El actor Kenneth Branagh interpreta a Kurt Wallander en una serie para la BBC.foto.fuente:qliteratura.com"Con el asesinato de Odolf Palme, Suecia perdió su virginidad" afirma Camilla Lackberg
Dicen que los suecos son de salir poco de casa. Las extremas temperaturas invernales invitan a encerrarse entre las cuatro paredes de los cálidos hogares escandinavos. No es raro, por lo tanto, que las mayores alegrías ocurran frente a la calidez de una chimenea, en espacios íntimos y acogedores. Por esa regla de tres, ¿por qué los asesinos iban a seguir un patrón diferente? También se rumorea que los suecos son de leer mucho. De nuevo, el clima les obliga a quedarse en casa, preferiblemente con una novela negra entre las manos. Y de leer una historia policíaca a protagonizarla, solo hay un paso.
En este reportaje intentaremos dar respuesta a algunos de los interrogantes que circulan alrededor del oscuro imaginario sueco ¿Por qué en el país por excelencia del Estado del Bienestar se mata más y mejor? ¿Qué nexos de unión hay entre sus escritores? ¿De qué manera reflejan éstos la realidad social?
Tradición, núcleos rurales, religión, sexo y violencia cotidiana se ven las caras en el que ya es uno de los fenómenos literarios del siglo XXI.
Los inicios del fenómeno sueco
Es común que entre los libros de ficción más vendidos se cuele de manera reiterada algún autor sueco. Es más, lo normal es que sea un autor acompañado de una novela repleta de cadáveres, donde la sangre y las autopsias sean la tónica habitual. Y es que el crimen sueco está de moda en nuestro país, y lo que al principio era una tendencia ahora se ha convertido en un hecho indiscutible. Y si no que se lo digan a los millones de lectores del malogrado Stieg Larsson, a los fidelísimos de Henning Mankell o a los entusiastas de la nueva ola de escritoras suecas como Åssa Larsson o Camilla Lackberg.
Hubo un tiempo en que la novela negra no era conocida más allá de sus fronteras, pero ello no significa que no pasaran cosas interesantes. Los pioneros son, como todos, claros deudores del universo anglosajón. Sin embargo, y como en toda operación de relevo generacional, es necesario matar al padre para encontrar la propia personalidad. En este sentido, es interesante comprobar cómo el género policíaco escandinavo se reinventa, guardando la estructura primigenia de la investigación policial, pero haciendo profundas concesiones a su propia realidad social.
Cierto es que no fueron los primeros, pues nombres como Stieg Trenten, Sune Lundquist o Hans Krister Rönblom resuenan como pilares esenciales de la 'primitiva' novela negra. Pero si hay una pareja que marca una ruptura en el tiempo y logra crear escuela, esos son el matrimonio formado por Maj Sjöwall y Per Wahlöo, que publicarían con éxito una decena de libros entre 1965 y 1975, hasta la muerte de Wahlöo. El primero de ellos, Roseanna (1965) narra la investigación literaria del detective fetiche de la pareja, Martin Beck, enfrascado en la difícil tarea de encontrar al asesino de una muchacha que es encontrada muerta en un río.
A partir de ese momento, y en plena modernidad, los autores suecos beberán de manera directa de las bases introducidas por la pareja. La primera de ellas, un cuidado extremo hacia la psicología de los personajes, que evolucionan delante del lector en los sucesivos libros. La segunda, recogida por Pierre Grimaud en su monográfico sobre Henning Mankell, es el hecho inédito de tratar al criminal como la pobre víctima de una sociedad enferma: "La sociedad es el verdadero criminal. Es por culpa de ella que la gente mata, pero la sociedad nunca es condenada, no la arrestan y por tanto, no la pueden culpar". Es con Sjöwall y Wahlöo cuando se hacen evidentes las grandes carencias de la política, las autoridades y la policía sueca, incapaz de remediar un problema estructural.
Entre los escritores que recogieron el testigo de Sjöwall y Wahlöo destaca por encima de todos Henning Mankell, creador del detective Kurt Wallander, que aparecerá por primera vez en Asesinos sin rostro (1975), un personaje emocionalmente aislado, de higiene dudosa y vida familiar en continua crisis. Divorciado y enfrentado a su hija, la figura de Wallander resulta extremadamente común a los ojos del lector.
