EL CUARTEL DE BALLAJA fue la sede del Festival. Su directora, Mayra Santos Febres, compartió una mesa con Turbau , Pedrosa y Niembro. foto.fuente:Revista ÑBajo la consigna "Sueños y delirios de la identidad", casi un centenar de escritores participaron en Puerto Rico de un encuentro que puso a la narrativa en su no lugar, el II Festival de la Palabra
Cuál es el lugar de la literatura? ¿Es la lengua en que se escribe, el horizonte que se narra, la identidad globalizada, los trazos que dibujan un planisferio virtual? Mientras los límites se confunden y las fronteras se desdibujan, casi un centenar de escritores provenientes de América latina, Estados Unidos, Europa y otros llegados de narrativas más exóticas –al menos para nosotros– como el Líbano, Angola o Guinea Ecuatorial, se reunieron entre el 4 y el 8 de mayo en San Juan de Puerto Rico en el marco del II Festival de la Palabra y bajo la consigna "Sueños y delirios de la identidad".
De eso se trató: de entender desde qué lugar se escribe y para quiénes, a través de la voz de estos autores aterrizados desde geografías diferentes que asomaron sus palabras en un mismo punto en el mapa. Y sí, justo en Puerto Rico, donde la cuestión de la identidad calienta tanto como el sol del Caribe a mediodía: cuando en 1998 se hizo el último plesbicito para saber si sus ciudadanos querían ser a) un Estado Libre Asociado de los Estados Unidos (situación actual), b) Estadidad (incorporación como un Estado más de la Unión), c) Independencia o d) Ninguna de las anteriores, esta última variante tuvo más del 50% de los votos.
No ser de aquí ni ser de allá, ésa es la cuestión. Curiosamente, muchos de los escritores invitados al Festival no residen en su país de origen. De los Estados Unidos llegaron el dominicano Junot Díaz, los bolivianos Edmundo Paz Soldán y Giovanna Rivero, los guatemaltecos Eduardo Halfon y David Unger; de España el argentino Andrés Neuman, el chileno Carlos Franz, los cubanos Rolando Menéndez y Abilio Estévez, los peruanos Santiago Roncagliolo y Fernando Iwasaki y la uruguaya Carmen Posadas; de Francia el venezolano Gustavo Guerrero; de Portugal la cubana Karla Suárez... Otros, como el colombiano Santiago Gamboa o el mexicano Jorge Volpi, sellan su pasaporte según dónde los lleve la diplomacia. De los 45 autores locales, encabezados por la directora ejecutiva del Festival, Mayra Santos-Febres, la mayoría permanece arraigada en esta isla donde se escribe en español aunque el inglés sea el idioma oficial.
"Los humanos somos islas que formamos archipiélagos cuando nos comunicamos", decía la española Ana María Matute, una de las invitadas de lujo junto con el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal (ver recuadro). Ese archipiélago quedó esbozado en 30 mesas redondas, diálogos y debates matizados, al mejor estilo boricua, con recreos de rumba, playa y ron, en desorden de aparición. Esa misma informalidad es la que permitió que se conocieran, con la excusa de una foto, los dos escritores con raíces latinas que ganaron el Premio Pulitzer de Novela: Oscar Hijuelos, hijo de inmigrantes cubanos que lo recibió en 1990 con Los Reyes del Mambo Tocan Canciones de Amor , y el dominicano criado en Nueva Jersey Junot Díaz, que lo obtuvo en 2008 con La maravillosa vida breve de Óscar Wao . Si de identidades nómades se trata, Díaz confesó que hasta la sufre en su literatura: "Estoy en esa etapa, como perdido en el desierto, en la que no sé adónde voy aunque sé que tengo que llegar a algún lugar".
Ahora bien, ¿es necesario asumir una identidad? Al margen del limbo en el que a veces se sienten los escritores portorriqueños ("Todavía hay gente que no entiende que somos parte de América latina", ha dicho Santos-Febres en la presentación de una antología con 24 autores locales, En el ojo del huracán ), el interrogante es de patrimonio universal. José Santos, Karla Suárez y Fabienne Kantor compartieron una de las mesas en las que se identificaron como antillanos en virtud de los lazos maternales que los unen a Puerto Rico, Cuba y Martinica, respectivamente. De algún modo, lo que escriben sale a la superficie a partir de la experiencia de haber vivido en naciones diferentes, adaptándose a patrias ajenas y decantando esas mudanzas en su literatura. Mientras Kantor se detiene en los conflictos de identidad de los afro-descendientes y Santos sostiene que no existe un solo tipo de inmigrante porque el contexto cambia en cada persona, para Suárez "las migraciones aportan mucho a la identidad porque descubres cosas de ti que a lo mejor no sabías en tu país de origen".
En otro de los debates, el mexicano Jorge Volpi consideró que nociones como patria y religión están concebidas en realidad como mecanismos de exclusión: "Son las ideas más perniciosas engendradas en los últimos tiempos", precisó. A su lado, el venezolano Israel Centeno sumó la idea de que "la única patria es la que se mueve en los afectos", algo similar a lo que manifestó el cubano Abilio Estévez: "La patria es un lugar común que puede estar en la literatura, en los libros, en un bolero o en el sabor de una comida; son esas pequeñas cosas que uno lleva consigo". Para el peruano Iván Thays, en cambio, la identidad cultural no puede disociarse del concepto de país. "La cultura es el verdadero tesoro, la herencia que tiene un país. Si no hay cultura, no hay país. Es una relación directa".
