramente, no - objeté -. No es posible visitar todo Marte en seis semanas, y nunca pasé del Syrtis Mayor.
- Pues es sumamente sencillo, aunque no podemos censurar excesivamente a Danny, puesto que incluso los habitantes del planeta caen ocasionalmente en la misma trampa. Es una cosa que no nos preocupa en la Tierra, donde hemos solucionado el problema con el océano Pacífico. Pero Marte, claro está, carece de mares; y esto significa que alguien se ve obligado a vivir en la Línea de Fecha Internacional...
»Danny planeó el robo desde Meridiano Oeste... Y allí era domingo, claro... y seguía siendo domingo cuando lo atrapamos en el hotel. Pero en el Meridiano Este, a menos de un kilómetro de distancia, sólo era sábado. ¡El pequeño cruce del parque era toda la diferencia! Repito que fue mala suerte.
Hubo un largo momento de silencio.
- ¿Cuánto le largaron? - inquirí al fin.
- Tres años - repuso el inspector.
- No es mucho.
- Años de Marte..., casi seis de los nuestros. Y una multa que, por exacta coincidencia, es exactamente el precio del billete de regreso a la Tierra. Naturalmente, no está en la cárcel... pues en Marte no pueden permitirse tales gastos. Danny tiene que trabajar para vivir, bajo una vigilancia discreta. Les dije que el museo no podía pagar a un vigilante nocturno, ¿verdad? Bien, ahora tiene uno. ¿Adivinan quién?
- ¡Todos los pasajeros dispónganse a subir a bordo dentro de diez minutos! ¡Por favor, recojan sus maletas! - ordenó el altavoz.
Cuando empezamos a avanzar hacia la puerta, me vi impulsado a formular otra pregunta:
- ¿Y la persona que contrató a Danny? Debía respaldarle mucho dinero. ¿Le atraparon?
- Aún no; la persona, o personas, han borrado las huellas completamente, y creo que Danny dijo la verdad al declarar que no podía darnos ninguna pista. Bien, ya no es mi caso. Como dije, regreso al Yard. Pero un policía siempre tiene los ojos bien abiertos... como un experto en arte, ¿eh, señor Maccar? Oh, parece haberse puesto un poco verde en torno a las branquias. Tómese una de sus tabletas contra el mareo espacial.
- No, gracias - repuso el señor Maccar -, estoy muy bien.
Su tono era desabrido; la temperatura social parecía haber descendido por debajo de cero en los últimos minutos. Miré al señor Maccar y al inspector. Y de pronto comprendí que la travesía sería muy interesante.

Sir Arthur Charles Clarke, CBE (16 de diciembre de 1917, Minehead, Inglaterra - 19 de marzo de 2008, Colombo, Sri Lanka) más conocido como Arthur C. Clarke, fue un escritor y científico británico. Autor de obras de divulgación científica y de ciencia ficción, como la novela 2001: Una odisea del espacio, El centinela o Cita con Rama y co-guionista de la película 2001: Una odisea del espacio.Nació en Minehead, Somerset. Ya de pequeño mostró su fascinación por la astronomía, con un telescopio casero dibujó un mapa de la Luna. Terminados sus estudios secundarios en 1936, se trasladó a Londres. Durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió en la Royal Air Force (Real Fuerza Aérea) como especialista en radares, involucrándose en el desarrollo de un sistema de defensa por radar, y ejerciendo como instructor de la naciente especialidad. Concluida la guerra, publica su artículo técnico Extra-terrestrial Relays, en el cual sienta las bases de los satélites artificiales en órbita geoestacionaria (llamada, en su honor, órbita Clarke), una de sus grandes contribuciones a la ciencia del siglo XX. Este trabajo le valdrá numerosos premios, becas y reconocimientos.
En ese período estudia matemáticas y física en el prestigioso King's College de Londres, estudios que finalizó con honores. También ejerció varios años como presidente de la Sociedad Interplanetaria Británica (BIS), hecho que demuestra su gran afición por la astronáutica. En 1957 como parte del comité británico acude a Barcelona para el VIII Congreso Internacional de Astronáutica, momento que coincide con el lanzamiento del Sputnik I por parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Su fama mundial se consolidó con sus intervenciones en la televisión: en la década de los '60, como comentarista de la CBS de las misiones Apolo; y en la década de los '80, merced a un par de series de televisión que realizó.