Poco a poco, y con el paso del tiempo, la política convive con reivindicaciones sociales de distinto calado, como son el fanatismo religioso, los abusos sexuales, la inmigración, los problemas de la vida rural, la inseguridad ciudadana, los malos tratos o el aborto. En definitiva, todo un decálogo de perversiones fuertemente arraigadas en el imaginario de escritores contemporáneos. Y es que, en las novelas, el crimen forma parte intrínseca de la vida cotidiana al asumir la literatura parte de las carencias sociales que impregnan la vida de los suecos.
Cómo entender el crimen cotidiano
Los padres del noir moderno, Raymond Chandler y Dashiel Hammett, crearon unos ambientes decadentes y urbanos donde emplazar a detectives como Sam Spade o Phillip Marlowe que servirían de escuela a muchos autores posteriores. El detective es, en estos casos, una suerte de antihéroe inmerso en un sistema corrupto donde las líneas divisorias entre el bien y del mal se diluyen, haciendo gala él mismo de una moral un tanto dudosa. Al tiempo, el deterioro ético de los personajes es evidente y la violencia, explícita, es ejercida casi siempre desde grupos organizados o mafias.
Este laberinto urbano, típicamente anglosajón y prácticamente cercano al infierno, da paso a una reinterpretación muy distinta: la de los encantadores parajes de la novela sueca y sus apacibles habitantes. No sería acertado, sin embargo, dejarse engañar por la amabilidad de sus gentes y la belleza de su naturaleza. Que el turista ocasional se ande con ojo, pues los suecos son igual o más perversos que nadie. Solo que el crimen se conduce por escenarios diferentes y recurre a fórmulas que les son propias.
En primer lugar, la novela negra sueca es claramente una novela de personajes. Éstos se enmarcan en historias bien fundamentadas donde el crimen es el núcleo central pero no siempre lo más relevante. Los investigadores suelen ser gente corriente y los policías o detectives, en el caso de serlo, nunca responden a un modelo especialmente heroico. Por tónica general, estamos ante gente con carencias y defectos que, al fin y al cabo, hacen lo que debe hacer todo buen ciudadano ante la idea de un crimen injusto. El escritor Lorenzo Silva lo explica de manera elocuente: "En Europa los protagonistas son funcionarios públicos, defensores del sistema a la vez que víctimas de él, impotentes ante la injusticia, incapaces de enfrentarse a un jefe imbécil porque saben que no pueden saltarse las normas". Gente sencilla de problemas comunes para los que, a la fuerza y con resignación, el cadáver se convierte en un hecho cotidiano.
Otro de los fuertes de la novela sueca es su acertado retrato de la pequeña comunidad rural. Con sus alegrías y, sobre todo, con sus miserias. Causalidad o no, lo cierto es que son muchos los escritores que regresan a su hogar de la infancia para cometer un crimen literario. Pese a lo perverso de la propuesta, autores como Camilla Lackberg, Assa Larsson o Johan Theorin han recurrido a escenarios conocidos para desarrollar historias que se acercan más a una pesadilla infantil que a un idílico reencuentro con parajes conocidos.
Theorin, Larsson y Lackberg: especialistas en crímenes cotidianos.
Theorin echa mano del imaginario infantil, repleto de leyendas locales y amenazas invisibles, para dibujar la ambivalencia de la pequeña comunidad cerrada, elemento reincidente en la novela sueca. De este modo, regresa a la isla de Öland en el llamado 'cuarteto de Öland' del que ya podemos leer en nuestro país La hora de las sombras y La tormenta de nieve. Algo parecido ocurre con la claustrofóbica Kiruna que retrata Assa Larsson en Aurora Boreal, Sangre derramada y la reciente La senda oscura. Su alter-ego, la abogada Rebecca Martinsson, tendrá que lidiar con un sentimiento intenso de amor-odio hacia el lugar donde creció. Y es que, de nuevo, se trata de una vuelta a la infancia y a los recuerdos encontrados que ello conlleva: "No tenía sentimiento de pertenencia a ese mundo tan materialista (el de la ciudad), así que comparto la sensación que tiene la protagonista al llegar a su hogar" afirma la autora, para luego describir, no sin ironía, el particular carácter de las gentes del pueblo: "introvertidos, de modales rudos y personas que beben mucho". En el caso de Larsson, el fanatismo religioso es el centro y motor de sus novelas, como ya lo fue para Mankell en Antes del hielo.