¿Y qué hay de la memoria? ¿Alimenta o adelgaza la identidad? según el Pulitzer Oscar Hijuelos, "la memoria tiene que ver con el idioma, que es parte de ese proceso de creación de la identidad. Para mí lo sentimental llega a mí en español, aunque mi educación racional fue en inglés. Pero cuando pienso en cosas de mi niñez las memorias me llegan en español". Ese equipaje de recuerdos es quizás una de las cosas que más pesan a la hora de escribir, como si la necesidad de acortar las distancias con el origen sólo fuese posible a través de la literatura. "Las novelas se forman de memoria e imaginación –dijo el colombiano Santiago Gamboa, que vivió en España. Francia, India y ahora en Italia–. La memoria nos permite conectar con algo que hemos perdido y es irrecuperable, pero lo buscamos creando".
Las patrias postizas, si es que existen, han abonado la narrativa de todas las épocas. Mientras algunos no pueden "zafar de su país" –lo dijo el guatemalteco David Unger, a quien sus escritos lo hacen siempre "regresar allí"–, otros como el peruano Santiago Roncagliolo se enriquecen con las geografías adoptivas. "Descubres emociones que no tenías antes; la mayor parte de mis libros han sido en base a lo que esos nuevos escenarios me han sugerido", explicó. Para el mexicano Guillermo Arriaga, escritor y guionista de películas como Amores perros , la función de un artista es justamente presentar mundos que nadie nunca ha visto, con el propósito de vernos a nosotros mismos: "Creo que los seres humanos necesitamos esa pulsión de ficcionalizar la vida, de encontrarnos en la vida", sea donde fuese que ésta nos aterrice.
Hubo otra identidad que tambalea, o al menos que se está acomodando sobre la marcha: la del escritor frente a Internet. La fragilidad del papel ante los embates de la web, la distancia que genera con los nuevos y viejos lectores, o la manera en que modifica la literatura, fue otro de los interrogantes que sobrevolaron el Festival. Convertida a veces en dios y otras en diabl++o, la red fue llevada a juicio sin llegar a un veredicto. El brasileño Joao Paulo Cuenca contó que fue un pionero de la era de los blogs cuando en 1999 creó uno que le acercó una cantidad de seguidores insospechados. "En pocos meses tenía lectores, tenía críticos que hacían debates sobre lo que yo escribía. Desde mi silla, entendí que mis textos podían tener muchas más lecturas e interpretaciones de las que imaginaba. Ahora en Facebook tengo 4.500 amigos, y cuando publico un libro es una herramienta fantástica para difundirlo. No creo que sea interesante negar estas posibilidades de la tecnología como algo antiliterario. Internet no hace de nadie un escritor mejor, pero puede ayudarte a conocer a buenos escritores". También el español José Angel Mañas apostó a las bondades de las redes sociales. "Yo tengo un tweeter y me va estupendamente –confesó–. Es una herramienta de comunicación absoluta; nunca se ha dado una situación de sociabilidad humana tan inmensa, aunque a veces pueda producir desorientación y angustia. Pero creo que las redes son la cara amable de la globalización, porque además le están poniendo fin a la era de los compartimientos estancos", concluyó. En un escalón intermedio, la boliviana Giovanna Rivero reconoció que aunque los lectores están ávidos de encontrarse con sus autores, en estos casos se trata de lectores no presenciales, más pasivos, donde la retroalimentación es más virtual. "Si yo estoy sentada hoy aquí es porque Internet ha hecho posible amistades y relaciones que en otro momento hubiesen resultado mucho más difíciles de establecer. Ahora, las redes sociales como Facebook imponen una velocidad que formatea la literatura, y esa velocidad está permeando el modo en que narramos. Yo hice una pausa en mi blog porque decidí dedicarme a la novela, y el blog me generaba una fuga y desgaste de creatividad". Mañas apoyó esa actitud, porque según su punto de vista "a la literatura hay que rumiarla mucho, y la red es la inmediatez". Lo mismo que concedió Cuenca al subrayar que efectivamente "la novela necesita otra maduración, y a mí no me interesa ir publicando ese proceso de escritura capítulo a capítulo".
Del otro lado del mostrador, la portorriqueña Jannette Becerra fue de las que renegó de las posibilidades virtuales: "Mi caso es curioso porque no me resisto a la tecnología, pero no la vinculo con mi trabajo literario. Creo que hay un fenómeno de visibilidad por parte de algunos autores que necesitan que su obra circule de inmediato, quizás como una forma de gratificación personal. No lo critico ni lo censuro, pero yo no tengo esa avidez; la publicación precipitada puede atentar contra algunos textos que pueden beneficiarse con una maduración". Su compatriota Tere Dávila, en tanto, juzgó que Internet está afectando la calidad de los lectores y escritores: "Sin duda es una vía para ser leídos, pero no todo lo que circula por ahí vale la pena".
El II Festival de la Palabra dejó más, muchísimo más. Se habló del mercado editorial, de la relación entre cine y literatura, hubo talleres y visitas de los autores a las escuelas más remotas de la isla, hubo amigos reencontrados y otros recién estrenados. Hubo, también, un anexo en Nueva York, del 10 al 12 de mayo, que reunió a una docena de escritores visitantes con otros residentes en Manhattan. Hubo también un 1° Premio Iberoamericano de Narrativa Las Américas a una novela publicada en el último año, dotado de U$ 25 mil y concedido por un jurado de escritores encabezados por Edmundo Paz Soldán.
Blanco nocturno de Ricardo Piglia fue una de las cinco novelas finalistas, pero ganó La doble vida del chileno Arturo Fontaine.
Hubo palabras, de las que sobran, de las que faltan y de las que están por venir.
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