Homenaje. A un mes de la muerte del Nobel colombiano, Gabriel García Márquez, Pablo De Santis analiza su impacto en la literatura argentina
Gabriel García Márquez, autor colombiano de Cien años de soledad./revista Ñ. |
El impacto de Cien años de soledad sobre los lectores
argentinos ha sido contundente y prolongado; el de la obra de García
Márquez sobre nuestra literatura fue débil y breve.
Dos rasgos de
la literatura argentina sirvieron de muralla frente al realismo mágico.
El primero: nuestra literatura siempre fue urbana. Los ejemplos de
narraciones ambientadas fuera de las grandes ciudades son excepciones y
desvíos. El segundo es el dominio que la literatura fantástica ha
ejercido sobre nuestra tradición literaria. En el realismo mágico los
prodigios se suceden y nadie se sorprende. Lo sobrenatural no es único,
sino plural.
En la literatura fantástica (como ocurre en los
cuentos de Borges, de Bioy Casares o de Cortázar) hay un mundo real
cuyas reglas son interrumpidas por un hecho imposible (un aleph, ese
punto donde están todos los puntos del universo, un libro de páginas
infinitas, un viaje en el tiempo, un fantasma). Y ese hecho es único, y
se convierte para los personajes en interrogante y obsesión. En el
realismo mágico, los personajes conviven con la maravilla. El lector de
García Márquez conoce la sorpresa; los habitantes de Macondo, no. El
cuento fantástico, en cambio, es terreno del asombro. Por otra parte el
realismo mágico, al presentar una “fantasía de izquierda” (digamos:
“mariposas amarillas más revolución”) chocaba con la tradición
argentina, donde la izquierda defendió siempre el realismo, mientras que
los escritores de literatura fantástica rechazaban el marxismo (aunque
no tanto como al peronismo). Julio Cortázar es la excepción, pero sólo a
primera vista: en los años sesenta su compromiso político creció en la
medida en que disminuyó su amor por lo fantástico.
Ha habido
escritores que en algún momento de su obra se han acercado a García
Márquez, pero son casos singulares y esporádicos. En 1974 Eduardo
Belgrano Rawson publicó No se turbe vuestro corazón , su primera
novela. (Aparecía en la portada la foto de un militar con recios
bigotes: el modelo era Alberto Laiseca). Era una epopeya en la que se
mezclaban la historia y la aventura; y lo que se contaba era menos un
destino individual que la suerte de una región. Ya en su siguiente
libro, El náufrago de las estrellas (1979), Belgrano Rawson se
alejó por completo de esta influencia y encontró una voz absolutamente
personal y un territorio, la Patagonia, al que luego dedicaría otra gran
novela: Fuegia .
Una obra mucho más afín con el mundo de
García Marquez es la de María Granata, en cuyas páginas abundan los
fantasmas y los prodigios. En el pueblo donde transcurre Los viernes de la eternidad se cruzan vivos y muertos. Esta novela ganó el premio Emecé en 1970 y fue llevada al cine por Héctor Olivera en 1981.
Daniel Moyano toma el lado más político del realismo mágico en tres de sus novelas: El trino del diablo (1974), El vuelo del tigre (1981) y Tres golpes de timbal
(1989). Lo fantástico ya se convierte en absurdo, y por ese camino se
llega a la alegoría. La tradición de la literatura fantástica siempre
exigió un héroe individual; Moyano se aleja de este rasgo de lo
fantástico para poner en el centro de la escena a un pueblo entero en
busca de supervivencia. Sus novelas, sin embargo, no llegan a la
excelencia de sus cuentos (como Los mil días , Una partida de tenis o a rtista de variedades
), que son un tesoro escondido de la literatura argentina. En muchos de
ellos Moyano evoca su infancia, los largos años en los que fue enviado
de la casa de un tío a la casa de otro. En algunos relatos estas
familias provisorias aparecen como un refugio; en otros como una
maldición. Siempre está en el centro la figura de un tío o abuelo de
perfil legendario.
La obra de García Márquez ha tenido mayor
efecto en las formas de leer que en las formas de escribir. Ha servido
para que descubramos que puede existir una gran literatura fuera del
ámbito urbano. En la literatura argentina el campo apareció casi siempre
desde la óptica de la ciudad: tanto el narrador de Don Segundo Sombra , de Ricardo Güiraldes, como el de Los galgos, los galgos
, de Sara Gallardo, son hombres de la ciudad, que buscan lejos de su
casa el paraíso perdido. El boom de la literatura latinoamericana
preparó a los lectores para la obra de Héctor Tizón –que evocó en sus
novelas y cuentos el norte argentino– o Haroldo Conti, que llevó su
literatura hacia el Delta en su primera novela, Sudeste .
La obra de García Márquez pesó sobre todo en la última novela de Conti, Mascaró, el cazador americano
(1975), cuyos protagonistas son los integrantes de un circo. Como en
la obra de Moyano, en la de Conti los elementos fantásticos o al menos
insólitos toman el camino de la alegoría política. Tampoco encontramos
aquí un protagonista individual sino que son los artistas de un circo,
ese pueblo errante, el héroe colectivo de la historia.
En una reciente columna en The New York Times en la cual
reconoce su profunda deuda con Gabriel García Márquez, Salman Rushdie
escribe: “El problema con el término ‘realismo mágico’ es que cuando las
personas lo dicen o lo escuchan, solamente están escuchando o diciendo
mitad de la frase: ‘mágico’ sin prestar atención a ‘realismo’. Si el
realismo mágico sólo fuera mágico no sería importante. Sería una
escritura caprichosa donde cualquier cosa puede pasar porque no tiene
efecto. Es porque tiene raíces en lo real, porque crece de lo real y lo
ilumina de maneras bellas e inesperadas, que funciona”.
Lo que
encontró Rushdie en Macondo es un reflejo de su realidad cotidiana en
India y Pakistán. “Su mundo era el mío, traducido al castellano”,
escribe Rushdie; su gran novela de 1980 –“Hijos de la medianoche”–
abraza los métodos de García Márquez abiertamente: eventos fantásticos
(todos los niños nacidos precisamente a la medianoche del 15 de agosto
de 1947 –la fecha de independencia de la India– tienen poderes
telepáticos entre ellos) sirven como base de una narrativa histórica que
reflexiona sobre las profundas realidades de su país. Rushdie seguiría
utilizando el realismo mágico en todas sus novelas, incluyendo “Los
versos satánicos”, la cual le valió una condena de muerte, por
blasfemia, del Ayatollah Khomeini. Hoy Rushdie reconoce a Gabo como “el
más grandioso de todos nosotros” pero en 1989 intentaba, como el apóstol
Pedro, negar a su maestro. En una entrevista en BOMB Magazine dijo
entonces: “No veo muchas similitudes entre mi obra y la de García
Márquez. Cuando escribí mi primera novela, ni siquiera lo había leído...
Yo me considero un escritor urbano”.
Los años, sin embargo, parecen haberle apaciguado la angustia de las influencias y hoy puede decir las cosas como son.
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