El Instituto, menguado su presupuesto, afianza su estrategia de alianzas con los países de habla hispana para expandirse, sobre todo, en Estados Unidos
El director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha. / Gorka Lejarcegi./elpais.com |
Puede parecer contranatura. Y existen corrientes, dentro sobre todo de la diplomacia, que se oponen, pero la iberoamericanización del Instituto Cervantes ha dejado de ser un empeño teórico de su actual director, Víctor García de la Concha,
para pasar a convertirse ya en un hecho. Cuestión de alianzas. En vez
de ir por libre en esa conquista de los espacios del español, “y evitar
la dispersión”, en sus propias palabras, el antiguo responsable
de la Real Academia (RAE) pensó que era mejor, más práctico y, sobre
todo, más natural, aliarse con los países que comparten la lengua y así,
expandirse sin cortapisas. A la primera colaboración con la Universidad
Nacional Autónoma de México, “que está siendo ejemplar”, según De la
Concha, se ha unido el Gobierno de Peña Nieto, además de Colombia, Chile
y Perú.
El director avisó nada más entrar. Forjar vínculos con América Latina —incluido Brasil— iba a constituir un eje de su gestión
El director avisó nada más entrar. Su deseo de forjar los vínculos
con América Latina —incluido Brasil— iba a constituir uno de los ejes de
su gestión al frente del Cervantes. Tradicionalmente, en la institución
creada hace 20 años bajo el amparo ante todo del ministerio de Asuntos
Exteriores, muchos han creído que esa tarea debía realizarse en
solitario, con la idea de que el español era cosa exclusivamente de
españoles.
Pero, García de la Concha, después de haber virado radicalmente la
historia de la responsabilidad del idioma común instituyendo el consenso
con el resto de academias hispanas mientras lideró la RAE, se ha
empeñado en aplicar la misma estrategia en el Cervantes. “Sigo en esto
las directrices del presidente del Gobierno”, afirma. El apoyo de
Mariano Rajoy a dicho viraje quedó de manifiesto en el discurso ante el
patronato hace dos años: “El futuro de nuestra lengua y cultura, que
late con fuerza en España, depende, en buena parte del desarrollo y
progreso de las sociedades de América Latina, con quienes necesitaríamos
alcanzar una mayor coordinación y concertación. Sólo con el
protagonismo y liderazgo del conjunto de la comunidad iberoamericana se
podrá hacer del español una herramienta global”.
Son palabras que sirven de base a la estrategia de la actual
dirección, contestada por algunos en el ministerio de Asuntos
Exteriores. Pero ha sido una acción urgente. Movida también por la
necesidad de forjar salidas a la merma del presupuesto que truncaba la
expansión del instituto.
Hay que tener en cuenta que pese a los discursos de dirigentes de uno
y otro signo, la realidad expansiva de la política lingüística es algo
que no ha llegado a convertirse en una prioridad. Con remitirnos a las
cifras basta: la aportación del estado al IC pasó de los 90,3 millones
en 2009 a 50,4 en 2014, un 44% menos, cuando crece la demanda en todo el
mundo en progresión geométrica.
Había acabado, entre otras cosas, la época dorada de las inauguraciones cuyo punto álgido tuvo lugar en los años de César Antonio Molina.
De la Concha tan sólo ha inaugurado un centro a lo largo de su gestión:
Cracovia, en junio de 2012. El último que ha pasado a englobar la suma
de 87 presentes en 43 países.
Con los fondos reducidos casi a la mitad, se imponían alianzas. Primero fue la establecida con la Universidad de Harvard,
donde ya ha comenzado la tarea del Observatorio del Español para
satisfacción de las 24 asociaciones latinas con capacidad de presión
dentro de aquella institución radicada en Boston. Luego vino el pacto
con la UNAM, que se cerró con un Centro de Estudios Mexicanos abierto en
la sede madrileña del Cervantes y tres acuerdos más: uno referente a la
formación de profesores; otro, con la creación de un certificado online
conjunto y, por último, la asociación conjunta con los centros del
propio Instituto para enseñar español en todo el mundo, pero
principalmente en Estados Unidos.
A esa alianza, ambiciosa y deseada por ambas partes con el empeño de
De la Concha y el rector de la UNAM, José Narro, quiso unirse después el
Gobierno mexicano.
Ha sido mediante la Secretaría de Relaciones Exteriores, que a través
también del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) ha
puesto a disposición sus consulados y, atención, 300 puntos comunitarios
distribuidos a lo largo de EE UU con fuerte presencia mexicana para que
allí se enseñe español.
Colombia también quiso entrar en el juego. El Gobierno de Juan Manuel
Santos ha diseñado un programa de turismo lingüístico basado en la idea
—muy reconocida— de que en el país que preside se cultiva el español
más puro. En ese sentido, el Instituto Caro y Cuervo, dependiente del Ministerio de Cultura, se ha embarcado junto al Cervantes en la misma
iniciativa. Lo mismo que se han emprendido ya conversaciones con el
Gobierno chileno y con Perú, a través del Instituto Inca Garcilaso.
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