Se supone que no hay muerto malo, pero al parecer, para el único Nobel colombiano no aplica tal premisa
Es
un antipatriota por haberse ido del país, es un indolente sin raíces
que no solucionó todos los problemas de Aracataca y de seguro tenía un
verdugo reprimido que lo hacía tan afín a Fidel Castro. Como
creo en el karma, los chacras y toda esa brujería, me aterra hablar mal
de los muertos y más aún de los muertos que admiro. Me lavo las manos
ante tales acusaciones y en un intento por protegerme de los castigos
del universo, procedo a defender a quién me enseñó que enamorarse y
contraer cólera es igual de infeccioso.
De su exilio en México ya han hablado todos los medios colombianos,
incluso han publicado una y otra vez un texto que él mismo escribió para
El País de España al momento de asilarse en México. En resumen, no
fue culpa de Gabo, fue culpa de Turbay Ayala que relacionaba los
intelectuales con el M-19, los perseguía, judicializaba y torturaba. Quien no quería correr con la suerte de Feliza Bursztyn o Teresita Gómez, debía irse.
Su amistad con Castro es un tema más complicado. Sí, García Márquez fue amigo de Fidel, trabajó para la agencia de noticias Prensa Latina durante su gobierno y ayudó a fundar la escuela de cine San Antonio de los Baños. Sin embargo no hay que perder de vista que Gabo
llega a Cuba durante la revolución, cuando Castro es todavía un
caudillo liderando el derrocamiento de una dictadura, el partido
comunista y todos sus peros, aparecen varios años después. Lo
que atraía a Gabo no era exactamente el dictador, era el caudillo
carismático que aparece reiterativamente en sus novelas, que se
convierte en Aureliano Buendía, en el dictador del Otoño del Patriarca,
en Simón Bolívar o en el coronel que no tiene quién le escriba. Si
García Márquez hubiera estado interesado en la dictadura, la represión y
la burocracia, hubiera apoyado también el régimen soviético que le fue
tan distante, no lo digo yo, lo dice Plinio Apuleyo Mendoza que vivió
con él las épocas de Presa Latina, la revolución y Fidel.
García Márquez cumplió una importante labor como denunciante de la
violencia y el narcotráfico en Colombia, e hizo siempre un llamado a la
paz y a la identidad cultural, que al fin de cuentas, pesa mucho más que
sus supuestas filiaciones políticas. Hugo Boss diseñó los uniformes de
las SS del partido nazi y aún así, el 80% de los hombres huelen a Hugo Red. Entonces, ¿Por
qué ha de importar que un escritor mantenga amistad con un dictador, si
toda la vida repudió las armas y defendió los derechos humanos?
Antes de llegar al drama de Aracataca y el nobel aprovechado que la usó
como recurso creativo y nunca le dio un peso, me voy a permitir dos
ejemplos. Manuel Elkin Patarroyo nació en Ataco, un municipio del
Tolima, pobre y famoso por la explotación infantil en minas ilegales de
oro. Patarroyo, en lugar de hacer la tarea del Bienestar Familiar y
encargarse de la explotación de menores; o la de la Secretaría de
Educación y encargarse de la desescolarización, o incluso, la del
Ministerio de Salud y llenar de recursos el hospital de Ataco para que
atendiera los niños lesionados por el oro, decidió hacer su tarea de
científico e intentar crear una vacuna contra la malaria que evitara 1.2
millones de muertes al año.
Pablo Escobar, construyó más de 50 canchas de fútbol, el barrio Medellín
sin Tugurios y hasta tuvo un silla en el senado por el movimiento
Alternativa Liberal. Escobar fue un narco, y cumpliendo su tarea de
narco lideró el Cartel de Medellín, fue responsable de atentados con
explosivos, magnicidios y cientos de asesinatos. Libró una guerra de
carteles, tumbó un avión y dejó más de 10 mil víctimas. Pero eso sí,
muchos pobres jugaron fútbol gracias a él.
Acusar a Gabriel García Márquez de no haber construido un
acueducto para Aracataca es como acusar a Patarroyo de no acabar con la
explotación infantil en Ataco, o como beatificar a Escobar por regalarle
canchas y barrios a los pobres de Medellín. Simplemente, es
ridículo. Si bien es cierto que todos tenemos la responsabilidad moral
de contribuir a la sociedad y que al tener un talento especial la
responsabilidad es mayor, es evidente que cada quien debe hacerlo desde
su quehacer individual: el administrador público lo hará administrando
obras públicas, el educador lo hará educando, el gobernante lo hará
gobernando y el escritor lo hará escribiendo.
Aunque Gabo sostuvo que “… la literatura positiva, el arte comprometido,
la novela como fusil para tumbar gobiernos, es una especie de
aplanadora de tractor que no levanta una pluma a un centímetro del
suelo”, siempre se valió de la escritura y de su propia voz para cumplir
su cuota con la sociedad. No le faltaron agallas para condenar las armas, denunciar el narcotráfico, la violencia y la corrupción. Tampoco
desaprovechó ocasión alguna para proponer alianzas ecológicas, reformas
a la educación, uniones latinoamericanas o repetir hasta el cansancio
que América Latina es el principal productor mundial de imaginación
creadora, y que es está la materia prima que dará solución a los
millones de problemas que nos aquejan: “La virtud que nos salva es que
no nos dejamos morir de hambre por obra y gracia de la imaginación
creadora, porque hemos sabido ser faquires en la India, maestros de
inglés en Nueva York o camelleros en el Sáhara”. -La patria amada aunque distante, mayo de 2003-
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