Sin embargo, puede que el caso más conocido para el público español sea el de Camilla Lackberg, que ha convertido la pequeña localidad costera de Fjällbacka en el epicentro del crimen contemporáneo gracias a La princesa de hielo. «En una ciudad (matar) es más fácil, pero en los pueblos la gente ha de mantener las apariencias para mantener su privacidad, algo que intento mostrar en mis libros», explica Läckberg. De nuevo, la vuelta al nido familiar por parte de Erica Berg tras la muerte prematura de sus padres, supone el desencadenante de una serie de crímenes que acabarán por desvelar la hipocresía y el dolor que subyace en las pequeñas comunidades.
Pese a que Suecia es uno de los países con más ateos por metro cuadrado de Europa, es imposible sustraerse a un cierto tono moralizante cuando se trata de su producción literaria. La dicotomía entre el bien y el mal se encuentra profundamente arraigada, y sus protagonistas son una especie de justicieros de la cotidianeidad. Puede que cínicos o inexpertos, pero con un virtuosismo moral y una responsabilidad social totalmente asimilada. Como ejemplo más explícito, no podemos dejar de recordar al periodista justiciero creado por Stieg Larsson para su trilogía Millenium, Mikael Blomkvist.
Henning Mankell se refirió a Suecia como "el mejor país del mundo para la gente corriente". Pero la gente corriente también es capaz de lo peor, por lo menos en la mente de los escritores. Y es que, se quiera o no, el mal, leído en clave sueca, no viene de lejos ni es un elemento extranjero. Al contrario: anida en el corazón de las pequeñas comunidades. El crimen aguarda en los cobertizos, en los sótanos, se manifiesta en los lagos y en los bosques. Es un mal que nace en un núcleo humano claustrofóbico y que se guarda tras las paredes de apacibles casitas de madera. El mal permanece oculto pero resulta totalmente familiar. «Quizás influya la falta de luz que vivimos en mi país. Sí que somos un poco depresivos, de hecho hay muchísimos escritores de novela negra en Suecia », comenta Camilla Lackberg.
Si, como dice el escocés Peter May, la novela negra "es una exploración del alma humana" no es menos cierto que el alma sueca debe tener alguna que otra particularidad.
Suecia pierde la inocencia: el caso Odolf Palme
El volumen final de la serie de Maj Sjöwall y Per Wahlöö, Los terroristas (1975), describe el asesinato ficticio del primer ministro sueco. Esta radiografía sin concesiones de la corrupción política no hubiese tenido mayor relevancia si no fuese por un hecho excepcional que marcaría para siempre la producción literaria en Suecia. Si cada nación cuenta con sus propios traumas, los suecos no iban a ser menos.
En 1986 el primer ministro Odolf Palme fue asesinado cuando se encontraba paseando con su mujer por las calles de Estocolmo, después de haber ido al cine. Aún hoy, se desconoce al autor (o autores) de este atentado. Si el imaginario popular de los Estados Unidos quedó marcado para siempre por la muerte en directo de John F. Kennedy, dando lugar a toda una serie de teorías conspiratorias que han modificado el imaginario popular y marcado la producción literaria y cinematográfica, algo parecido ocurrió con la Suecia de finales de los ochenta. Puede que la búsqueda incansable de la justicia de la que hablábamos antes tenga sus raíces en este profundo varapalo nacional.
Nada de parajes idílicos en esta escena de Millenium 2.