También son conocidas sus famosas leyes de Clarke, publicadas en su libro de divulgación científica Perfiles del Futuro (1962). La más popular (y citada) de ellas es la llamada «Tercera Ley de Clarke»: Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
En 1953 Clarke conoció y se casó con Marilyn Mayfield, una divorciada de 22 años con un niño pequeño. Se separaron a los seis meses, aunque el divorcio no se formalizó hasta 1964.1 Clarke nunca volvió a casarse pero fue un amigo muy íntimo de Leslie Ekanayake, quien falleció en 1977. ).2 3
Desde 1956 y hasta su fallecimiento vivió en la isla de Sri Lanka, (antigua Ceilán), en parte por su interés por la fotografía y la exploración submarina, en parte debido a su fascinación por la cultura india.
En 1998 el Sunday Mirror, un tabloide londinense sugirió en primera página que el legendario escritor decidió vivir en Sri Lanka por algo más que el sol, las playas, las palmeras y la pesca subacuática. Se acusaba a Sir Arthur de «pagar por tener relaciones sexuales con niños (pederastia) varones». Él negó tales acusaciones y amenazó con emprender acciones judiciales. La polémica coincidió con la visita oficial del Príncipe de Gales a Sri Lanka para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la independencia de la isla. El príncipe Carlos tenía intención de ordenarlo caballero pero, ante la divulgación masiva del escándalo, Clarke optó por posponer la ceremonia hasta que las investigaciones policiales concluyeran.
Las acusaciones del Sunday Mirror fueron finalmente desechadas al no aportar el tabloide ninguna prueba que las respaldara; tras publicar el medio la correspondiente disculpa, Clarke fue nombrado caballero. Se le otorgó el título de caballero de la Orden del Imperio Británico en 1998. Las autoridades de Sri Lanka, después de haber iniciado una investigación, reivindicaron también su buena fama. También en su honor se puso su nombre a un asteroide, 4923 y a una especie de dinosaurio ceratopsiano, el Serendipaceratops arthurcclarkei descubierto en Inverloch (Australia).
Clarke falleció la madrugada del miércoles 19 de marzo de 2008 a las 01:30 hora local (21.00 GMT del martes) en Colombo (capital de Sri Lanka), debido a un paro cardiorrespiratorio.4
Comenzó a escribir ciencia ficción al finalizar la guerra. Su primer cuento publicado fue Partida de Rescate, que apareció en el número de mayo de 1946 de Astounding y que le sirvió como punto de partida de una fructífera carrera. Entre sus primeros relatos destaca El centinela (The Sentinel), que sirvió de base para su novela 2001: Una odisea espacial (1968) y para la película del mismo nombre del director Stanley Kubrick.
Se pueden diferenciar claramente tres etapas en su producción:
 Muchos de sus relatos iniciales giran alrededor de una trama científica, a la que gustaba de adornar con un final sorprendente. Resuelve la mayoría de sus obras con un tono generalmente aséptico, sin florituras ni artificios, dejando que sean las ideas encerradas las que mantengan la atención del lector. Este estilo sólo se rompe para permitir cierto grado de fino humor elaborado.
En cuanto a sus temas, giran en torno a dos ideas fundamentales: optimismo por los beneficios del progreso científico (por lo que destacó en una época de cierto desaliento tras el lanzamiento de las bombas atómicas), y el encuentro con especies y culturas superiores (siempre en un tono muy paternalista). En el cuarteto de las Odiseas llama a la cultura superior «los primogénitos», labradores en el campo de las estrellas, que dejaron su huella en nuestro sistema solar en forma de monolitos, como el que se observa en la cinta de Stanley Kubrick. Como divulgador científico, ha sido siempre comparado por su claridad y amenidad con otro coetáneo: Isaac Asimov.
A la vez que empezó a ser reconocido como autor de ciencia ficción, desarrolló un considerable interés por la exploración submarina en Ceilán (la actual Sri Lanka), y relató sus experiencias en este campo en una serie de libros de los que el primero fue La costa de coral (The Coast of Coral, 1956). En 1980 ganó el premio Hugo de novela por Fuentes del paraíso. Poco después, una enfermedad degenerativa del sistema nervioso lo incapacitó para la escritura. Sin embargo, en 1989 publicó Días increíbles: una autobiografía de ciencia-ficción.
Clarke representa, como Ray Bradbury, una corriente trascendentalista de la ciencia-ficción, en la que se expresa una visible nostalgia de la presencia divina en el cosmos. Otras obras del autor son Odisea tres, Cánticos de la lejana Tierra, 300: odisea final, Cuentos del planeta Tierra, El león de comarre a la caída de la noche y Cita con Rama.
Semblanza biográfica:Wikipedia. biografiasyvidas.com. Texto: El cuento del día. Foto: internet

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