El vacío abierto por la muerte del líder colombiano hizo necesario que el negocio se modernizara incorporando los cambios sociales y económicos y liberándose de prejuicios tradicionales, como los que había contra las mujeres y los homosexuales
El tristemente célebre Pablo Emilio Escobar Gaviria, alias El Patrón. Líder del otrora Cartel de Medellín./adncultura.com |
Si algo ha demostrado el capitalismo es que las
revoluciones y las tragedias no han sido nunca capaces de derribarlo. Lo
han arañado, pero su espíritu no se ha debilitado. El vacío abierto por
(la muerte) de Pablo Escobar Gaviria es el anuncio del segundo paso
evolutivo en la historia del narcotráfico colombiano. Es necesario
adaptarse a los cambios, incorporar las mutaciones sociales y
económicas, liberarse de la tradición y cruzar el umbral de la
modernidad. La nueva especie ya está lista, ya ha proliferado
colonizando zonas cada vez más extensas, ya ha aprovechado el hecho de
no haber tenido que desangrarse demasiado en la lucha por el mando y de
haberse encontrado con el respaldo de potentes aliados naturales. Ahora
no tiene más que quedarse con todo. Hasta las más insignificantes
desviaciones inciden en el futuro. Pablo era un macho, símbolo de una
sexualidad llamativa y nunca domada. Se quebranta incluso ese
estereotipo dominante, gracias a uno de los capos del nuevo cártel
hegemónico de Cali, Hélmer Herrera, conocido como Pacho. Homosexual
declarado, Pacho no habría logrado avanzar ni un metro bajo la férula de
Pablo. Pero para los hermanos Rodríguez Orejuela, que han fundado el
cártel, los negocios son los negocios y si un homosexual es capaz de
abrir camino a México y de instalar algunas células de distribución
directamente en Nueva York, entonces poco importa con quién se lo haga.
También a las mujeres se las acepta. Las mujeres saben y pueden hacer de
todo, desde el blanqueo de dinero negro hasta las negociaciones más
importantes, y la palabra ambición ya no está prohibida. Desaparecen
incluso las viejas sentencias de Medellín y a las mujeres ya no se las
describe como capaces únicamente de gastar dinero y arruinar los
negocios.
Otra diferencia: algunos de los socios de Pablo eran
casi analfabetos, no sabían siquiera quién era el más grande escritor
colombiano viviente, Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura.
Se sentían orgullosos de ser un poder nacido del pueblo, que tenía que
identificarse con ellos. Los cabecillas de Cali recitan versos de poetas
colombianos del siglo XX y saben dar su justo valor a un máster en
administración de empresas. Los nuevos narcos son capitalistas como los
viejos narcos de Pablo, pero se han refinado. Se identifican con la
élite del Nuevo Mundo, les gusta compararse con los Kennedy, que
sentaron las bases de su ascenso con la importación de whisky en el
sediento país de la era prohibicionista. Se las dan de honestos hombres
de negocios, visten con elegancia, saben moverse en los ambientes de
clase alta y circulan libremente por las ciudades. Se acabaron los
búnkeres y las casas de superlujo escondidas quién sabe dónde. A los
nuevos narcos les gusta la luz del sol porque es ahí donde se hacen los
negocios.
También cambia el modo de traficar, que debe garantizar
la seguridad de los envíos, a través de empresas falsas, y la
explotación de los canales legales donde es fácil infiltrar la mercancía
ilegal. Y luego los bancos. Primero el Banco de los Trabajadores, luego
el First Interamericas Bank de Panamá, prestigiosas y estimadas
entidades de crédito que los nuevos narcos utilizan para blanquear el
dinero procedente de Estados Unidos. Cuanto más espacio conquistado en
la economía legal, más espacio de maniobra para ampliar el negocio de la
coca. Empresas de construcción, industrias, sociedades de inversión,
emisoras de radio, equipos de fútbol, concesionarios de automóviles,
centros comerciales. El símbolo de la nueva mentalidad es una moderna
cadena de drugstores a la norteamericana, farmacia y droguería a la vez,
que lleva el programático nombre de Drogas la Rebaja.
La
estructura piramidal de Pablo ha quedado superada, es un renqueante
simulacro, un dinosaurio extinguido. Ahora las narcoempresas fijan
"objetivos de producción", auténticos planes plurianuales. En el cártel
de Cali cada cual tiene su propia tarea, y un único y simple objetivo:
hacer dinero. Como en una multinacional monolítica por fuera y flexible
por dentro, el cártel de Cali está dividido en cinco áreas, porque cinco
son sus áreas estratégicas: política, seguridad, finanzas, asistencia
legal y, obviamente, narcotráfico.
La violencia y el terror no se
han abandonado, la consigna sigue siendo "plata o plomo", pero mientras
la primera puede correr sin límites, el segundo conviene medirlo mejor,
emplearlo con más profesionalidad y raciocinio. Antes los ejércitos de
sicarios estaban integrados por jóvenes arrancados de la pobreza, ahora
son antiguos miembros y miembros corruptos de las fuerzas armadas;
mercenarios a sueldo y bien adiestrados. La política se convierte en uno
de los numerosos sectores de la sociedad a financiar, de modo que el
dinero inyectado en su maquinaria funcione como anestésico y el Congreso
resulte paralizado e incapaz de constituir amenaza alguna, y al mismo
tiempo se condicione su labor. Se ha roto incluso el último y débil
vínculo que unía a los narcotraficantes con su tierra. Para hacer
negocios es necesaria la paz en el territorio, una paz ficticia y de
cartón piedra que de vez en cuando necesita una sacudida, una
advertencia para hacer entender a los colombianos que quien manda,
aunque no se lo vea, siempre está presente.
[.]
El
narcoestado se expande e hincha los músculos, no mata a un candidato a
presidente malquisto, sino que prefiere comprar los votos para hacer
elegir a uno que le sea grato, contagia a cada rincón del país y como
una célula tumoral lo altera a su imagen y semejanza, en un proceso
infeccioso para el que no se conocen curas. La evolución, en cambio,
exige sus propias víctimas. Cali se ha inflado en exceso, ahora ya se
han percatado todos de ello, Estados Unidos y la magistratura no
comprada. Pero su caída corresponde casi a una ley física: cuando ya no
se puede crecer, hace falta muy poco para estallar o implosionar, y
México, el pariente norteamericano, está ganando espacio de acción. El
narcoestado presidido por el cártel empieza a vacilar y a perder piezas.
It's evolution, baby. Un nuevo vacío.
El fin del cártel de Cali
es la última revolución propiamente dicha del capitalismo de los narcos
colombianos. Con ella se derrumba el sistema de la estructura
mastodóntica y su omnipresencia, quizá el único elemento, junto con la
violencia endémica, que vinculaba la edad de oro de Cali a la época de
Pablo.
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