Odolf Palme significó la época dorada del periodo socialdemócrata: militó en contra de la guerra de Vietnam, de las armas nucleares y del apartheid en Sudáfrica, además de otras causas importantes. Sobre su figura reposa la imagen soñada del político idealista, pacifista y solidario. El sueño de perfección de una Suecia aún ingenua que se vio truncado de repente. "Nosotros mismos pecamos de que éramos superiores a los demás, que teníamos un sentido ético y moral superior al resto de los países. Tras lo de Palme vimos que no era así", señala Arne Dahl en un artículo publicado en Público. Camilla Lackberg reconoce igualmente el legado de este atentado: "Con este asesinato, Suecia perdió su virginidad. Nos sentíamos tan seguros que pensábamos que no nos ocurriría nada. Lo peor es que nunca se encontró al asesino". Años después, en 2003, la ministra de exteriores Anna Lindh fue igualmente asesinada en unos grandes almacenes. Un desconocido la acuchilló hasta la muerte. Definitivamente, nadie estaba a salvo en Suecia.
A partir de ese momento, la paranoia y la insatisfacción van a ser elementos de primer orden en la novela sueca. El caso más extremo quizás sea el de Stieg Larsson, que reinventa el género negro y lo aleja del realismo. Pese a unos comienzos de corte intimista en Los hombres que no amaban a las mujeres, donde el periodista Blomkvist busca el rastro de la desaparecida Harriet Vanger en la isla de Hedeb (asumiendo gran parte de las convenciones de las que hablábamos antes) la trilogía se convierte en una especie de serial in crescendo donde la conspiración y el complot a nivel internacional van a ser los grandes ejes del relato. Thriller puro y duro, con unos aires de modernidad que pasan por las comunicación global y los milagros de Internet. Pese a todo, como uno de los capítulos más vergonzosos de la historia reciente sueca, Odolf Palme sigue presente.
Para el escritor Lorenzo Silva, Larsson entroncaría claramente con esa tradición posterior al trauma 'Odolf Palme' afirmando que el autor evidencia "una forma de escribir que contiene discurso social y moral en una época de descreídos y de cínicos», ya que Larsson y sus coetáneos "recogen unas sensibilidades sociales, la corrupción política y económica, la violencia contra las mujeres, toda una serie de cosas que demuestran que el paraíso no lo es tanto". Si el Estado del Bienestar ya basculaba hacia una crisis segura antes del asesinato de Palme, a partir de ahora la caída en picado va a ser más rápida que nunca.
El thriller contra las miserias del Estado del Bienestar
Como ya hemos comentado con anterioridad, es imposible desligar el delito de la realidad social, y ello da como resultado que, junto a los dramas rurales, haya surgido en Suecia una corriente del género cercana al thriller norteamericano y emplazada principalmente en Estocolmo. Hablamos del archiconocido caso de Stieg Larsson, pero también de Leif GW Persson o Jean Lapidus. Si hay una manera de conocer de qué pie cojea una sociedad concreta, esa es atendiendo a sus crímenes. En el thriller sueco, de lo que se trata es de poder canalizar las ansias de justicia social, al tiempo que se transmite una cierta ideología política cercana a la idealización de la socialdemocracia.
Tres generaciones de detectives: Martin Beck, Kurt Wallander y Mikael Blomkvist.
"Nuestras novelas eran más políticas que policiales", afirma la propia Maj Sjöwall. "En los 70 había en Suecia grupos comunistas, maoístas, trotskistas, leninistas y de todo tipo de tendencias de extrema izquierda. Era una forma de rechazar una socialdemocracia que se había vuelto conservadora y que había renunciado a sus principios. (…) era la época de la guerra de Vietnam. La sociedad sueca era extremadamente conservadora y egoísta a pesar de su apariencia". La idea del envidiado Estado del Bienestar se rompe de lleno con para dar paso a una denuncia activa de las autoridades militares, religiosas, jurídicas y policiales.
Si nos fijamos en los detectives Martin Beck, Kurt Wallander o Mikael Bolmkvist coincidiremos en el hecho de que los tres carecen de ideas políticas explícitas, pero comparten esa desazón crítica tan característica de quien sabe que el sistema se encuentra podrido hasta el fondo. Parece que, pese a ser un ejemplo para el resto de Europa, el trauma sueco tiene unas raíces mucho más profundas de lo que en un principio se presupone. "Fueron invadidos por Alemania en la Segunda Guerra Mundial – explica Lorenzo Silva – y fueron colaboracionistas. El que se declaró neutral lo fue a dos barajas, colaborando. Y eso crea un sentimiento de culpa mal resuelto». Sin ir más lejos, el detective Wallander se enfrentará al pasado pseudo nazi de su país en El profesor de baile, mientras que Blomkvist hará lo propio en Los hombres que no amaban a las mujeres. De igual modo, el colaboracionismo sueco con el KGB y las mafias rusas es el motor principal de las conspiraciones en La reina en el palacio de las corrientes de agua.
El caso de Jean Lapidus es diferente, pues hablamos de novelas donde la impronta anglosajona es evidente. Sin embargo, la crítica a las estructuras de poder en Dinero fácil sigue estando presente. Evidentemente influenciado por el pulp estadounidense (de Quentin Tarantino a Guy Richie, en sus formas más recientes), este abogado penalista ha sido la última revelación literaria en su país, acercándonos al relato cínico y sin concesiones de los bajos fondos de Estocolmo (sí, parece que existen). Traficantes de drogas, matones y vividores… y no, no hablamos de las calles de Boston de Dennis Lehane (Mystic River) ni de la conflictiva Baltimore de David Simon (Homicidio). Seguimos en la apacible Suecia.
La vertiente intimista, centrada en el crimen cotidiano, parece chocar de frente con los modos y maneras de unos escritores más cercanos al thriller. Sin embargo, en la base subyace la moral antes que la militancia y, sobre todo, la reflexión sobre la naturaleza misma del mal. Y es que el crimen puede sobrevenir en cualquier momento sin que podamos hacer nada al respecto. Nos creemos seguros, pero cualquiera puede matar… de la misma manera que cualquiera puede ser asesinado.
Lo cierto es que siempre ha habido prolijas maestras del género negro, sobre todo en el mundo anglosajón, empezando por esa gran dama que fue Agatha Christie y siguiendo con Patricia Highsmith, P.D. James, Ruth Rendell y más recientemente Sue Grafton, Fred Vargas o Donna Leon. En el caso de las suecas, la irrupción no se ha hecho esperar y ellas acaparan casi todas las listas de los best-sellers. Hablamos de Camilla Lackberg o Assa Larsson, reinas indiscutibles del crimen cotidiano. Pero ¿realmente son 'diferentes' las novelas de intriga escritas por mujeres que las escritas por hombres? ¿En qué se diferencian? Dejemos que sean ellas quienes lo expliquen.
Lackberg lo tiene claro: "Los hombres escriben sobre lo que ellos quisieran ser, por eso son héroes solitarios, duros, valientes… Mientras que las escritoras escribimos sobre quiénes somos y sobre nuestra vida cotidiana, teniendo una sensibilidad especial para describir los detalles", aclara. Sobre el aluvión de mujeres escandinavas al género, Sjowall explica que esta llegada masiva de escritoras se debe a una cuestión puramente comercial porque "de repente se han dado cuenta de que pueden ganar mucho dinero, sobre todo en Alemania". La vida cotidiana ha ganado un peso notable en la novela negra sueca, eso es cierto. Problemas familiares, de pareja o temas sociales como el aborto se entremezclan con los asesinatos. Pero esto no es un fenómeno exclusivamente femenino, pues autores como Johan Theorin han incluido esta misma fórmula.
No solamente hay más escritoras suecas, sino mujeres protagonistas. "El protagonista masculino en las novelas negras siempre ha podido ser malo e inspirar miedo, sin que esto se tenga que justificar, y en el caso de la mujer, en cambio, no pasa lo mismo", indicó Assa Larssón, matizando que "esto está cambiando", porque cada vez hay más libertad a la hora de escribir y poder hablar de una mujer violenta, o que inspire amor o admiración al mismo tiempo. No olvidemos a la amazona moderna por excelencia, la archiconocida Lisbeth Salander. Creada, esta vez, por la imaginación (masculina) de Stieg Larsson.
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